El Covid y la crisis del clima obligan a un nuevo contrato social entre viejos y jóvenes
"Los jóvenes no están convencidos de que las generaciones mayores estén haciendo lo suficiente para dejarles un planeta habitable o medios de vida viables". La huelga climática mundial en Londres, 2019. Fotografía: Dan Kitwood / Getty Images

El Covid-19 continúa provocando mucha tensión intergeneracional. La gente mayor lleva la carga del impacto de la enfermedad en la salud. La gente más joven tiene que hacer sacrificios económicos y sociales para protegerlos. Pero la pandemia es sólo una razón por la que el contrato social entre las generaciones se encuentra bajo presión.

Dentro de las familias el contrato social es fácil de entender. Los padres quieren dar a sus hijos la capacidad y los medios para tener una buena vida. Los hijos quieren que sus padres vivan cómodos cuando sean mayores. Pero a nivel de sociedad, el contrato social entre generaciones es más complejo. El legado que le damos a las futuras generaciones tiene muchas dimensiones; el conocimiento humano acumulado y la cultura, los inventos, la infraestructura y las instituciones y el estado del mundo natural. Le debemos mucho a generaciones previas y la mayoría debe estar de acuerdo de que le debemos algo a las generaciones futuras que no vamos a conocer, y que cada generación deje a la siguiente igual, o en mejor estado que como está.

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En muchas economías avanzadas, los nacidos entre el final de la segunda guerra mundial y principios de la década de los 60 se beneficiaron de décadas de crecimiento sostenido, trabajos seguros con beneficios y buenas condiciones sociales. Las generaciones que le siguieron se enfrentan a un mundo de trabajo más flexible y más precario, con precios de casas cada vez más altos, un período de austeridad fiscal después de la crisis financiera de 2008 que redujo el gasto social  en muchos países. Muchos todavía llevan la carga de su crédito estudiantil y de sus tarjetas de crédito, que limitan su capacidad para conseguir una hipoteca para comprar una casa o empezar una familia. Los ingresos y los prospectos de seguridad para la vejez que tenían las generaciones pasadas se encuentran estancados y, en algunos países, ya no existen. El riesgo de ser pobre es ahora mayor para los jóvenes que para los viejos. Hoy en día hay muchas economías avanzadas que creen que la siguiente generación estará peor que sus padres.

Mientras tanto, la llamada Generación Z, los que nacieron después del año 2000 encabezan las protestas de la juventud por la crisis del clima. “Ustedes se van a morir de viejos: nosotros por el cambio climático”, decía un cartel de los jóvenes que protestaban en la huelga del clima en Londres en septiembre de 2019. Estos jóvenes no están convencidos de que las generaciones más viejas están haciendo lo suficiente para dejarles un planeta habitable o formas de subsistencia viable. 

¿Cómo, entonces, podemos balancear el contrato social entre las generaciones? La mejor forma de mejorar los prospectos económicos de las generaciones futuras es por medio de la educación. Una inversión masiva en los primeros años es la forma más efectiva de equilibrar las oportunidades para todos los jóvenes. Idealmente, cada persona joven debería empezar con un respaldo educativo que le permita desarrollar habilidades a lo largo de su vida. Más inversión en capacitación es importante para permitir que la gente se adapte a la transformación de los trabajos con el paso del tiempo. Las ganancias económicas también deberían usarse para pagar por las necesidades de cuidado de los ancianos y hacer que la deuda sea más soportable en el futuro.

Para reducir la carga fiscal de las generaciones futuras, la gente mayor de hoy tendrá que trabajar durante más tiempo. En la mayoría de los países con ingresos medios y altos, los trabajadores actuales pueden esperar que pasarán la tercera parte de sus vidas en el retiro. El problema básico es que los años en retiro en relación con los años trabajando han aumentado mucho. Para 2060, todos los países del G20 tendrán menor población y el número de personas mayores de 65 años que necesite apoyo por parte de la población en edad de trabajar se habrá duplicado al menos. Para evitar una carga mayor en los jóvenes de hoy, necesitamos relacionar explícitamente las edades de retiro a la expectativa de vida para que el radio del tiempo que se trabaja y el tiempo en retiro se equilibre mejor. Tiene que haber una forma sensata  de financiar el cuidado social que prevenga la destitución en los ancianos y que pida a los que están en mejores condiciones que contribuyan.

También tenemos que hacer todo lo posible para acabar con el daño al medio ambiente. Un buen principio sería eliminar los subsidios gubernamentales de 4 a 6 billones de dólares a la agricultura, el agua, la pesca y los combustibles fósiles que fomentan activamente la explotación del medio ambiente. Tener estos subsidios significa que no sólo gratis para las compañías acabar con el mundo natural, los contribuyentes lo están pagando. Tiene que haber más inversión en la conservación y restauración de la biósfera, como plantar árboles.  El gasto actual público y privado en la conservación es de 91 mil millones de dólares, menos del 2% de lo que se gasta en subsidios que degradan el ambiente. El siguiente paso es medir bien las cosas. Cuando los precios del mercado no presentan el verdadero valor de los servicios del medio ambiente, tenemos que encontrar otras formas de acomodarlos en los cálculos y las decisiones. Finalmente, los gobiernos deben usar políticas fiscales para cambiar los incentivos como cobrar impuestos por el uso del carbón o incentivar el uso de tecnologías verdes.

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Encontrar la cohesión entre las generaciones es complicado por el hecho de que la gente mayor tiende a ser más efectiva al ejercer el poder político que los jóvenes. Ciertos estudios demuestran que la porción de gente mayor en la población tiene un impacto significativo en el patrón de gasto público. Mientras más gente mayor hay más gasto en pensiones y menos en educación. Los votantes de mayor edad no apoyan políticas, como intereses bajos, que se utilizan para aumentar la demanda económica y mantener el empleo y que reducen las dividendos de los ahorros y aumentan el riesgo de inflación. Cuando se retiran se preocupan menos por el desempleo relacionado con el ciudadano promedio. Los partidos políticos en las sociedades viejas se ven más presionados a atender estas demandas.

De cualquier forma, tenemos que encontrar la forma de darle mayor peso a las voces de los jóvenes y de las generaciones futuras. De otra forma el contrato social que da forma al futuro sólo lo diseñarán los que no estarán vivos para verlo sin considerar la opinión de los que sí estarán vivos. Invertir más en educación y capacitación, encontrar la forma de administrar los costos de las pensiones, la salud y el servicio social, y reducir el daño ambiental sería una buena forma de invertir en la siguiente generación. Esto nos beneficiaría a nosotros y serviría para un nuevo contrato social en nuestro tiempo.

Minouche Shafik es directora de la London School of Economics and Political Science, autora de What We Owe Each Other: A New Social Contract.

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