Manuel Acuña, ‘el terco del cine’ que dio nuevas señas al lenguaje del amor
Foto: cortesía

Jamás Manuel Acuña tuvo un instante que marcara un antes o un después que lo llevara a dedicarse al cine. Esa pasión y atracción hacia el cine, las películas, los documentales, las imágenes y los sonidos lo atribuye a algo nato y a una suma de momentos cada vez que veía una película. “Lo entendía como un juego de gente divirtiéndose, creando historias e inventándose cosas”, comenta en entrevista para La-Lista.

Sin embargo, sí recuerda la vez que en cumpleaños, mientras cursaba la secundaria, le regalaron una cámara fotográfica desechable de Kodak, “me gusta retratar cosas y personas, algo que desde entonces me tomaba muy en serio. Me dijeron que solo tenía 36 fotos y me espanté porque no se podía ver cómo saldrían”, recuerda. Y aunque no sabe qué capturó ni dónde quedaron las fotos, lo único que sí se quedó en su memoria fue la emoción que sentía al hacerlo y que ahora le genera nostalgia. 

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Algo que lo llevó a estudiar la carrera de Comunicación y Artes Audiovisuales del ITESO convirtiéndolo en un cineasta, realizador audiovisual, docente y una figura emergente con su proyecto El silencio de mis manos en el que ha trabajado en su realización durante cuatro años y el que se encuentra en la última etapa.

Pero con la llegada de la pandemia le hizo parar el rodaje que sirvió como un respiro y entender que “con esto el arte es sumamente importante y el cine está aquí a pesar de todo y contra todo”.

El terco del cine

Manuel creció y se educó en Guadalajara. Tras terminar la universidad decidió que quería hacer un cortometraje que explorara la comunicación corporal y el lenguaje interpretado por una persona sorda. “Me sorprendía mucho la idea de comunicarse a través del cuerpo, buscaba hacer un retrato documental”, dice.

Preguntando conoció a Rosa María Casillas, una mujer sorda, que al tratarla se percató que desconocía sobre el tema de la sordera y de las personas que utilizan el lenguaje de señas. Ahí enfrentó el primer reto: comunicarse con ella. “Sabía que Rosa tenía muchas cosas que decir”, comenta. Lo que provocó que el proyecto mutara hasta convertirse en una película.

El camino no fue nada fácil, pues se enfrentó a aprender lenguaje de señas, a entender una cultura distinta, a hablar con el cuerpo y especialmente a contar la historia de la protagonista, una mujer lesbiana que mantenía una relación amorosa a distancia con Zaira, que vivía en Estados Unidos, y que manejaban un lenguaje de señas diferente (mexicano y estadounidense) pero que crearon uno nuevo para entenderse.

“Cuando me enteré de eso imaginé un montón de escenas y de que estaba buscando una historia que habían iniciado con una promesa de amor”, dice. La película representa lucha, fortaleza y reconocimiento, una historia de amor entre ellas marcada por la distancia y el lenguaje, que transita para preguntarse sobre la lucha de identidad que cada una tiene.

Además Rosa María ha peleado como persona sorda para ser la primera mujer en estudiar la licenciatura en Derecho, en Jalisco, se desarrolla en lo penal y defendiendo a su comunidad, para Acuña algo que le inspira.

Mientras que Zaira comenzó una transición de género algo que ha sido difícil y que no entiende del todo. “Lo único que ella entiende es que no está a gusto en ese cuerpo construido femenino que es una lucha constante por reconocerse a sí misma y para comunicarlo, pues en señas no existe la palabra ‘transexualidad’ y para una persona que vive la transición, ¿cómo le hace para siquiera nombrarla?”, comenta.

Hoy el reto que enfrenta el equipo, el editor y la guionista, es grande, pues como Rosa María y Zaira crearon un nuevo lenguaje no hay intérprete que lo entienda, por lo que la columna vertebral estará en la comunicación y sus fallas, una cinta sensorial: no hablada en español sino en señas, con partes subtituladas para los oyentes y otras en donde el cuerpo será el que hable. “Se busca la experiencia del sonido, del silencio, del cuerpo y las manos”, dice.

Esta labor lo hizo acreedor del IDA (Asociación Internacional de Documentales, por sus siglas en inglés) Netflix Global Emerging Filmmaker Award que viene con un incentivo de 25 mil dólares que ayudará a los tiempos para terminar la película a mediados o finales de 2021.

El futuro para Manuel está en el cine y buscando historia de la mano de Mónica Velasco, su productora. “Soy un hombre terco que busca que la cinta crezca, que muestre que la palabra no es la única vía de comunicación, que nos deje ver una experiencia de vida ante una intimidad que ellas nos regalan”.

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