Historia de Irma - Historia-de-Irma-Portada

Irma

La niñez de Irma


Irma no lo recuerda muy bien. Pero cuando tenía 12 años le gustaba jugar en el monte con otros niños y niñas de su edad, menciona la sensación del viento en su rostro al abalanzarse en un columpio, un placer que luego compartía con sus amigos y amigas, a quienes empujaba por la espalda con fuerza.

El monte donde jugaba Irma estaba en Santiago Tianguistenco, un municipio del Estado de México, al que fue llevada por la fuerza para cuidar a Margarita, una mujer de la tercera edad que más tarde falleció. Después de eso, Irma se quedó en esa casa a vivir con el hijo de esa señora, Darío, un hombre de unos 27 años que había intentado abusar sexualmente de ella.

Para Irma jugar en el monte era una vía de escape, un modo de no estar con aquel hombre que le doblaba la edad y que, unos años antes, le bajó los pantalones por la fuerza para intentar violarla, aunque esa vez no tuvo éxito porque una de sus hermanas lo descubrió.

Una tarde, mientras Irma seguía jugando en el columpio con las niñas y los niños de la comunidad, recuerda que escuchaba que la gente preguntaba: “¿Y la nuera de doña Margarita?” En ese momento, Irma no sabía el significado de la palabra “nuera” y mucho menos se imaginaba que se refirieran a ella.

Tuvieron que pasar muchos años para que lo comprendiera. No supo cómo pasó, pero sus vecinos la consideraban esposa del hombre que abusaba de ella sexualmente.

Irma ahora tiene 43 años. Sentada en un departamento en una céntrica colonica de la Ciudad de México, donde trabaja en labores de limpieza, comparte cómo fue que el matrimonio infantil marcó su vida.

Su voz es pausada y entrecortada. Apenas inicia la conversación y llora, los recuerdos se le vienen encima. Tiene una duda que le taladra la mente. ¿Por qué su mamá y su papá la abandonaron tan chiquita? ¿Por qué no la cuidaron? 

Ella es originaria de Senguio, un municipio ubicado al oriente de Michoacán y que limita con el Estado de México. En su memoria está el día que su mamá y su papá le dijeron que se iría a vivir con una señora desconocida a Huixquilucan, Estado de México, para ayudarle a hacer el quehacer de su casa y cuidar a sus cinco hijos, cuando ella apenas tenía siete años.

De sus papás, solo sabía que ellos cobraban por las labores domésticas que ella realizaba. Así se lo decía su “patrona”.

Un domingo, cuando la casa estaba sola, el hermano de su patrona, Darío, le bajó los pantalones por la fuerza a Irma para violarla, pero en ese momento llegó otra hermana de él y lo detuvo.

Irma le dijo a la señora que ya no quería vivir ahí y pidió que la regresaran con su mamá, aunque no sabía nada de ella.

Después de eso hay algo que Irma aún no se explica. Es parte de la duda con la que ha vivido por años. En lugar de regresarla a Senguio, la señora la envió a Santiago Tianguistenco con su mamá, Margarita, y con su hermano Darío, el que intentó violarla.

Irma volvió a ver a su mamá y a su papá hasta que tenía unos 14 años en Santiago Tianguistenco. Y sin darle mayor explicación, sus familiares solo se aparecieron para avisarle que se iba a casar con Darío, el hombre que abusaba de ella sexualmente.

Al igual que cuando sus vecinos la llamaron “nuera de Margarita”, Irma tampoco sabía lo que implicaba un matrimonio, pero fue al registro civil a ver cómo su papá, su mamá, dos testigos y Darío firmaban un documento para definir su futuro, sin que pudiera dar una opinión.

“En sí, uno no debía de contestar, en esas familias uno no puede contestar, lo que ellos decían estaba bien, usted no podía ponerse al tú por tú”, dice Irma.

Quedó embarazada ese mismo año y cuando cumplió 22 años, Irma ya había parido tres niñas y dos niños.

“Cada hijo era una violación, uno tras otro, tras otro, tras otro”, recuerda Irma. En su adolescencia llegó a tomar pastillas anticonceptivas a escondidas. Se las daba una enfermera que trabajaba en la clínica donde vacunaba a sus hijos, pero un día Darío se dio cuenta y la golpeó.

Irma fue obligada a seguir trabajando, ahora para su esposo, en actividades de albañilería. Aún embarazada, cargaba carretillas de arena, grava y cemento, hacía la mezcla y acarreaba tabiques. Todo sin que le pagaran un peso.

Darío gastaba todo el dinero en alcohol y ella buscaba la forma de alimentar a sus hijos, iba a un mercado donde seguía vigente la práctica del “cambio”: ella daba un trozo de madera por un pan u otro alimento.

El monte donde antes jugaba Irma se convirtió, entonces, en una fuente de sustento para ella y sus bebés. Los palos que antes usaba para jugar ahora los recolectaba para obtener comida.

Cuando “el cambio” fue insuficiente, encontró un trabajo como mesera y cocinera en un restaurante, donde duró 14 años y ahora se dedica a realizar labores domésticas en seis casas y departamentos diferentes de lunes a viernes, desde las nueve de la mañana hasta las siete de la noche.

Los fines de semana vuelve a la casa de Santiago Tianguistenco, el lugar donde sufrió su infancia y donde aún vive Darío, solo, encerrado en un cuarto porque sus hijas e hijos no le perdonan lo que le hizo a su madre.

“Ahorita le puedo decir que ya me defiendo más porque ahorita ya mis hijos crecieron, ya tengo un respaldo de ellos”, dice.

Irma no interpuso ninguna denuncia penal en contra de nadie por lo que ha vivido. Ahora imagina que puede recuperar sus sueños de la infancia, llegar a ser maestra de kínder y enseñarle a las niñas que nadie las puede tocar.

*Los nombres de los personajes de esta historia fueron cambiados por motivos de seguridad y por petición de la entrevistada.

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