Vogue: las mujeres tienen los mejores puestos pero los hombres todavía mandan
La ‘inmortal’ Anna Wintour: la veterana editora es una de las pocas mujeres que alcanzaron un nivel principal en Vogue. Foto: Taylor Hill/FilmMagic

Cuando era adolescente estaba obsesionada con la moda y soñaba con trabajar en Vogue. ¿Qué chica no querría hacerlo? Era la década del 2000 y no había smartphones por todos lados todavía, así es que pasábamos con avidez las páginas del último número de la revista a escondidas en el salón de clases. Me encantaban las fotografías, la ropa, hasta los anuncios. Pero más que nada me encantaba el directorio y el índice. ¿Quiénes eran esas glamorosas personas con nombres hermosos y puestos exóticos?

Obviamente, la mayoría eran mujeres. Eso es lo que tienen los lugares como Vogue. Se trata de un enorme corporativo global con mucho soft power y, a diferencia de muchas compañías, siempre ha tenido mujeres en los puestos de arriba, pero no en los de hasta arriba.

Históricamente, las mujeres forman la fuerza de trabajo que da la cara por Vogue. Son las editoras que se sientan en primera fila en la Fashion Week, aún así,  pocas veces tienen un lugar en la sala de juntas directivas. La inmortal Anna Wintour llegó a la Suite-C,  la nombraron directora editorial global y directora general de contenido en 2020, pero esto casi nunca sucede.

Las historias que circulan sobre el trabajo en la revista no sorprenden a nadie, y sin duda, las mujeres de todas partes las leen con un suspiro de frustración. Tal vez les sorprenda enterarse de que Condé Nast, el hombre, no la compañía, era un gran promotor del trabajo de la mujer y que en la década de los años 1910 y 1920, hizo que su editora en jefe, Edna Woolman Chase, fuera la directora de las revistas Vogue de EU y de Reino Unido. Fue en los 60, con sus dueños actuales, la familia Newhouse, que la situación comenzó a deteriorarse.

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En la reestructuración del poder, el director de arte, Alexander Liberman, supuestamente recibió la oferta de ser el editor de Vogue de EU. Y él respondió: “Soy un hombre. No tengo la intención de involucrarme tanto con la moda”. Así es que crearon el puesto de director editorial, que él aceptó con gusto. Con esto, una mujer era la editora en jefe, pero él la controlaba.

Durante los 80, la editora en jefe, Grace MIrabella se estaba volviendo loca con este acuerdo nada usual. Por una parte, Liberman era fanático de Penthouse y Playboy, y siempre quería introducir contenido abiertamente sexual en Vogue, para disgusto de Mirabella. Además ella no tenía el poder de escoger a su propio equipo de trabajo, ya que Liberman decidía a quién contratar y a quién despedir. Esto quería decir que podía perder un aliado invaluable a golpe de sombrero, o verse obligada a trabajar con alguien que no funcionaba en el equipo.

Nunca participaba en las conversaciones sobre la dirección de la revista. Cuando quiso publicar una historia sobre el cáncer de seno, LIberman dijo: “Las lectoras de Vogue están más interesadas en la moda que en cáncer de seno”. Cuando quiso cubrir el movimiento pro choice, Liberman dijo: “A nadie le importa”. Cuando quiso escribir sobre mujeres y el mercado laboral, dijo: “Las mujeres son mano de obra barata y siempre lo van a ser”.

Para entonces, Mirabella llevaba ya 30 años en la industria de la moda y había aumentado la circulación de 400 mil a 1.3 millones. Conocía a su audiencia, y probablemente  merecía que se le consultara sobre asuntos relacionados con la revista que editaba. Liberman era un hipócrita: durante años su esposa fue la que ganó el pan.

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Tampoco hubo mucho apoyo de Si Newhouse, vástago de la familia Newhouse, dueña de Vogue y muchas otras publicaciones. Cuando MIrabella sintió que ya se había ganado un lugar en la mesa, le dijo: “Las mujeres no significan nada en las juntas”.

En los 90, Newhouse admitió que operaban una compañía con una estructura “nada complicada”. Estaba el dueño, el mismo Newhouse, en sus 60. El presidente de la compañía, Bernard Leses, también en sus 60. Y Liberman, que ya andaba en los 80. Una trinidad de hombres de edad avanzada que producían miles de revistas destinadas para mujeres jóvenes y ellos pensaban que sabían lo que era mejor.

El rudo comportamiento hacia las mujeres de la empresa continuó sin inhibiciones. En los primeros días de Wintour utilizaban la táctica de “competencia administrada”, que más o menos significaba hacer que la gente se enfrentara. Pensaban que con eso se trabajaría más. No se trataba exactamente de un ambiente relajado. Sabemos de la personalidad de hielo de Wintour, pero en aquel entonces la atmósfera era toda como ella. Algunos cuentan que daba de gritos sentada desde su oficina. No ayudó el hecho de que cuando la nombraron editora en jefe la prensa inmediatamente respondió asumiendo que tenía un romance con Si Newhouse.

Hay otros problemas al trabajar en Vogue. Se podría esperar un ambiente con chismes y algo de esnobismo, pero en momentos esto rayaba en la locura. Durante la época de Diana Vreeland de 1963 a 1971, los editores se robaban la ropa entre ellos si pensaban que alguien había descubierto algo bueno para un shooting. Desde  los closets se escuchaban gritos, berrinches y llantos. Amenazaban con aventarse desde la ventana y las secretarías entraban y salían de las puertas giratorias. Durante las juntas matutinas se realizaban actos de humillación ritual si alguien llegaba con una prenda que no le gustaba a nadie.

La paga es bastante baja, a menos de que el puesto sea muy alto. Un chiste muy conocido sobre el hecho de que se necesitaba ser rica para trabajar en Vogue es el de que una chica le dice a otra que tiene que conseguirse un trabajo de verdad porque su padre ya no puede mandarla a Vogue.  Los viajes al extranjero y la ropa cara crean un cierto tipo de ataduras. Por ejemplo, Joan Juliet Buck, editora en jefe de Vogue París de 1994 a 2001, recibió la orden de internarse en rehabilitación o perdería su liquidación. Estaba completamente sobria pero lo hizo porque necesitaba el dinero para cuidar a su padre anciano.

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Sigue habiendo víctimas siempre. Tenemos ahora la controversia en torno a Teen Vogue cuando Alexi McCammond fue nombrada editora en jefe. El personal se opuso debido a los “tweets racistas” de McCammond. A pesar de una carta que firmaron 20 empleadas, Condé Nast pensaba respaldar su selección hasta que la misma McCammond renunció.

Si hubiera sabido todo esto, ¿mi yo adolescente habría querido trabajar allí? Reflexionando al respecto, me alegra haber escrito el libro Glossy: the inside story of Vogue.

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