Los congoleños sufren abusos brutales desde 1996. ¿Por qué no ayuda Occidente?
Un soldado de RDC patrulla en las cercanías de Beni el año pasado, tras un ataque adjudicado a las Fuerzas Democráticas Aliadas. Foto: Alexis Huguet/AFP

Por Vava Tampa*

En Año Nuevo, una pandilla de paramilitares salió de su base y arrasó con Beni, la boscosa esquina del noreste de la República Democrática del Congo, buscando a personas de los nande para matar.

Los locales alertaron al ejército congoleño pero los ignoraron. En pequeñas granjas en Tingwe, a unos kilómetros de una base del ejército, la pandilla encontró a 25 personas (hombres, mujeres y niños) que cultivaban alimentos. Asesinaron a todos, uno por uno, con machetes y hachas.

Durante los últimos seis años, rara vez ha pasado un mes sin que reciba imágenes estremecedoras de personas asesinadas en Beni. En sólo tres meses, entre noviembre de 2019 y enero de 2020, mataron a casi 300 personas (la mayoría eran mujeres y niños). Mataron a 40 en mayo. En julio, la ONU dijo que habían matado a 793 civiles, herido a 176 y secuestrado a otros 717 en ataques durante los 18 meses anteriores, lo que según los investigadores de la ONU pueden calificar como crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra. Decenas más fueron asesinados en septiembre, octubre y noviembre.

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Masacres de esta escala suelen ocasionar duras respuestas de Estados Unidos, la Unión Europea y el Reino Unido, como debe ser. Envían a los pacificadores de la ONU a la región; publican comunicados; el gobierno abre una investigación. En el caso de la RD Congo, esto no ha sucedido.

Desde 1996, nosotros los congoleños hemos sido asesinados de múltiples formas: por nuestro expresidente Joseph Kabila y sus generales. Por el uso de violaciones como arma de guerra para castigar, desplazar, destruir y humillar a las mujeres congoleñas y a sus familias y comunidades (en promedio violan a 1,200 mujeres cada día desde 1996). Por los ejércitos de Ruanda y Uganda. Por hambrunas y enfermedades.

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Ahora nos asesinan con morteros y machetes. La primera masacre en Beni sucedió en 2014; exactamente un año después de que las fuerzas congoleñas y de la ONU derrotaran a la M23, una milicia en la RD Congo supuestamente respaldada por el presidente de Rwanda Paul Kagame. Ahora entramos al séptimo año consecutivo de las masacres.

Pero la indiferencia de la comunidad internacional permite que los asesinatos continúen, y reclamen más y más vidas cada semana. ¿Cuántos más deben morir para que se tomen cartas en el asunto?

El gobierno en Kinshasa culpa a las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF), un grupo rebelde, por las muertes; pocos congoleños están de acuerdo con esa teoría. Además, un reportaje del consejo de seguridad de la ONU acusó al General Muhindo Akili Mundos de financiar y apoyar a la milicia para llevar a cabo los asesinatos.

Otro reporte encontró que presuntamente le prometieron a los reclutas hasta 250 dólares (unos 4,911 pesos) por cada asesinato. En lugar de someterlo a la justicia, nuestro nuevo presidente, Félix Tshiesekedi, promovió a Mundos al rango de inspector adjunto del ejército, y abandonó a la población Nande de Beni a su suerte. Están a punto de ser completamente exterminados por sus tierras.

Estados Unidos y la UE denunciaron la violencia, sus embajadores en Kinshasa suelen tuitear su repulsión y simpatía, pero eso es todo. Eso le da al mundo la falsa impresión de que se está haciendo algo para detener los asesinatos, es como si protegieran a alguien de la justicia.

Tal vez por eso EU bloquea la creación de un tribunal criminal internacional para que la RD Congo acabe con la impunidad que aumenta la violencia en Beni y en todo el país, mientras otros seis millones de congoleños están en campos de desalojo, incapaces de volver a sus casas por la violencia y las hambrunas.

Cuando escuché sobre la masacre más reciente le escribí a Joe Biden, le solicité que enviara a los abogados de la ONU. Es claro que los pacifiadores fallamn: un reporte de la ONU documentó más de 600 crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y genocidio. Pero ninguna de las personas nombradas por la ONU ha sido puesta a disposición de la justicia.

Sin embargo, no puedo quitarme el sentimiento de que nada cambiará, que los congoleños están abandonados. La muerte y destrucción que hemos sufrido, los más de 5.4 millones de asesinados entre 1998 y 2008, la mitad de los cuales fueron niños menores de 5 años, la devastación absoluta de aldeas, pueblos y comunidades, el implacable uso de las violaciones, machetes y hachas en Beni y en otras partes de RD Congo no importan.

Pero esta no es una apelación humanitaria: es un llamado de solidaridad y compasión. Creo que lo  que sucede en Beni es un genocidio, y la postura del Reino Unido, EU y la UE sobre la impunidad detrás de estas atrocidades es vergonzoso. Incluso hasta cómplice.

Vava Tampa es un organizador comunitario, escritor freelance sobre los grandes lagos de África, descolonización y cultura, y trabajador social en Londres.

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