‘Lost in Translation’: el callejón sin salida de dividir el mundo con líneas de identidad
Amanda Gorman en la inauguración de Joe Biden el 20 de enero. Fotografía: Patrick Semansky / AP

En 1768, el filósofo alemán Johann Gottfried Herder visitó la ciudad francesa de Nantes. “Estoy conociendo el idioma francés y la forma de pensamiento”, escribió a un colega filósofo Johann Georg Hamann. Pero, “mientras más los conozco, mi sentido de extrañeza crece”.

No era sólo que Herder despreciara a los franceses. Consideraba que no era posible compenetrarse verdaderamente con otra cultura. Todo el mundo estaba ligado a su Volksgeist, o espíritu interior. En todos los idiomas habita “un mundo entero de tradición, historia, principios de existencia: todo su corazón y su alma”. Y es por eso que “sólo podía tartamudear con muchos esfuerzos en las palabras de un idioma extranjero. Su espíritu me evade”. Las divisiones culturales eran insalvables.

La controversia de la semana pasada por la traducción de Amanda Gorman al holandés me hizo recordar la carta de Herder. Gorman es la poeta afroamericana que se robó el show en la toma de posesión de Joe Biden.

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La editorial holandesa Meulenhoff propuso una traducción de su trabajo. La traductora del proyecto, Marieke Lucas Rijneveld, contaba con la aprobación de Gorman. Rijneveld fue la ganadora más joven el año pasado del International Booker Prize por su primera novela The Discomfort of Evening. “El lenguaje de Rijneveld renueva el mundo”, indicaron los jueces, y hacen visible “la extrañeza de un niño que observa la extrañeza del mundo”.

SIendo no binaria, Rijneveld se identifica como hombre y mujer y utiliza pronombre sin género. Pero Rijneveld es de raza blanca. Y eso, para muchos, hace que no sea la persona adecuada para traducir a Gorman. “¿Por qué no escoger a alguien que sea, como Goran, una artista de la palabra hablada, joven, mujer, y sin problemas con su origen de raza negra?” preguntó la periodista Janice Deul. La controversia orilló a Rijneveld a retirarse del proyecto.

Muchos consideran que el problema no era lo blanco de Rijneveld sino el racismo de la sociedad holandesa y la marginalización en Holanda de los escritores y los traductores de raza negra. Es cierto que hay racismo y es cierto que con frecuencia se ignora a los traductores de raza negra. Pero si el asunto era simplemente sobre racismo y marginalización, el argumento no tenía que haber sido que una poeta de raza negra necesita una traductora de raza negra sino que tiene que haber más traductores de raza negra, cualquiera que sea el color de la piel del escritor a traducir.

La controversia de Gorman hace eco de otros muchos choques sobre el cruce de líneas raciales y culturales, desde denuncias de “apropiación cultural” a disputas sobre adopciones “transraciales”. Todas implican versiones modernas del argumento de Herder. Para Herder, una “persona” se define en primer lugar con términos lingüísticos. Hoy en día, estamos más preocupados por cuestiones raciales, culturales o de identidad sexual. Pero la insistencia de Herder en la importancia del Volksgeist, y en la imposibilidad de salvar diferencias culturales, se ha traducido al idioma de la política de identidad.

Desde hace tiempo surgió el debate sobre la ética de traducción, sobre cómo traducir no sólo las palabras sino el espíritu del original también. Ahora, las controversias de identidad, sin embargo, no sólo tratan de temas sobre traducción formal sino sobre los tipos de traducción informal en los que participamos todos los días. En cada conversación se vuelve necesario “traducir” las experiencias de otras personas y sus perspectivas, y hacer que ellas tengan sentido en términos de nuestras experiencias y perspectivas. En un mundo dividido en líneas de identidad, la posibilidad y la moralidad de esas traducciones se cuestiona ahora. Las experiencias particulares o las formas culturales están destinadas a “pertenecer” a ciertos grupos y quedan lejos de los límites de otros. “Quédate en tu carril”, es el mantra de moda.

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La novela de 1952 de Ralph Ellison, El hombre invisible, es una de las más grandes exploraciones de la experiencia negra. Pero es más que eso. “El escritor negro estadounidense”, como lo pone Ellison, “es también el heredero de la experiencia humana que es la literatura, y esto puede ser más importante para él que la tradición viva de su cultura”.

La identidad, para Ellison, era un medio de involucrarse con la palabra, de tener acceso a la vida interior de otros. La experiencia de uno como hombre de raza negra proporcionaba la materia prima por medio de la cual se puede entender la experiencia de los trabajadores blancos o de las mujeres judías. Y sus experiencias pueden ayudarles a sentir empatía por la tuya.

Hoy en día, sin embargo, la identidad se considera algo casi en el extremo opuesto: es un recurso para poner una barrera entre uno y los demás, de apartarse de la posibilidad de hacer conexiones más universales.

Si Rijneveld podía traducir bien a Gorman es algo que no puedo juzgar. Pero el hecho de ser de raza blanca no tendría que formar parte de un juicio. La pregunta retórica de Ellison: “¿Por qué ponerse límites y segregarse? Es algo que aplica para todos.

Kenan Malik es columnista de Observer.

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