El festín de la lealtad
Causa en Común *El autor es director general de Causa en Común
El festín de la lealtad
Foto: Jay Heike/Unsplash.com

A diferencia de Bruno Díaz, que se disfrazaba de Batman, Superman debía disfrazarse del reportero, Clark Kent. ¿Dónde quedaba la identidad, en la persona o en el personaje, cuál era cuál, o se trasvasaba de una al otro, o era la integración de ambos?

De inicio, “persona” significa máscara y, como nos dice Antonio Machado en su faceta (o cara, que es lo mismo), de “Juan de Mairena”, es importante que esa máscara no nos la ponga alguien más… y que no nos asfixie, por cierto. 

Eso de los personas y los personajes, las caras y las máscaras, puede ser complicado. La pregunta de quién es alguien, tomada en serio, no tiene siquiera sentido. De nosotros, y de los demás, sólo conocemos, si bien nos va, destellos y sombras. Dijo un famoso espía doble, Kim Philby, que él no traicionó porque para traicionar primero hay que pertenecer… aunque hay quien dice que el señor fue de siempre un traidor en busca de un pretexto. La trayectoria como extensión psicológica. La ideología como coartada. 

Las cosas son aún más turbias en la convulsión política, sobre todo cuando se quieren imponer nuevas formas de reconocimiento y de castigo.

En la vorágine de las excomuniones, desde lo más alto del poder se llega al extremo de tatuar a ciertos ciudadanos como traidores a la patria.

También lee: ¿Abogados AMLOvers? Viene tsunami de amparos por #LeyCombustóleo

El grave cargo se origina en España, país al que hoy se insulta por deporte, en esta ocasión por hospedar a empresas que osan utilizar abogados nativos (y traidores), para que las defiendan de un gobierno que presume de no respetar la ley.

A ver si se aguantan la risa en los tribunales internacionales, pero pues se insiste en hablar de España y de traiciones, y qué le vamos a hacer, hay que decirlo: Cárdenas, al que sólo se puede admirar, no en compañía, sino en contraste con lo que hoy tenemos, le salvó la vida, entre otros, a republicanos españoles que defendían libertades y derechos, y que eran considerados traidores por los franquistas.

En una guerra civil no hay código que valga, las sentencias se dan por adelantado y por descontado, y aquí y ahora, también. La acusación es extra legal; es una amenaza para que se entienda de una vez que la ley ya no es un parámetro relevante, y que la moda son los favores y las palmaditas en el lomo.

Al igual que los franquistas de entonces, o los trumpistas de todos lados, el gobierno mexicano quiere perpetuarse por las malas; nada muy nuevo, lapidaciones públicas, nacionalismo ramplón y militarismo rampante, prisión automática, ese tipo de cosas.

Cuando el Estado de derecho ya no merece siquiera la cortesía del disimulo, se puede estar cierto de que nace algo distinto. Ese algo exige traidores, y requiere también personas de entusiasmo fácil, sobre todo después de que el sistema no les hizo justicia, pues adolecía de algunos sesgos meritocráticos, en el gobierno o en la academia o en la ciencia, y ocasionalmente filtraba o dificultaba el ascenso de individuos con deficiencias técnicas o intelectuales más o menos evidentes.

Pasó lo que pasó, y varios tuvieron suerte y encontraron, en la demolición del Estado, y en la destrucción de la clase media de la que provienen, ocasión para la venganza. Quizá la amargura nunca se vaya, pero por lo pronto lucen contentos, orondos, mientras ejecutan edictos para encoger o desaparecer políticas y programas, apoyos y presupuestos.

Es el festín de los payasos rencorosos, que se disfrazan de funcionarios, legisladores, gobernadores o gestores, y que se atragantan con el poder vicario del cortesano, mientras nos iluminan sobre los sentidos profundos de la patria y la lealtad. 

Síguenos en

Google News
Flipboard