Una compleja transición
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

Una compleja transición
Foto: Pixabay

La actual crisis energética europea es una llamada de atención para los gobiernos que persiguen una estrategia de transición hacia una economía baja en carbono. 

En principio debió ser la hora de las energías limpias. En Europa, los precios del gas, el carbón y las emisiones de carbono subieron prácticamente al mismo tiempo, justo el escenario ideal para que disminuyera su consumo y en cambio creciera el de las energías eólica y solar. Es además el escenario hacia el que han apuntado las políticas energéticas de la Unión Europea desde que se consolidó la agenda de reducir la dependencia de combustibles importados y contaminantes.

Pero el viento ha soplado menos de lo común en el Mar del Norte, algunas centrales nucleares del continente están en mantenimiento o en vías de cierre (el accidente de Fukushima movilizó desde 2011 la oposición a la energía nuclear en varios países) y las hidroeléctricas están funcionando al tope. El resultado es que a pesar de su precio estratosférico, Europa está quemando más gas y carbón en aras de mantener estable el suministro eléctrico

El Talón de Aquiles de las políticas de transición energética ha quedado nuevamente al descubierto. Es más que conocido que la energía eólica es incapaz de generar electricidad cuando el viento deja de soplar. En cambio, las centrales termoeléctricas que queman gas, carbón o combustóleo pueden inyectar electricidad con o sin viento. La seguridad energética a base de renovables quizá está en el horizonte; es cuestión de que alguien logre un avance definitivo en almacenamiento de electricidad con baterías. Aun así, hoy es sumamente costoso garantizarla sin recurrir a los combustibles fósiles o la energía nuclear. 

Es una situación desafortunada. Esto sucede cuando es más fuerte que nunca el imperativo de reducir las emisiones de carbono y cuando Europa ha ratificado su intención de cumplir con sus compromisos del Acuerdo de París. Urge reducir emisiones, pero también urge mantener a flote el suministro energético.

Mientras eso ocurre, el guión de las crisis energéticas se repite. Los gobiernos enfrentan una intensa presión política para “hacer algo” frente a la escalada en el precio de la electricidad. Trastabillan al intentar salir al paso, señalando potenciales abusos de las empresas energéticas y buscando recursos para aliviar los bolsillos de los consumidores.

Se puede señalar, con razón, que el pronunciado aumento en el precio de la electricidad en Europa se debe menos a la falta de energía eólica que a la menor oferta mundial de gas natural y carbón. Puesto que la demanda de energía se desplomó durante la pandemia, no se justificaba mantener el ritmo de extracción de ambos combustibles. Con la recuperación económica, destacadamente en Asia, creció la demanda de gas y carbón más rápido de lo que la oferta podía responder, provocando un aumento en su precio. Y como un invierno muy frío a comienzos de este año elevó el consumo de gas para la calefacción, los inventarios están por debajo de donde comúnmente se ubicarían en estas fechas. No obstante, se suponía que la energía eólica podría amortiguar parte de este golpe.

La dirección de las políticas actuales para promover las energías limpias es adecuada en lo general. Un precio mayor a los combustibles fósiles –a base de impuestos al carbono, comercio de emisiones y reducción de subsidios– es lo mínimo necesario para que crezca el atractivo de las alternativas. Pero es de tomar en cuenta que la danza del gas natural y la energía eólica, que se supone van entrelazadas en la construcción de una economía baja en carbono, no fue esta vez precisamente armoniosa. La narrativa de sobre el modelo actual de transición energética merece un ajuste a la luz de lo acontecido en Europa.

El viento volverá a soplar, los precios del gas natural y el carbón bajarán y todo esto quedará como una incómoda y costosa anécdota. ¿Cuál será la reacción a las políticas de transición energética que limitan la capacidad de respuesta frente a eventos como este? ¿Se profundizará el impulso a las renovables como manera de evitar altos precios del gas o se modificará el enfoque actual?

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