Cómo el budismo ha cambiado a Occidente para mejor
Monjes budistas participan en el funeral de Thich Nhat Hanh, monje budista zen, poeta y activista por la paz que en la década de los sesenta adquirió protagonismo como opositor de la guerra de Vietnam. Foto: Reuters

Cuando se extendió por el mundo la noticia de la muerte de Thich Nhat Hanh, vi a muchas más personas de las que hubiera previsto decir cómo los había afectado, a través de una plática, un libro, un retiro, una idea, un ejemplo. Fue un recordatorio del enorme impacto que el budismo ha tenido en Occidente como un conjunto de ideas que ha fluido mucho más allá de los límites de quiénes pertenecen a un grupo budista o lo practican formalmente. Se podría pensar en el budismo en este contexto como un afluente de un amplio y nuevo río de ideas que fluye por Occidente, del cual han bebido muchas personas sin saber muy bien de dónde proceden sus aguas.

Un monje vietnamita que fundó centros de meditación en cuatro continentes y publicó decenas de libros, Thich Nhat Hanh fue uno de los grandes maestros que llegaron de Asia en el siglo XX, junto con los monjes zen de Japón y los rinpoches tibetanos. Destacó porque llegó a Occidente como una figura explícitamente política, alegando contra la guerra de Vietnam (aunque la oposición del Dalai Lama respecto a la ocupación china del Tíbet también es, sin duda, política).

Su muerte no me pareció un final, sino un recordatorio de que en algún momento del siglo pasado comenzó algo mucho más grande que este gran maestro y que se sigue extendiendo.

No somos lo que fuimos hace mucho tiempo. Del budismo y de otras tradiciones han surgido muchas ideas nuevas que hacen hincapié en la bondad y la compasión, la igualdad y el igualitarismo, la no violencia, las perspectivas críticas sobre el materialismo y el capitalismo, y lo que escuché una vez al sacerdote zen Paul Haller en el Centro Zen de San Francisco llamar “la práctica de la conciencia“. Todo ello constituye un cambio en lo que nos pedimos a nosotros mismos y a los demás de forma tan profunda como sutil. Esa sutileza radica en su progresiva naturaleza y en su realización como creencias y acciones personales en la vida cotidiana, que en ocasiones se suman a cambios más concretos en las leyes e instituciones.

Es necesario retroceder hasta lo ampliamente aceptadas que eran diversas formas de crueldad y dominación hace medio siglo, desde los castigos corporales en las escuelas públicas hasta la violencia doméstica y la censura y exclusión sistémicas, para reconocer lo mucho que ha cambiado todo. Muchos de nosotros tuvimos la experiencia, en los últimos años, de regresar a viejas novelas y películas e incluso canciones para descubrir que ya no pasamos por alto o aceptamos su crueldad casual. Por supuesto, se pueden corromper las nuevas ideas, y los líderes carismáticos, incluso en los linajes budistas, han abusado de su poder, sin embargo, me causó gracia descubrir que los intentos de las empresas para incorporar el mindfulness en ocasiones se vuelven contraproducentes cuando hacen que los empleados sean menos tolerantes con las políticas perjudiciales.

Este río de nuevas ideas es una confluencia de muchos otros afluentes, de feminismo, antirracismo e ideas ecológicas, y tiene como uno de sus principios clave la visión de que todo está conectado. Por supuesto, no todo el mundo ha cambiado; las personas BIPOC (acrónimo en inglés para black, indigenous and people of color: negro, indígena y gente de color) de Estados Unidos distan mucho de alcanzar la igualdad en la mayoría de los casos; y muchas de estas ideas existen más bien como aspiraciones que como prácticas cotidianas. No obstante, nada de esto significa que no importen las ideas y los ideales, y la respuesta negativa de la derecha es una respuesta contra algo que consideran transformador y amenazador.

Al pensamiento conservador contemporáneo lo llamé “la ideología del aislamiento”, obsesionada con el control a través de la separación y la segregación, con las fronteras y la retórica antiinmigración, con la supervisión de las categorías raciales y de género, y con la desigualdad matrimonial tanto en forma de negación de los derechos matrimoniales a las parejas del mismo sexo como de la dominación masculina dentro del matrimonio heterosexual.

Es antiambiental, debido a que la verdad fundamental de la ciencia ecológica consiste en que el mundo está formado por sistemas generalizados e interconectados, no por objetos discretos. Esto conlleva un mandato de actuar con responsabilidad ante las consecuencias que contradice los ideales conservadores de libertad individual y el capitalismo ilimitado.

Hanh murió el 22 de enero. El 25 de enero, Save the Redwoods League anunció que traspasó la titularidad de una extensión de 523 acres de bosque de secuoyas al Intertribal Sinkyone Wilderness Council, una coalición de 10 grupos tribales de la costa noroeste de California. El lugar bautizado como Andersonia West “volverá a ser conocido como Tc’ih-Léh-Dûñ (pronunciado tsih-ih-LEY-duhn), que significa “Lugar donde corren los peces” en la lengua Sinkyone”, indica el comunicado de prensa. Para entender la enorme transformación que se ha producido en Occidente, es preciso saber que Save the Redwoods League fue fundada hace 104 años por hombres blancos ricos que eran eugenistas y elitistas.

La mayor parte de esta transformación ha ocurrido en las últimas décadas. Recuerdo haber leído un artículo académico sobre el escabroso pasado de Save the Redwoods League a mediados de la década de 1990, cuando el movimiento ecologista solía ignorar u oponerse a la presencia indígena en las tierras que pretendía conservar y que se mostraba complaciente u olvidadizo con su propio pasado. El cofundador de la Liga fue Madison Grant, quien dirigió la American Eugenics Society, fue vicepresidente de la Immigration Restriction League y es conocido por el libro pseudocientífico The Passing of the Great Race. Los demás fundadores compartían puntos de vista similares.

Hace unas semanas, en el Día de Martin Luther King, la profesora de derecho Joyce Alene tuiteó: “El arco moral del universo no se doblará solo”. Las personas -famosas, poderosas, desconocidas, humildes- lo doblan, con frecuencia en pequeñas cantidades o de forma demasiado sutil como para medirlo. Se van sumando. En la década de 1990, fui testigo de cómo el movimiento ecologista abandonaba poco a poco sus fantasías de “tierras vírgenes” para empezar a reconocer que casi todos los lugares de la Tierra eran o son tierras indígenas y que, por lo tanto, la protección del medio ambiente y los derechos humanos no constituían preocupaciones independientes (y que el acceso a la naturaleza y al aire limpio y al agua también eran cuestiones de justicia racial).

Las ideas que alimentaron el cambio surgieron de las luchas de los pueblos indígenas y de los intelectuales indígenas, así como de los académicos y activistas aliados. Todavía falta mucho para que se acaben esas luchas, sin embargo, las premisas con las que trabajamos muchos de nosotros son muy diferentes a las que teníamos en el pasado. Estas suelen comenzar como cambios en la conciencia y nuevas narrativas. Terminan como cambios en la ley, la política, las prácticas cotidianas y asuntos tan tangibles como la propiedad de la tierra. Este año, eso incluye un antiguo bosque gestionado por los indígenas, cuyos árboles de más de dos metros de diámetro “se elevan entre abetos de Douglas, robles y madroños del Pacífico sobre un vibrante sotobosque de arándanos, manzanitas (Arctostaphylos) y ceanothus”.

Rebecca Solnit es columnista de The Guardian US. Sus libros más recientes son Recollections of My Nonexistence y Orwell’s Roses.

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