Filosofía al rescate
Peripatético

Es chileno, tiene 40 años, es cientista político de la Universidad de Chile y asesor parlamentario. Actualmente cursa el Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Fue jefe de Gabinete del Ministro del Interior el 2014, y del 2015 al 2018, jefe de la Avanzada Presidencial de la Presidenta Michelle Bachelet. Es agnóstico y socialista. Twitter: @FelipeBarnachea

Filosofía al rescate
Foto: Pixabay

Como señalamos en la última columna aquí en La-Lista, no hay ningún indicio de que el mundo vaya hacia algún lugar determinado. Una vez terminada la Guerra Fría, y sobre las ruinas del Muro de Berlín, el mundo quedó sin anclajes. Esto es lo que Zygmunt Bauman llama la “liquidez” de nuestros tiempos, lo que dicho en simple significa que no hay de donde afirmarse. 

Aun así, ciertas disciplinas y actividades habían adquirido cierto prestigio, porque entregaban todas las respuestas. La economía, la más soberbia de todas, presentaba sus leyes –aunque impugnadas– con total desenfado: el mercado funciona sobre la base de la ley de la oferta y la demanda, a pesar de la evidencia de sus complicaciones que presentan profusamente sus críticos.

La política, prima hermana de la economía, también lucía sus credenciales: democracias liberales más o menos consolidadas, aparatos de representación popular debidamente asentados, y sistemas de partidos que, aunque con sus ripios, se habían anclado en las sociedades estos últimos 20 años. 

Y, en último tiempo, la ciencia médica, que exhibía los resultados más alentadores: avance rápido del conocimiento, incremento de la tecnología, certezas por doquier respecto de sus resultados. El médico en la sociedad, pero sobre todo en el hospital y/o la clínica, se transformó en un semidios: su palabra era inexpugnable. 

Estas tres disciplinas entregaron todas o casi todas las respuestas que la sociedad exigía, hasta que llegó la pandemia. En ese momento, el mundo se paralizó ante un fenómeno que, aunque históricamente conocido, era un abismo de incertidumbre para varias generaciones en simultáneo. Nunca, en mucho tiempo, hubo más incertidumbre como en aquellos primeros meses de desarrollo de la pandemia, porque las ciencias y las disciplinas que antes nos inundaban de respuestas frente a todo y para todo quedaron en silencio. Es cierto que de todas ellas, la ciencia médica salió al paso con mayor rapidez con un sistema de vacunas integrado en todo el mundo que ha mostrado su eficacia con resultados por todos conocidos, pero la confianza, igualmente, se vio afectada. 

No supieron cómo reaccionar y el vacío fue siendo llenado, otra vez, por lo que pudiéramos llamar la madre de todas las ciencias y de todas las disciplinas: como un faro en la noche del desierto, la filosofía con su paso cansino, su modestia, pero sobre todo con su profundidad, hizo la vuelta de tuerca sobre el problema principal: no son las respuestas, sino las preguntas que la sociedad se hace a sí misma, la clave para comprender la crisis y delinear una salida. Las preguntas sobre la confianza en la ciencia, aquellas relativas a la libertad producto de las cuarentenas, sobre el sistema de integración mundial para salvaguardar la sobrevivencia de la especia, y, en definitiva, sobre la forma de vida humana que hemos elegido. 

La crisis de la humanidad se expresa con mayor fuerza cuando esas preguntas no fueron desarrolladas por años, y la incertidumbre comienza a correr por las venas de la sociedad. Una de las reflexiones más profusas, y más desarrolladas desde la filosofía, es el trabajo que ha realizado el filósofo español Daniel Innerarity, quien ha aproximado una teoría de la pandemia en el ámbito político, de la organización de la sociedad que ha sido extremadamente útil para comprender aquellas cosas fundamentales que, como se dice, por sabidas se callan, y por calladas se olvidan. 

La vigencia de la filosofía me parece patente, aunque más importante es la conciencia del mundo sobre su necesidad. Para desgracia, me parece que ya están volviendo, poco a poco, las otras disciplinas a ocupar su lugar, una vez “normalizada” la crisis. Pero la filosofía no tiene la misma fuerza práctica que las otras, y sus capacidades de lucha son limitadas, por lo que de seguro perderá la partida. Aun así, por el aporte que hizo sobre la reflexión profunda por la condición humana y la forma de vida de la humanidad, en este corto tiempo, ya ha justificado –nuevamente– su necesidad y su vigencia. 

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