Mujeres en plenitud, mujeres excluidas
Archipiélago Reportera cultural egresada de la ENEP Aragón. Colaboradora en Canal Once desde 2001, así como de Horizonte 107.9, revista Mujeres/Publimetro, México.com, Ibero 90.9 y Cinegarage, entre otros. Durante este tiempo se ha dedicado a contar esas historias que encuentra a su andar. X: @campechita
Mujeres en plenitud, mujeres excluidas
Foto de la exposición 'Mujeres visibles, mujeres en resistencia', del Museo Memoria y Tolerancia. Foto: Cortesía el MyT

“Ser viejo no es un insulto, es una consecuencia de la edad”, anónimo

Mi abuela materna trabajó desde niña, es más, trabajó para pagar lo que le dieron a su madre para llevársela a Orizaba. No era ni siquiera una adolescente y descubrió que su valor dependía de su capacidad de atender sus labores a rajatabla y sin reclamos.

Después de cumplir el trato regresó a su pueblo y sin más la casaron. Para su suerte, fue con un hombre empático y ambos aprendieron a respetarse y quererse, tuvieron cinco hijos y se mudaron a Ciudad Nezahualcóyotl. Ahí pusieron una lonja mercantil y al poco tiempo, doña Elia, mi abuela, se quedó viuda. Ella, la que siempre dependió de las decisiones de alguien más, estaba sola y con cinco hijos menores de edad.

Me contaba que nunca se había comprado calzones, que fue una revelación de libertad ir por primera vez sola a comprar lo que a ella le gustaba. Después, se soltó más y vinieron las excursiones con sus comadritas, las idas a Estados Unidos en las que pasaba kilos de mole, carne enchilada de contrabando y luego empezó a traer fayuca, todo un mundo inexplorado que de a poco se animó a conquistar. 

Los hijos crecieron, me tocó hacerla abuela por primera vez apenas tenía 44. Cuando me tocaba quedarme en su casa, me dormía con los dos únicos cuentos que se sabía, ya que no les conté, pero mi abuela solo estudió primero de primaria y eso le bastó para leerse todo lo que le ponían enfrente, desde Marx a Hemingway, García Márquez a Maximo Gorki, títulos que llegaban a sus manos por mis tíos universitarios, los amigos y esa curiosidad que ha tenido desde niña.

Con esfuerzo de planeación y mucho trabajo, la abuelita forjó un patrimonio y entre la tienda, su fayuca que traía de los “United” en los 80, se construyó su casa, dio educación a sus hijos y hasta tiempo tenía para cotorrear con sus nietas y nietos al llevarnos a Chicago, Disney o los Estudios Universal o la tienda Amoeba.

Han pasado varios años de estas memorias, sobrevino una pandemia y mi abuela paró en seco. Hace dos años mi mamá era la que estaba súper al pendiente de ella, se pasaba horas platicando, echaban picaditas de salsa verde y roja, mientras se ponían al corriente sobre ciertas cuestiones de la familia. En medio de esa pandemia mi mamá murió y mi abuela sacó la casta, se mantuvo firme, con esa postura frente a las adversidades que tienen pocas personas para sobrellevar la crisis sanitaria sin merma en su propia salud.

Así transcurrieron los meses y hace unos días mi abuela colapsó, la contención de sus emociones, un par de duelos reprimidos y problemas en la familia nuclear la mostraron vulnerable, se desmayó en su casa, la tristeza la invadió y ni sus hijos ni nietos nos percatamos de ese foco rojo, se le vino el mundo encima, entre otras cosas, por un tratamiento en su glaucoma que tiene toda la pinta de ser fraudulento, molestias en la panza y esas broncas que le carcomen el alma y que simplemente no debería sufrir, porque ella trabajó lo suficiente para no padecer o estar a expensas de terceros.

Pero resulta que la vida es canija y a veces la soledad es mala compañera, nuestra abuelita dicharachera se nos consume y pienso en la violencia que no se dice, en esas acciones pasivas que van cargadas de veneno y cómo de eso no habla, porque ellas, nuestras adultas mayores, aprendieron a no expresar sus sensaciones, a no comprarse siquiera los calzones que les gustan, un tema durísimo que debemos traer a la mesa y dejarnos de egos y prisas para voltear la mirada y estar, escuchar, manifestar nuestro amor, porque la sororidad empieza en casa y más si nuestras abuelas nos enseñaron a alzar la voz e inspiraron a decir #NuncaMás.

Reflexión surgida de “Mujeres visibles, mujeres en resistencia”, exposición en el Museo Memoria y Tolerancia que pone en el foco a las adultas mayores que hemos relegado o a las que exigimos que sigan siendo productivas, porque de otra forma no tienen manera de sobrevivir sin apoyo. Propuesta que incluye retratos realizados por Marisol Cid, Matthew Phipps y el video de Ana Gallardo.

Sacudida que entre otras cosas nos presenta datos duros, como el analfabetismo en zonas rurales de 40 por ciento en mujeres mayores de 60 años, la falta de asistencia médica especializada, la negación de la sexualidad, violencia por parte de su propia familia y el olvido. La muestra temporal podrá ser visitada hasta el 15 de abril en el recinto ubicado en Plaza Juárez, Centro Histórico de la Ciudad de México.

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