Mariposas de emancipación, libertad y autonomía
COLUMNISTA INVITADA

Diseñadora gráfica y maestra en creatividad para el diseño; a través de la ilustración y el activismo desarrolla un discurso político para agrietar al patriarcado. Da conferencias y talleres sobre feminismos, perspectiva de género y despatriarcalización del diseño en la Escuela de Diseño del INBAL.

Mariposas de emancipación, libertad y autonomía
Reina Barrera, madre buscadora que lucha por encontrar a su hijo, Luis Javier Hernández Barrera. Foto: Aracelia Guerrero

«Que el miedo no te paralice y que la rabia te organice»

Hace poco renuncié a mi trabajo porque era un entorno laboral agobiante, asfixiante, tóxico, violento e injusto en el que nos dividían, silenciaban, condicionaban y castigaban, mientras encubrían a quienes abusaban de su poder.

Estaba harta de la condescendencia, de trabajar con personas machistas, misóginas e ignorantes que hacían “bromas” vulgares, homofóbicas, racistas, especistas y sexistas; harta del nepotismo, la burocracia y sus protocolos absurdos; de que quisieran someternos y aniquilar nuestra individualidad para convertirnos en obedientes robots al servicio de la administración patriarcal. Por eso Emma Goldman decía que «no existe individualidad sin libertad, y libertad es la mayor amenaza de la autoridad».[1]

Me costó trabajo renunciar porque tenía MIEDO, esa emoción que te hace sentir indefensa, que te hace pedir protección a cambio de obediencia y dependencia; que te silencia y carcome lentamente y te hace entrar —aunque no quieras— en el sistema de las relaciones de poder.

Audre Lorde dijo que hay que aprender a hablar aún cuando tengamos miedo porque nuestros sentimientos necesitan voz para ser reconocidos, respetados y útiles; y que «podemos aprender a trabajar y a hablar cuando tenemos miedo, de la misma forma en que hemos aprendido a trabajar y a hablar cuando estamos cansadas. Porque hemos sido socializadas para respetar más el miedo que nuestras propias necesidades de lenguaje y definición, y si esperamos en silencio por ese lujo final que es no tener miedo, el peso del silencio nos ahogará».[2]

Dejé de sentir miedo cuando me elegí y preferí mi salud física y mentalla vida y las conexiones que sostienen esa vida. No sabía qué iba a hacer —a mi edad—, sin trabajo y sin ser una mujer «aceptable» para la sociedad… lo único que sabía era que no quería vivir fragmentada y sometida en un escenario kafkiano.

Tomé aliento de la historia de Reina Barrera, a quien con cariño llaman Reinita, madre de Luis Javier Hernández Barrera, quien con la cabeza en alto y el corazón a flor de piel varias veces siguió mariposas blancas y encontró fosas clandestinas en México.

Me empoderó la resiliencia y valentía de las mujeres que luchan, porque a pesar del sufrimiento por el asesinato o desaparición de sus hijas, hijes, hijos y familiares; de la corrupción, la impunidad y el cansancio, siguen vivas y están listas para continuar en la lucha por verdad y justicia, y para que nadie más tenga que vivir lo que ellas. En el proceso pasan por una metamorfosis que las cambia radicalmente y las llena de amor, resiliencia y dignidad. Saben que son más fuertes, que jamás estarán solas y que tarde o temprano recuperarán la alegría.

De alguna u otra forma, todas las mujeres luchamos por nuestra supervivencia, salimos adelante con dolor, ira, amor, trabajo y sororidad, porque «la supervivencia es aprender a mantenerse firme en la sociedad, contra la impopularidad y quizá los insultos, y aprender a hacer causa común con otras que también están fuera del sistema y, entre todas, definir y luchar por un mundo en el que todas podamos florecer».[3]

Cuando de alguna manera permites que otras personas controlen tu vida, la frustración y la ira se acumulan hasta que llega el momento en que ya no puedes contenerlas y pasa lo que en la película Lemonade de Beyoncé, cuando abre las puertas y torrentes de agua —que son una metáfora de las emociones—, se desbordan al estilo The Shining y después ella camina segura y sonriente por las calles mientras rompe vidrios con un bat.

Es importante aprender a identificar, aceptar y expresar ira cuando la sentimos; el problema es que el patriarcado se ha encargado de reducir el uso femenino de la lengua, que es fundamental durante los procesos de cambio; por eso tenemos que apropiarnos de ella, sentir, nombrar y vivir para encontrar nuestra voz y resistir con la palabra, o como diría Audre Lorde, para transformar el silencio en lenguaje y acción.

Comúnmente, la ira de las mujeres es borrada o reprimida, porque es un acto de rebeldía que desestabiliza al sistema. La ira divide, pero también une y es por eso que puede convertirse en una fuerza revolucionaria que conduce al cambio personal y social; la ira nos da energía, nos empuja a actuar, a buscar respuestas y a poner límites.

¡NO! Fue lo que dijo Rosa Parks en 1955 durante su trayecto en autobús porque no quiso ceder su asiento a un hombre blanco. Con ese ¡NO!, le abrió la puerta a la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, y su valentía y determinación para rechazar la segregación racial cambiaron la historia.

Y es que lo personal es político, porque todo lo que vivimos y sentimos se desarrolla dentro de una estructura patriarcal, capitalista, sexista, racista, clasista, capacitista y especista que nos somete. Cuando politizamos nuestra vida, hacemos conexiones entre nosotras y eso nos ayuda a liberarnos de creencias, pensamientos, sentimientos, situaciones, personas o instituciones que nos detienen y hacen daño.

Las mariposas de Reinita no son amarillas, no anuncian la presencia de Mauricio Babilonia ni nos condenan a Cien años de soledad; más bien son el augurio de una metamorfosis que nos conduce a una vida llena de conexiones sororas; representan la perseverancia que nos lleva a desechar las estructuras mentales que nos limitan; a escuchar nuestra intuición, tomar decisiones y andar en nuestro camino; a trabajar horizontal y colectivamente; a dejar de sentir miedo, y a luchar por nuestra emancipación, libertad y autonomía, o dicho con lengua feminista: a abortar al patriarcado.

[1] Goldman, E. (2010). La palabra como arma. Terramar Ediciones. p.p. 49. 

[2] Lorde, A. (2019). Los diarios del cáncer. Ginecosofía. p.p. 32 y 33.

[3] Las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo. (2003). En La hermana, la extranjera. Artículos y conferencias. Horas y Horas. p.p 118

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