¿Salimos o nos guardamos?
Sopa de letras
¿Salimos o nos guardamos?
©Foto: Angélica Escobar/La-lista.

Hola, soy Mariana. Esa persona que siempre verán husmeando en los carritos del súper y los platos ajenos. No por siniestra sino por curiosa. Crédula de que todo lo que una persona elige comer deja una estela de valiosa información a su paso: sobre sus puntos de vista, su personalidad, sus pasiones e incluso sus creencias.

Bien lo dice la frase más sobada del mundo mundial: ‘somos lo que comemos’. Y lo que comemos, ya les digo, nunca se reduce a lo que está en un plato. Lo que comemos tiene que ver con la información que consumimos -con los memes que replicamos o lo que vemos en Netflix-  con lo que ponderamos como bueno o malo, con lo que aprendimos en casa -esas declaraciones, que no se le cuestionan a la abuela, como que hay que comer verduras-, con nuestros credos y nuestras aspiraciones.

Tomemos como ejemplo a ese pan de cada día que cambió nuestros paradigmas: la pandemia. Un periodo de tiempo en el que salir o no salir a comer dejó de ser una decisión trivial entre nuestras tribus de Whatsapp para convertirse en la declaración de una postura, social, política y, a veces, hasta moral.

Hay quiénes leyeron en quedarse en casa una declaración de principios -la única alternativa segura y responsable-. Hay quienes tradujeron sus salidas en un antídoto contra la rutina y el aburrimiento -un taco al día es la llave la la alegría ¿o cómo iba?-, o en una demostración de privilegios -ya saben, de esas impertinencias que nunca faltan en México-. También hubo quién tomó la ocasión como una forma proactiva de contribuir a la economía, o como gesto de empatía, de una solidaridad casi tan efectiva como levantar una pancarta en la calle para decir: “restaurante favorito, tu barrio te respalda”.

Entre peras y manzanas, está también la postura del gremio restaurantero. Esos militantes de la hospitalidad que, al menos en la zona metropolitana, exigen a las cabezas del gobierno de la CDMX y el Estado de México que se les considere una actividad escencial. “O abrimos o morimos” dijeron en una carta abierta. Una señal de alarma, firmada por más de 500 representantes, frente al cierre definitivo de 13,500 establecimientos. Una petición de claridad y coherencia, para que, entre otras cosas, las exigencias y protocolos se apliquen también para el comercio informal.

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La respuesta fue… que no. Que tendrían apoyos (como estar exentos de pagar impuestos sobre la nómina un mes) y que se abrirán mesas para dialogar las soluciones pero que de esenciales, con el semáforo en rojo, nada.

Como comensales siempre tendremos la opción de apoyar con nuestras decisiones, de llevar el restaurante a nuestras casas o de asistir a los lugares que, en “protesta pacífica”, abrirán sus comedores esta semana. ¿Salimos o nos guardamos? No es una respuesta sencilla pero, si me preguntan, la vida no es la misma sin restaurantes. Sobre todo por el rol que juegan en nuestras vidas, en la individual, en la colectiva, en el tejido de una urbe sostenida por alfileres como la Ciudad de México. Los restaurantes generan empleos pero no solo son un negocio. Son espacios de recreación y de intercambio, donde se yuxtaponen las historias: las del florista con las del pescador, las del comensal con las del cocinero, las de los ritos de paso con la frivolidad.

Cada vez que veo cerrar a un restaurante pienso que no es la comida lo que perdemos, sino la oportunidad de volver a compartir, sin temor a contagiarnos, un espacio con extraños. La oportunidad de recuperar ese sentido de normalidad, eso esencial, que en el 2020 se quedó extraviado.

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