La guerra llevó a Vladimir Putin al poder en 1999. Ahora, debe derrocarlo
'Quizás Putin sea un genio táctico, pero es incapaz de pensar estratégicamente'. Foto: STF/EPA

Hace 22 años, una despiadada guerra llevó a Vladimir Putin al poder. Desde entonces, la guerra continúa siendo una de sus principales herramientas, que ha utilizado sin inmutarse durante todo su reinado. Vladimir Putin existe gracias a la guerra, ha prosperado a través de la guerra. Esperemos ahora que una guerra finalmente lo derribe.

En agosto de 1999, un entonces desconocido Vladimir Putin fue nombrado primer ministro cuando su predecesor se negó a aprobar una completa reinvasión a Chechenia. Sin embargo, Putin estaba dispuesto y, a cambio de su apoyo incondicional, concedió vía libre a los militares, permitiéndoles vengar con sangre y fuego su humillante derrota de 1996. En la noche del 31 de diciembre, un Boris Yeltsin envejecido y arruinado dimitió, cediendo la presidencia como un regalo al recién llegado. En marzo de 2000, tras la famosa promesa de “perseguir a los terroristas hasta el excusado”, Putin fue elegido triunfalmente presidente. Con la excepción de sus cuatro años como primer ministro (2008-2012), desde entonces ha gobernado Rusia.

Regresé a Chechenia como trabajador humanitario cuando comenzó la segunda guerra. En febrero de 2000, cené con Serguéi Kovalev, el gran defensor ruso de los derechos humanos, y le hice la pregunta que estaba en boca de todos: ¿quién era este nuevo presidente desconocido? ¿Quién era Putin? Todavía recuerdo la respuesta de Kovalev: “¿Quieres saber quién es Vladimir Putin, joven? Vladimir Putin es un teniente coronel del KGB (Comité para la Seguridad del Estado soviético). ¿Y sabes qué es un teniente coronel del KGB? Absolutamente nada”. Lo que Kovalev quiso decir es que un hombre que ni siquiera llegó a ser coronel era simplemente un agente mezquino, incapaz de pensar más allá de un movimiento o dos. Y aunque Putin, a lo largo de sus 22 años en el poder, ha crecido inmensamente en estatura y experiencia, sigo creyendo que el difunto Kovalev tenía básicamente razón.

Sin embargo, desde el punto de vista estratégico, Putin no tardó en demostrar su brillantez, sobre todo al explotar la debilidad y las divisiones de Occidente. Tardó años en doblegar a los chechenos e instalar ahí un régimen marioneta, pero lo logró. En 2008, cuatro meses después de que la OTAN prometió un camino de adhesión para Ucrania y Georgia, reunió a sus ejércitos para realizar “ejercicios” en la frontera con Georgia e invadió el país en cinco días, reconociendo la independencia de dos “repúblicas” escindidas. Las democracias occidentales mascullaron sus protestas y prácticamente no hicieron nada.

En 2014, cuando el pueblo ucraniano, tras una sangrienta revolución, derrocó a su presidente prorruso, que le había dado totalmente la espalda a Europa para aliarse con Moscú, Putin invadió y anexionó rápidamente Crimea. Cuando nuestros líderes, sorprendidos y desconcertados, respondieron con sanciones, aumentó la apuesta y provocó levantamientos en el Donbás, una zona de habla rusa de Ucrania, empleando sus fuerzas de forma encubierta para aplastar a un débil ejército ucraniano y crear dos nuevas “repúblicas” escindidas, donde se ha mantenido una guerra de bajo nivel desde entonces.

Así comenzó lo que los franceses llamarían su fuite en avant, su “huida hacia adelante”. En cada paso, Occidente lo condenó e intentó castigarlo, con medidas leves e ineficaces, con la vana esperanza de disuadirlo. Y con cada paso, se empeñó y fue más allá.

Putin es un hombre pequeño, físicamente, y el haber crecido en la Leningrado de la posguerra debe haber sido difícil para él. Es evidente que aprendió una lección: si eres el más pequeño, pega primero, pega fuerte y sigue pegando. Y los chicos más grandes aprenderán a temerte y se apartarán. Es una lección que se ha tomado muy a pecho. El presupuesto militar de Estados Unidos para 2021 era de aproximadamente 750 mil millones de dólares, el presupuesto combinado de Europa era de 200 mil millones de dólares, y el de Rusia de alrededor de 65 mil millones de dólares. Sin embargo, todavía nos asusta mucho más de lo que nosotros lo asustamos a él. Se trata de la ventaja de luchar como una rata acorralada, en lugar de como un niño rechoncho que se ha ablandado con una dieta de Coca-Cola, Instagram y 80 años de paz en Europa.

Putin debió alegrarse cuando Occidente, ansioso por congelar el conflicto activo en el Donbás, permitió discretamente que Crimea quedara fuera del debate, concediendo efectivamente la anexión ilegal a Rusia. Vio que aunque las sanciones dolían, no mordían profundamente, y que le permitirían seguir construyendo su ejército y extendiendo su poder. Vio que Alemania, la mayor potencia económica de Europa, no estaba dispuesta a desprenderse de su gas y sus mercados. Vio que podía comprar a políticos europeos, incluyendo a exprimeros ministros alemanes y franceses, e introducirlos en las juntas directivas de sus empresas controladas por el Estado. Vio que incluso los países que supuestamente se oponían a sus medidas seguían repitiendo los mantras de la “diplomacia”, el “reinicio” y la “necesidad de normalizar las relaciones”. Vio que cada vez que presionaba, Occidente cedía y luego volvía adulando, con la esperanza de un siempre esquivo “acuerdo”: Barack Obama, Emmanuel Macron, Donald Trump, la lista es larga.

Putin comenzó a asesinar a sus oponentes, en su país y en el extranjero. Cuando ocurrió, soltamos chillidos, pero nunca pasó a mayores. Cuando Obama, en 2013, ignoró insensiblemente su propia “línea roja” en Siria, negándose a intervenir después de que Bashar al-Assad lanzó gases venenosos contra un barrio civil en Damasco, Putin prestó atención. En 2015, envió sus propias fuerzas a Siria, desarrollando su base naval en Tartús y obteniendo una nueva base aérea en Jmeimin. Durante los siete años siguientes, utilizó Siria como campo de pruebas para su ejército, concediendo una valiosa experiencia sobre el terreno a su cuerpo de militares y perfeccionando sus tácticas, su coordinación y su equipo, todo ello mientras bombardeaba y masacraba a miles de sirios y ayudaba a Assad a recuperar el control de grandes extensiones del país.

En enero de 2018, comenzó a enfrentarse directamente a las potencias occidentales en la República Centroafricana, enviando al lugar a sus mercenarios Wagner. Actualmente, el mismo proceso está en curso en Malí, donde la junta militar, con el apoyo de Rusia, acaba de obligar a la misión francesa contra el Estado Islámico a abandonar el país. Rusia también interviene activamente en Libia, frustrando los intentos occidentales de pacificar el país y desplegando fuerzas en el flanco sur del Mediterráneo, en posición para amenazar directamente los intereses europeos. En cada ocasión, protestamos, nos revolcamos y no hicimos exactamente nada. Y cada vez, él tomó nota de ello.

Ucrania representa el momento en el que finalmente decidió poner sus cartas sobre la mesa. Claramente cree que es lo suficientemente fuerte como para desafiar abiertamente a Occidente iniciando una gran guerra terrestre. Y lo cree porque todo lo que hemos hecho, o más bien lo que no hemos hecho en los últimos 22 años, le ha enseñado que somos débiles.

Quizás Putin sea un genio táctico, pero es incapaz de pensar estratégicamente. Nuestros líderes se han negado a entenderlo de verdad, pero a él tampoco le ha interesado entendernos. Completamente aislado durante los dos últimos años a causa del Covid-19, parece haberse vuelto cada vez más paranoico e impregnado de su propia ideología paneslava, neoimperialista y ortodoxa, originalmente una creación completamente artificial diseñada para conferir una fina apariencia de legitimidad a su régimen corrupto.

Parece que realmente se tragó su propia propaganda en lo que respecta a los ucranianos. ¿Creyó que le darían la bienvenida a sus “liberadores” rusos? ¿Que sencillamente se rendirían? Si lo hizo, estaba muy equivocado. Los ucranianos están luchando, y aunque superados en número y en armamento, están luchando con fuerza. Maestras de escuela, oficinistas, amas de casa, artistas, estudiantes, DJs y drag queens están tomando las armas y saliendo a disparar a los soldados rusos, de los cuales muchos son simples niños que no tienen idea de lo que están haciendo ahí. Ucrania no cede ni un centímetro de terreno, y al parecer Putin no podrá tomar sus ciudades sin arrasar con ellas, como en su día arrasó con Grozny y Alepo. Y no crean que solo porque Kiev es una ciudad “europea”, Putin se acobardará de arrasar con ella. Los bombardeos ya comenzaron.

Tras la conmoción inicial, las democracias occidentales -¡por fin!- parecen haber entendido la amenaza existencial que representa Putin para el orden mundial de la posguerra, para Europa y para nuestra “forma de vida”, que tanto desprecia. Se están imponiendo sanciones demoledoras, sin importar el costo económico para nosotros. Las armas están llegando a Ucrania. Al parecer, Alemania se dio cuenta de la noche a la mañana de que no puede seguir dependiendo de la bondad de otros para su seguridad, y que necesita un ejército propio, real y funcional. Rusia está quedando masivamente aislada a nivel internacional, y su economía y capacidades se verán gravemente mermadas.

Sin embargo, esto no es suficiente. Mientras Putin siga en el poder, seguirá insistiendo, presionando más y causando todo el daño que pueda. Porque odia a Occidente y porque su poder está totalmente basado en la violencia: no solo la amenaza, sino el uso sistemático de la misma. Es la única manera que conoce de comportarse. ¿De verdad podemos creer que su amenaza nuclear es simplemente una fanfarronería? ¿Podemos permitírnoslo? Mientras siga gobernando Rusia, nadie estará a salvo. Nadie.

La única salida a esta crisis es hacer que el fracaso de Putin en Ucrania sea tan desastroso para Rusia y sus intereses genuinos que su propia élite no tenga más alternativa que destituirlo. Y para lograrlo se podrían tomar muchas más medidas. Nuestros gobiernos parecían estar enfocados en castigar a los “oligarcas” rusos, pero deben entender que Putin no tiene más que desprecio por ellos, y no le importa un comino sus opiniones o sus activos; los considera simples vacas lecheras que están ahí para ser ordeñadas para sus necesidades.

Las sanciones occidentales deben apuntar a las personas que realmente posibilitan las acciones de Putin: todo su sistema administrativo y de seguridad de alto nivel. No solo las pocas docenas de personas que ya son un blanco, sino los miles de funcionarios de segundo nivel de la administración presidencial, el ejército y los servicios de seguridad. Estas personas no son multimillonarias, pero todas son millonarias, con mucho que perder. Arruinen la vida de estos varios miles de personas y dejen que ellos mismos juzguen quién es el culpable. Embarguen las mansiones en Inglaterra y España, prohíban las vacaciones en Courchevel y Cerdeña, expulsen sin miramientos a sus hijos de Harvard y Oxford, y dejen que se queden en Rusia, sin salida y sin bienes importados en los que puedan gastar el dinero robado. Que el costo sea real, personal, y que vean si vale la pena el precio de mantener a un zar enloquecido y hambriento de poder en su trono. Que decidan si quieren seguirlo hacia el abismo

En los últimos 22 años, Rusia ha sido presa de un régimen demente, corrupto y totalitario, que nosotros hemos facilitado en muchos sentidos. No obstante, es un gran país, al que he amado profundamente, y que ha producido hombres y mujeres maravillosos, humanos y justos. Se merece algo mejor que este grupito de ladrones que saquean su riqueza amparándose en ilusorias fantasías imperiales, y que arrasan con sus vecinos para mantener su dominio sobre el poder total. Rusia se merece la libertad, la misma libertad que Ucrania ha conseguido dolorosamente durante las últimas tres décadas. Un alto al fuego en Ucrania es un primer paso vital y urgente, y la retirada total de Rusia, un segundo paso. Pero después de eso, Putin debe irse

Jonathan Littell es escritor y cineasta.

Este artículo fue modificado el 3 de marzo de 2022. Considerando otros ejemplos de la posguerra, se eliminaron las referencias a la acción de Moscú como “primera toma de tierra abierta” y “primera guerra terrestre en Europa desde 1945”.

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