Un gabinete inteligente conspiraría para deshacerse de Johnson. Esto no es ni inteligente ni valiente
Ilustración: Sebastien Thibault.

Este debería ser el momento del gabinete. Un primer ministro que se regocija en su propia singularidad hunde a su partido en las encuestas. Se avecinan reveses en las elecciones parciales, y quizás incluso una derrota en las elecciones generales. Un número inesperadamente elevado de parlamentarios acaba de votar por la desconfianza. Si alguna vez existió un momento para que sus colegas más veteranos hablaran y actuaran en nombre del partido tory, éste es el momento.

En cambio, ¿qué obtenemos del equipo de gabinete de Boris Johnson? Obtenemos una retórica repetida sobre las grandes agendas, su capacidad de “cumplir”, el establecimiento de límites, y seguir adelante. Obtenemos un video del gabinete escuchando complacientemente mientras Johnson pronuncia un discurso de cinco minutos similar a las divagaciones de Putin, en el que ignora por completo la revuelta del lunes. Y ahora tenemos una palabrería sin sentido y llena de deseos sobre cómo todo se resolverá con los recortes de impuestos.

¿Dónde está el núcleo de todo esto? ¿Dónde está el sentido honesto del momento actual al que se enfrenta el gobierno? No soy ingenuo. Es obvio que cuando el primer ministro decide llevar las cámaras de televisión al gabinete, los demás ministros tienen que callarse mientras dure y apoyarlo. Incluso tiene sentido que los ministros tengan que decidir si una reunión del gabinete que probablemente estará llena de informadores es el lugar ideal para criticar a un líder o una política.

No obstante, los ministros del gabinete no tienen por qué dejarse pisotear. Estos ministros son políticos de muy alto nivel. Dirigen departamentos que gastan millones de libras. Tienen experiencia, opiniones e incluso, en algunos casos, criterio. Pero, sobre todo, tienen una responsabilidad ante su partido y su país. Y este gabinete la está evitando.

La principal prueba de esto es la evasiva creencia de la derecha conservadora de que las políticas son la respuesta a los problemas del gobierno. Los periódicos del día de ayer estuvieron llenos de noticias de que Johnson está siendo presionado para introducir recortes de impuestos como una forma de restaurar su popularidad y la del gobierno. El secretario de negocios, Kwasi Kwarteng, que siempre ha sido un empedernido ahorrador de impuestos, fue uno de los primeros en proponerlo. Fue seguido por el secretario de salud, Sajid Javid, otro tory de gobierno pequeño.

Esto constituye un pensamiento perezoso y una nostalgia ideológica. Los impuestos son altos porque las necesidades públicas son grandes y porque la economía mundial se ha visto alterada, no porque el gobierno desee imponer impuestos altos o no haya logrado seguir el evangelio de Margaret Thatcher. Recortar los impuestos en las circunstancias actuales supondría que millones de ciudadanos tuvieran algo de dinero en sus bolsillos, pero provocaría recortes en el gasto y los servicios y un mayor costo de los préstamos para las generaciones futuras, y podría fomentar la inflación.

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Margaret Thatcher en 1979: Ken Clarke reveló en sus memorias el modo en que su gabinete la expulsó en 1990. Foto: PA

El enfoque en los recortes de impuestos también es una obstinada interpretación errónea de la votación del lunes. El tema de la papeleta de votación no era la reducción de impuestos ni ninguna otra política. Se refería a si los diputados tenían confianza en Johnson como líder del partido. El resultado fue que 211 dijeron que sí y 148 que no. Puesto que hay, indiscutiblemente, alrededor de 160 diputados conservadores en el denominado voto nominal, con puestos de trabajo en el gobierno de cualquier tipo, es probable que la mayoría de ellos hayan votado a favor de Johnson (aunque unos pocos no lo hayan hecho). Esto, a su vez, sugiere que alrededor de tres cuartas partes de los diputados sin cargo votaron en contra.

Esto supone un veredicto devastador. No obstante, los análisis detallados coinciden en un aspecto: aquellos que votaron por la desconfianza en Johnson procedían de ramas, generaciones y zonas del país muy diferentes. Entre ellos se encontraban partidarios de que el Reino Unido permaneciera en la Unión Europea, como Caroline Nokes, y de los partidarios de que el Reino Unido saliera de la Unión Europea, como Steve Baker; conservadores de una sola nación, como Damian Green, y de derecha, como Andrew Bridgen; veteranos, como Andrew Mitchell, y novatos, como Angela Richardson; parlamentarios del sur que se enfrentaban a la oposición de los liberales demócratas (Steve Brine); norteños que se enfrentaban a los laboristas (Dehenna Davison); y escoceses que luchaban contra el Partido Nacional Escocés (Douglas Ross).

No se unieron por el deseo de recortar o aumentar los impuestos; en cuanto a la política, tienen diferentes opiniones. Se unieron para votar contra el liderazgo de Johnson en su partido. Percibiendo la fuerte tendencia de opinión en contra de sus fiestas durante el confinamiento, muchos habrán estado de acuerdo con el poderoso comentario de Jeremy Hunt de que el lunes era un momento de “pérdida o cambio” para el partido. Eso fue cierto el lunes y sigue siendo cierto ahora.

“Perder o cambiar” también fue la cuestión definitiva en 1990, cuando Thatcher perdió el poder. Sin embargo, obsérvese la marcada diferencia entre la forma en que actuó el gabinete en ese entonces y la forma en que actúan sus sucesores en la actualidad. En 1990, todo el gabinete apoyó inicialmente a Thatcher. Pero cuando se evidenció la magnitud de la deserción, los ministros tomaron cartas en el asunto y la expulsaron.

Ken Clarke ofrece un vívido relato en sus memorias. Describe el modo en que el gabinete se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y actuó. No lo hicieron en la mesa del gabinete. Lo hicieron conspirando en los rincones y pasillos y hablando con los diputados sin cargo. Sobre todo, se hicieron cargo de la situación. Catorce de los 19 ministros del gabinete le dijeron a Thatcher que tenía que irse. Ella se fue. Y la mayoría del gabinete tuvo razón. “Habíamos actuado como amigos sinceros y le habíamos… ofrecido el consejo franco y sincero que le faltaba”, explica Clarke.

Esto es exactamente lo que también debería hacer el gabinete de 2022. Tal vez, en secreto, algunos de ellos lo están haciendo. Conociendo lo que ha dicho antes sobre Johnson, resulta difícil creer que Michael Gove se haya limitado a un servil código de silencio. ¿Acaso un ministro inteligente y sensato como Steve Barclay realmente piensa que todo esto es lo mejor para los tories? ¿De verdad no creen el secretario escocés, Alister Jack, o el secretario de Irlanda del Norte, Brandon Lewis, que sus trabajos serían infinitamente más fáciles si Johnson fuera sustituido? ¿Y por qué los posibles sucesores no estarían también acechando tranquilamente en los pasillos?

La conclusión más desalentadora consiste en que esto no está ocurriendo porque el actual gabinete ha sido elegido personalmente por su disposición a cumplir las órdenes de Johnson. Además de Ken Clarke, el gabinete de Thatcher de 1990 todavía incluía a grandes figuras como Douglas Hurd, John Major, Cecil Parkinson y Chris Patten, todos ellos profesionales con experiencia y confianza. Sus equivalentes en los departamentos actuales son Liz Truss, Rishi Sunak, Grant Shapps y George Eustice.

En su carta donde explica los motivos por los que votaría en contra de Johnson esta semana, el exministro Jesse Norman situó la mediocridad del gobierno en un contexto mordaz. Johnson carecía de una misión, prefería realizar campañas en lugar de gobernar, la retórica en lugar de la planificación, y estaba intentando importar elementos de un sistema presidencial, escribió Norman. “Todo esto entra en contradicción con un conservadurismo decente y adecuado: con un trabajo de equipo eficaz, una reforma minuciosa, un sentido de integridad, un respeto por la ley y un enfoque a largo plazo en el bien público”.

El problema, en resumen, es Johnson. Ese fue el problema al que Norman y los otros 147 parlamentarios se enfrentaron esta semana. Es el problema que los 211, y el gabinete en particular, siguen evitando. Cuando se les ofreció la opción de cambiar o perder, el partido Tory eligió perder.


Martin Kettle es columnista de The Guardian.

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