¿Threads de Mark Zuckerberg? La aplicación es insípida, aburrida y está destinada al fracaso

Siva Vaidhyanathan es profesor de Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Virginia y autor de Antisocial Media: How Facebook Disconnects Us and Undermines Democracy. También es columnista de The Guardian US

¿Threads de Mark Zuckerberg? La aplicación es insípida, aburrida y está destinada al fracaso ¿Threads de Mark Zuckerberg? La aplicación es insípida, aburrida y está destinada al fracaso
'Casi no hay nada interesante en la tecnología o en el contenido de Threads'. Foto: Kenzo Tribouillard/AFP/Getty Images

¿Qué pasaría si alguien inventara Instagram sin las bonitas fotos de los golden retriever, sin nada de su lado divertido? ¿Y si alguien inventara Twitter sin los serios y sarcásticos intercambios sobre noticias, política, ideas o información básica acerca del clima o las pandemias?

Alguien lo inventó. Ese alguien es la única empresa que no tuvo que hacer demasiado para seguir dominando el mundo de las redes sociales y la publicidad en internet: Meta. La más grande y rica empresa de redes sociales del mundo y una de las fuerzas de vigilancia y propaganda más poderosas del mundo, presentó algo que es casi como Twitter y casi como Instagram.

Se llama Threads, y estableció un récord al conseguir más de 100 millones de registros en sus primeros cinco días de existencia. Por supuesto, lo hizo invitando a sus mil 800 millones de usuarios de Instagram a utilizar dichas credenciales e importar seguidores de Instagram a Threads. Por lo tanto, fue fácil. Sin embargo, lo fácil no siempre es interesante. Y casi no hay nada interesante en la tecnología o el contenido de Threads.

Cuando abro Threads, lo único que veo es una serie de publicaciones que parecen galletas de la suerte. Se trata de una serie de afirmaciones positivas. Es un montón de gente ofreciendo remedios terapéuticos que pretenden ayudar a todo el mundo. Una de las primeras Threats (amenazas) (la mejor forma que se me ocurre para llamar a una publicación en Threads) que leí fue: “Recordatorio de hoy: No olvides respirar profundo”. Después de desplazarme un poco encontré: “Las crayolas rotas aún colorean”. El carácter insípido de la experiencia de Threads me hace añorar a los trolls de Twitter.

Uno podría suponer que Mark Zuckerberg, director ejecutivo de Meta, quiere sacar tajada de los ingresos que genera Twitter o, para ser más exactos, de los que generaba antes de que Elon Musk se endeudara masivamente para comprarla. Sin embargo, Twitter, incluso en sus mejores tiempos, nunca ganó dinero. Era un negocio tonto y se está volviendo cada vez más tonto. Meta, que tiene más de 3 mil millones de usuarios distribuidos en cuatro de las seis plataformas de redes sociales más importantes del mundo, no necesitaba esa pequeña porción de atención ni los ingresos que pudieran proceder de él. Twitter, al fin y al cabo, nunca figuró entre las diez primeras plataformas del mundo. Nunca tuvo más de 250 millones de usuarios. Y nunca descubrió cómo vender bien la publicidad.

Meta sabe cómo crecer y cómo colocar anuncios que atraen clics. Pero todo lo que puede hacer ahora, con Twitter en declive, es consumir sus propios ingresos procedentes de sus plataformas más exitosas. No se sabe qué sentido tiene Threads para la empresa. Y resulta aún más desconcertante pensar en lo que significa para nosotros.

Pregúntate a ti mismo: “¿Para qué servía Twitter en mis tiempos, cuando tenía gente interesante que escribía cosas interesantes?“.

Si tenías ganas de discutir o simplemente de enterarte sobre lo último de lo último, Twitter ofrecía una buena forma de hacerlo. Muchas personas consideraban erróneamente que Twitter era una “plaza pública”. No era ni pública ni una plaza. Quizá simulaba lo que algunas personas imaginaban que podría ocurrir en caso de que tuviéramos algo así como una esfera pública global. No obstante, era y es comercial, además de muy limitada en cuanto a lo que podía ofrecer a todo aquel que deseara informar, aprender o persuadir. Aunque millones de personas utilizaran Twitter en cualquier momento, los tuits de cada uno solo llegarían a los feeds de unas pocas decenas, tal vez cientos. Los tuits ocasionales circulaban por grupos lingüísticos cuando muchos usuarios les daban “me gusta” o los retuiteaban. Pero eso era impredecible y poco sistemático. Así no se maneja una maquinaria de información.

Eso se debe a que Twitter nunca fue una maquinaria de información. Era y es una maquinaria de emociones. Su emoción fundamental es la indignación. Todos exageramos con la indignación en los mejores días de Twitter. Incluso la gente amable se excedió, razón por la que en última instancia fue corrosivo para la deliberación pública y la virtud cívica. Periodistas, expertos, élites y activistas prosperan gracias a la indignación. Pero también lo hacen los trolls, los acosadores y los nazis.

#BlackLivesMatter, la principal y quizás única consecuencia positiva de la existencia de Twitter en la Tierra, fue fruto de una indignación centrada, ilustrada y justificada. Aquellos que promovieron y se manifestaron en torno a ese hashtag lo hicieron de forma consciente y provocativa, aprovechando la naturaleza del diseño de Twitter con el objetivo de abrirse paso a través de la niebla del hastío político y social. #BlackLivesMatter fue la excepción, y sigue siendo excepcional. Pero para que esto ocurriera, Twitter tenía que estar diseñado para posibilitar el seguimiento y la búsqueda de hashtags.

En Threads no hay hashtags. Meta eligió no facilitarlos, por lo que no hay forma de que surja en Threads la esencia de Twitter.

El jefe de Instagram y fundador de Threads, Adam Mosseri, explica que los algoritmos no promoverán contenidos serios ni políticos. “Definitivamente nos estamos centrando en la amabilidad y en hacer de este un lugar cordial”, escribió en su cuenta de Threads.

“El objetivo es crear una plaza pública para las comunidades de Instagram que nunca adoptaron realmente Twitter y para las comunidades de Twitter (y otras plataformas) a las que les interesa un lugar menos iracundo para las conversaciones, pero no todo Twitter”, escribió Mosseri en una conversación sobre Threads con un periodista. “La política y la información seria inevitablemente aparecerán en Threads –también han aparecido en Instagram, hasta cierto grado–, pero no vamos a hacer nada para fomentar esas tendencias”.

Mosseri no quiere que la negatividad arruine su fiesta de clichés. Twitter fue diseñado para amplificar la indignación. Threads fue diseñado para impedir la indignación. Sin indignación, ¿qué sentido tiene? No obstante, indignación y negatividad no son lo mismo. Uno (y su comunidad deliberativa) puede ser duramente crítico, negativo respecto a alguna injusticia, tendencia o poder, y seguir manteniendo el tipo de decoro civil que invita a que se expresen más voces en lugar de repelerlas.

Si se quisiera crear una plaza pública digital se tendría que involucrar a comunidades más pequeñas de usuarios, generar normas comunitarias firmes en materia de deliberación y normas de discurso, y renunciar a la idea de una red global. Existen algunas virtudes en las redes globales anarquistas que tienen miles de millones de usuarios que escriben en más de 100 idiomas, pero no representan las virtudes de la comunidad ni de una “plaza pública”. Las plazas no caben en los globos. Las redes que cuentan con miles de millones de usuarios son algo, pero no son reuniones del pueblo. E incluso las reuniones del pueblo son la mayoría de las veces contraproducentes, agotadoras, distractoras y destructivas.

El reto de generar calidad y cantidad de deliberación pública entre los ciudadanos implicados ha sido tema de estudio de teóricos y profesionales desde hace más de 200 años. Ningún programador de Silicon Valley construirá lo que nos saque de esta cacofonía. Hasta ahora, todo lo que nos han ofrecido los gigantes tecnológicos ha contribuido a la cacofonía y ha socavado la democracia.

La moderación de contenidos es crucial para cumplir el objetivo de la “libertad de expresión”. La cacofonía y los trolls merman el poder de la expresión y silencian a los vulnerables. Ahora que carece de una moderación responsable de contenidos, Twitter está invadido por contenidos NSFW, nazis y trolls. Todavía tiene muchos millones de usuarios interesados e interesantes, pero aquellos que deberían estar (y estaban) verificados por su relevancia para limitar la influencia de aquellos que los imitarían y tergiversarían. En lugar de eso, Musk decidió mentir sobre la verificación y conceder la insignia azul que solía indicar la verificación a aquellos que estuvieran dispuestos a pagar dinero.

Twitter se está carcomiendo a sí mismo con una serie de malas decisiones. Aunque muchos proclaman que Threads es el “asesino de Twitter”, la verdadera aplicación asesina de Twitter es el propio Twitter.

A principios de esta semana, el líder afiliado a los talibanes Anas Haqqani declaró su preferencia por el Twitter de Musk en lugar de Threads. “Twitter tiene dos ventajas importantes sobre otras plataformas de redes sociales”, escribió Haqqani en Twitter. “El primer privilegio es la libertad de expresión. El segundo privilegio es la naturaleza pública y la credibilidad de Twitter. Twitter no tiene una política de intolerancia como Meta. Otras plataformas no pueden sustituirlo”. Eso podría ser todo lo que necesitas saber sobre Elon Musk y el Twitter de 2023. Si los talibanes lo prefieren, tú y yo y cualquier persona decente probablemente no deberíamos preferirlo.

La moraleja de esta saga es que nadie puede replicar de forma nostálgica la experiencia que supuso Twitter entre 2011 y 2021, del mismo modo que nadie puede replicar la web de 1996-2001 o los blogs de 2004-2009 antes de que Twitter acabara con ellos. Internet nunca es el mismo dos veces.

Por cierto, acabo de hacer una apuesta, en la que prometo donar 100 dólares a la organización benéfica que elija el escritor Jeff Yang si Thread alcanza los 200 millones de usuarios activos diarios en julio de 2025. Él está convencido de que prosperará la aplicación. Yo estoy convencido de que desaparecerá.

Siva Vaidhyanathan es profesor de Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Virginia y autor de Antisocial Media: How Facebook Disconnects Us and Undermines Democracy (Oxford University Press, 2018). También es columnista de The Guardian US.

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