Los impresionistas franceses redescubiertos: “No sabían que sus trabajos iban a ser obras maestras”
Tres obras de Monet en la pared de la Galería Nacional de Victoria. Foto: Sean Fennessy/NGV International

¡Condenado Manet! Todo lo que hace le sale a la primera. Yo me esfuerzo sin cesar y nada me sale bien.

Las anteriores son las palabras de Edward Degas, inscritas en la pared junto a una litografía a pastel realizada por el objeto de la frustración, su compañero artista Èdouard Manet. El cuadro se llama Las Carreras. En él, los caballos galopan hacia el espectador y líneas frenéticas capturan la energía del público.

A la izquierda en la pared cuelgan dos brillantes pinturas, aunque más taciturnas, son de Degas, y también tienen la temática de las carreras de caballos. Capturan momentos más tranquilos: los jinetes se reúnen, tal vez un poco antes de la competencia; una mujer da el pecho a su bebé en una carreta, parcialmente cubierta por un parasol mientras la familia observa. Las pinturas son asombrosas por su calidad y candidez. Son efímeras y son momentos privados capturados para siempre en la suave luz de hace mucho tiempo.

Acompañan a estos trabajos más palabras de Degas: “Ningún arte fue menos espontáneo que el mío”.

Este año la exhibición de Obras maestras de invierno de la Galería Nacional de Victoria (NGV, por su sigla en inglés), el Impresionismo francés del Museo de Bellas Artes de Boston, que abrió el pasado viernes, reúne el trabajo de algunos de los nombres más conocidos en la historia del arte. Estos nombres los conocen todos; Claude Monet, Pierre-Auguste Renoir, Camille Pissarro, Vincent Van Gogh. Estas pinturas aparecen en libros, películas, o rompecabezas. Y aunque la oportunidad de ver trabajos famosos de cerca, para estudiar las pinceladas de los maestros desde la distancia en que los pintaron es suficiente para garantizar una visita, el verdadero gozo de una muestra como la del impresionismo francés es conocer a gente que se pensaba eran nombres estampados sobre grandes reputaciones. En los detalles de su historia y en las minucias de la práctica de su arte, se convierten en individuos y en seres humanos nuevamente: la gente que era insegura y celosa, optimista y fatalista, la gente que creaba a la orilla del mundo artístico, sin saber lo importante que sería su legado.

Un elemento importante de la exhibición es conocer a los autores por medio de sus relaciones, afirmó Katie Hanson, curadora del Museo de Bellas Artes de Boston. “Tenemos acceso a cartas y a libretas y a entrevistas de mayor riqueza que las de períodos anteriores. Así es que es más fácil saber lo que estas damas y caballeros pensaban sobre sí mismos y los demás”.

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Lo que hacían los impresionistas a finales del siglo XIX era revolucionario para su época. Creaban un mundo rápida y libremente que daba prioridad a capturar el momento y no a la composición perfecta. Los impresionistas se alejaban de lo convencional: sus métodos indican que le habían dado la espalda a lo más seguro y formal y lucrativo y los criticaban por exhibir trabajos “no terminados”. En su tiempo, estos artistas eran parias.

“No sabían que sus trabajos se convertirían en obras maestras y los estaban pintando en un contexto local”, señaló Miranda Wallace, curadora senior de la Galería Nacional de VIctoria”. Estaban relacionados unos con otros, relaciones humanas, impulsadas por la duda, y también por grandes amistades y compañía”.

A la mitad de la exhibición hay un cuarto diseñado para mostrar la complejidad de estas relaciones. Una barrera diagonal corre de un lado al otro y divide el lugar en dos mitades en forma de triángulo. En un lado se encuentran los trabajos de Renoir, que permiten un vistazo del rango de su trabajo y de su disposición para experimentar, algo que le provocó gran inseguridad sobre sus habilidades en algún momento, pero que también le permitió aumentar su creatividad a lo largo de su carrera.

Con antecedentes de pobreza y sin el mismo entrenamiento que sus contemporáneos, Renoir supuestamente sentía que era un artista menor. La sala refleja este temor ya que la barrera lo separa de sus compañeros artistas Pissarro, Paul Cézanne, Van Gogh y Paul Gauguin. Una angosta ventana, sin embargo, corre a lo largo de la sala, lo que te permite ver de un lado al otro. Si se recorren las cuatro paredes, la calidad es la misma. Renoir no es menor. Pero la barrera establece una distancia. Pertenece al mundo de sus contemporáneos, pero está separado.

Se trata de una exhibición sobre conexiones: trabajos de maestros y alumnos van juntos; las palabras de artistas acompañan obras que no son suyas. La amistad cercana de Degas con la artista estadounidense Mary Cassat se refleja en sus cuadros y en impresiones de ella como su modelo y en la forma en la que los trabajos de ambos influyen uno en el otro. Seguir su historia en la exhibición es fascinante. La frustración y la inseguridad de sus palabras con frecuencia chocan con su confianza exterior en sus opciones de exhibición.

“Desde la primera impresión que se hizo en 1874, Degas mostró pinturas con grandes acabados de salón, junto a cuadros apenas comenzados”, dijo Ted Gott, también curador senior de la NGV. “Y eso impactó a los críticos”.

Ver de cerca estos trabajos permite ver detalles que no son posibles en una pantalla o en una impresión. Gott y Wallace muestran un detalle en el que una ventana de Van Gogh a primera vista parece blanca, cuando de hecho se trata de un espacio en el lienzo deliberadamente dejado en blanco, y sólo se aprecia por el cambio de textura.

Conociendo el legado que muchos de estos artistas dejaron, es fácil olvidar que para la mayoría de ellos en algún momento, su trabajo era un riesgo. Crear arte en la forma en que ellos consideraban correcta significaba que tenían que hacer grandes sacrificios personales y financieros.

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“Al principio se burlaban de ellos y se reían, y la gente no los entendía”, confesó Gott. “Monet tardó 15 años en alcanzar éxito financiero, de 1874 a 1890. Así es que no hay que pensar que tuvieron éxito inmediatamente. Lucharon mucho, hubo mucho dolor, muchas dificultades”. Agregó que aunque unos impresionistas eran ricos, “Renoir, Pissarro, Monet, Sisley eran pobres y no podían pagar la renta”.

Se trata de un recordatorio de que el arte y los artistas nunca parecen estar completamente formados. “Sabían que iban por un camino incierto”, aseguró Wallace. “Van hacia lo desconocido con la esperanza de cambiar lo que la gente piensa que puede ser el arte”.

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