Caminar, no trabajar en exceso y vigilar los carbohidratos: cómo vencer el miedo invernal
Sam Wolfson: Vestirse y dar un paseo, independientemente del clima, puede proporcionar un entorno más saludable. Foto: Christopher Lane/The Guardian

Solo ahora, cuando ya tenemos cierta distancia, podemos asimilar el pasado invierno: cinco meses de penumbra, aislamiento y agotamiento en los que casi todo el país se sintió miserable. Con el telón de fondo de un creciente número de muertes, un personal de salud exhausto y una grave incompetencia gubernamental, por no hablar de una Navidad cancelada, se nos encomendó por igual la tarea de sacar el máximo provecho de una mala situación.

Recuerdo el momento en que realmente me afectó. Era la víspera de Año Nuevo. Acababa de tener una ruptura terrible y prolongada, y unos días antes me había mudado del departamento londinense que compartí con mi ex durante cinco años. Quedarme solo en casa no era el tipo de fiesta de Año Nuevo que había imaginado, pero al menos podía consolarme pensando que nadie más se estaba divirtiendo.

Otro amigo soltero y yo habíamos planeado visitar la casa de una pareja para una pequeña cena, que, ciertamente, rompe las reglas, para no estar solos cuando llegara la cuenta regresiva. Pero a las 4 de la tarde de ese día, recibí la llamada: uno de nosotros acababa de ver el video viral de un médico de cuidados intensivos hablando en BBC Radio. Dijo que todo aquel que saliera en Año Nuevo tendría las manos manchadas de sangre.

“Claro”, dije, con el labio temblando como el de un niño pequeño mientras me decían que se cancelaba la cena, “me alegro de que hagamos lo correcto”. Colgué el teléfono y me di cuenta de que me horrorizaba la idea de pasar la noche solo.

El confinamiento y el invierno habían formado una asociación perjudicial. Juntos agravaron todos los demás males de la vida, el exceso de trabajo, la enfermedad, el frío, la muerte, la soledad, el desamor, y exhalaron un viento helado sobre cualquier intento para mitigar la miseria. Una enfermedad que insistía en que permaneciéramos al aire libre tanto como fuera posible estaba destinada a propinar sus mayores golpes psicológicos cuando nos sentimos atrapados encerrados.

Con el regreso del invierno, se puede percibir la inquietud. Aunque las normas en Reino Unido sigan siendo las mismas, sabemos que las cosas no volverán a la normalidad esta Navidad. Muchas oficinas decidieron cancelar o reducir sus fiestas para el personal, y ahora tenemos que enfrentarnos a la nueva variante ómicron. Uno de los principales voceros de la industria de entrega a domicilio, David Jinks, de ParcelHero, describe la escasez navideña como “una certeza”. Incluso el parlamentario conservador David Morris advirtió que podríamos enfrentarnos a un nuevo “invierno de descontento”.

Para muchos de nosotros, nuestra ansiedad e incapacidad para afrontar el invierno se debe al hecho de que, a pesar de su inevitabilidad, al parecer nunca estamos preparados para él cada año. ¿Hay alguna forma de reestructurar este periodo como algo más positivo, o incluso de aceptarlo?

Es la época del año en la que la gente comienza a utilizar el término “TAE”, abreviatura de trastorno afectivo estacional, y a comprar lámparas de terapia de luz.

“Creo que todo el énfasis en las lámparas simplifica el tratamiento de una forma bastante desafortunada”, comenta el doctor Norman E Rosenthal, cuya investigación sobre la depresión invernal a principios de los años 80 lo llevó a acuñar el término TAE para describir una forma de depresión que va y viene según un patrón estacional, y recomendó las lámparas de luz artificial para las personas que la padecen. “La gente piensa: ‘Usa una caja de luz y todo estará bien'”.

El libro de Rosenthal, Winter Blues, publicado por primera vez en 1993, sigue siendo publicado y es tan popular como siempre. Calcula que, mientras el 5% de las personas sufren clínicamente de TAE, otro 15% padece alguna versión más leve de lo que él denomina TAE invernal. “Es una cuestión de grados”, dice.

Existe una clara diferencia entre ambas: la primera suele ser manejable, mientras que la TAE puede invadir toda tu vida y debe ser tomada en serio (el Servicio Nacional de Salud señala los síntomas persistentes: bajo estado de ánimo, letargo, irritabilidad, sentimientos de desesperación e inutilidad). Estoy seguro de que no tengo ninguna de las dos cosas, pero todavía hay algo tambaleante en este invierno en particular, un sentimiento de inquietud sobre los próximos cuatro meses y una lucha por recordar lo que es tener frío y ser feliz. ¿Necesitamos un nuevo término para describir algo que no es un trastorno, pero que igualmente podría ser descrito como nuestro período oscuro?

Kari Leibowitz, psicóloga de la salud de la Universidad de Stanford en California, comenta que parte del problema es que nuestro único marco para pensar en la salud mental en invierno es el clínico. Acepta completamente que algunas personas padecen una depresión aguda y necesitan ayuda especializada, sin embargo, el resto de nosotros necesitamos otro tipo de narrativa respecto a las estaciones. Ella lo llama “una mentalidad invernal”.

En 2014, Leibowitz se mudó a la ciudad de Trømso, en Noruega, que se encuentra al norte del Círculo Polar Ártico y donde durante dos meses al año no sale el sol. Sin embargo, los habitantes de Trømso suelen prosperar. Años después, este único proyecto de investigación se apoderó de la vida de Leibowitz.

“Sí, supongo que ahora estoy más cotizada, soy como la Mariah Carey de la psicología invernal“, me dice. “Pensé que escribiría un artículo sobre el tema, cerraría ese capítulo y luego pasaría a otras cosas. Pero ahora estoy escribiendo un libro sobre la mentalidad invernal y dirigiendo talleres sobre cómo afrontar el invierno. Esto habla de lo arraigada que está nuestra percepción negativa sobre esta estación, y de lo hambrienta que está la gente de una forma alternativa para experimentarla”.

La principal diferencia entre Trømso y Reino Unido, explica, es que aquí la gente no se prepara para el invierno. “Me resulta impactante que ningún centro de trabajo, ni siquiera ningún individuo, se prepare para el final del horario de verano. Todos deberíamos pensar en tomarnos con más calma esa semana, dándonos un poco de margen para dormir más y hacer menos. En su lugar, nos enojamos con nosotros mismos por estar más cansados, en lugar de entender que esto es lo que significa vivir en sintonía con las estaciones”.

Leibowitz comenta que, aunque la Covid-19 hizo que el invierno pasado fuera más difícil, también puede aportar algunas respuestas para volverlo más soportable. Puede sonar simplista, pero recientemente se han escuchado comentarios de nostalgia por algunos de los elementos más positivos que surgieron del primer confinamiento: hornear pan, las estrechas relaciones con la comunidad y la oportunidad de explorar pasatiempos. Leibowitz señala que el invierno nos puede brindar esas mismas oportunidades.

“La gente siente nostalgia por esa contemplación y lentitud; el invierno es una poderosa oportunidad para ello si se lo permitimos. Hay actividades que son más agradables de hacer cuando el clima es malo: leer un libro, usar un horno caliente para hornear pan, tomarse un tiempo para escribir o practicar música”.

Rosenthal me habla sobre un estudio reciente realizado en Suiza que señala que una caminata de media hora en las mañanas es de gran ayuda para los enfermos de TAE. “Pero yo se lo recomiendo ampliamente a todos mis pacientes. Para aquellos que son susceptibles, también les recomiendo otro paseo en la tarde, de modo que en cierto modo imiten un día de verano”.

Añade que también es importante ser consciente de los antojos de carbohidratos durante esta época del año, ya que pueden “dirigir tus patrones de alimentación” y tener un efecto adverso en la salud mental.

La Covid-19 también significa que muchos de nosotros seguimos trabajando desde casa, al menos una parte del tiempo, y aunque pueda parecer cómodo y liberador quedarse cobijado todo el día (e incluso trabajar desde la cama), probablemente no es bueno para nosotros. Vestirse y dar un paseo, independientemente del clima, también puede proporcionar un entorno más saludable. “Cuanto más podamos hacer que esto sea una práctica colectiva, algo que compartes con tus colegas en lugar de escondérselo, será mejor para todos”, dice Alex Soojung,Kim Pang, un defensor de la semana laboral de cuatro días cuyo último libro se titula Shorter: Work Better, Smarter, and Less.

“El trabajo solía estar estrechamente relacionado con el sol, las mareas y las estaciones, pero ya no”, comenta Pang.

“El mundo nos ha entrenado para sobrestimar el grado de conexión que necesitamos. Para los individuos, incluso reservar un par de horas en las que apagamos el correo electrónico y las notificaciones en favor de un trabajo profundo nos puede ayudar a ser más productivos, sin aislarnos de los jefes o los clientes”.

Leibowitz comenta que pasear en el frío es algo emocionante: “La gente subestima lo placentero que es salir cuando el clima es malo”. En Noruega (obviamente) tienen una palabra para ello, friluftsliv, que es el gusto por la vida al aire libre independientemente de la estación. Y añade: “El aire es frío, pero estás calentito y abrigado, llegas a casa y te sientes revitalizado y renovado. Les pido a mis alumnos que salgan a dar un paseo invernal en la oscuridad, y todos regresan diciendo la sorpresa que les produjo lo agradable que era”.

Al final, mi Año Nuevo 2020 fue rescatado. Mi familia burbuja, una pareja que tenía previsto pasar la noche con una cena romántica, me invitó a última hora. Comimos pasta y jugamos juegos de mesa, y cuando el reloj dio la medianoche agradecí no estar solo.

Los dos meses siguientes fueron insoportables, pero este invierno no tiene por qué ser igual. En octubre, como parte de un gran plan para no dejarme abatir por la melancolía, me mudé a Nueva York, donde me han dicho que el invierno será extremadamente frío. Pero, al menos para mí, será algo más novedoso.

Deseo poder salir a correr por las mañanas, preparar sopa mientras vuelvo a ver Succession y leer todos los libros que empaqué en las vacaciones de verano pero que nunca salieron de mi mochila. Es hora de aceptar la oscuridad.

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