La era de la hambruna de la intimidad: cuando interactuamos con nuestros celulares en lugar de con nuestros seres queridos
'Lo siento, en realidad tengo una relación con mi celular'. Foto: Sergei Chuyko/Getty Images

Como la mayoría de los humanos, quiero intimidad. Pero como psicóloga evolutiva, considero que la intimidad es una necesidad humana fundamental. Compartir sentimientos, abrazos, conversaciones intelectuales, sexo, estos momentos de intimidad suelen constituir los referentes de una rica experiencia humana. Sin embargo, millones de personas en todo el mundo están aisladas y solas, y lamentablemente carecen de las experiencias sociales significativas y diversas que ayudan a mantener la salud emocional y física.

Los adolescentes pasan la mayor parte de sus horas de vigilia en internet, evitando las reuniones en persona a cambio de chats en línea, videojuegos y Netflix. E incluso aquellos de nosotros que tenemos redes sociales ricas a veces anhelamos destellos de intimidad, como abrazos de amigos o sexo con parejas, en medio de la melancolía de nuestra vida cotidiana.

Conforme la vida moderna se ha distanciado más gracias a la innovación tecnológica, han disminuido nuestras oportunidades de tener momentos íntimos y profundos. La pandemia no hizo más que agravar esta tendencia, prohibiendo o impidiendo muchos tipos de contacto amistoso y profesional y enviando a muchos de nosotros a profundizar en nuestros mundos en línea. Esto ha dejado a muchos de nosotros hambrientos. Entramos a una hambruna de intimidad.

El grado en que te ha afectado depende en parte de tu experiencia objetiva, y sobre todo de tu perspectiva. ¿Qué conjunto de palabras describe mejor tus dos últimos años?

1. ¿Cercano, conectado, amado, acogido y pleno?
2. ¿Distanciado, desconectado, solitario, agotado y vacío?

Si elegiste el segundo conjunto, no estás solo. Aunque es posible que la pandemia haya acelerado nuestros sentimientos de privación social, ya nos encontrábamos en este camino, mirando fijamente nuestros celulares como si tuvieran la respuesta a nuestros males. E, irónicamente, tal vez la tienen.

Mientras escribía las palabras que acabas de leer, chequé mi Facebook, Instagram, Twitter y LinkedIn varias veces. ¿Por qué? En pocas palabras, yo y el 53% de los adultos de todo el mundo que utilizan las redes sociales creemos que el uso de estas plataformas vale la pena.

Dicho de forma no tan sencilla, mi relación con las redes sociales es… complicada.

Mi afirmación sobre el estado de mi relación con las redes sociales es audaz: en realidad tengo una relación con mi teléfono. A través de sus luces, sonidos y vibraciones, mi teléfono reclama mi atención y yo respondo. De la misma manera que respondo a otras personas de mi vida que hacen estas peticiones (por ejemplo, mi esposo y mis hijos), me dirijo a él, lo atiendo e intento resolver el problema que provocó la alerta.

Mi celular probablemente es la entidad más exigente de mi mundo. Les enseño a mis alumnos que la capacidad de respuesta es uno de los elementos fundamentales de la crianza de los hijos y uno de los aspectos más importantes que uno puede hacer como padre para educarlos. Por lo tanto, a través de mi capacidad de respuesta a las exigencias de mi teléfono, también lo he criado. Pero la capacidad de respuesta no es lo único que consolidó nuestra relación. Limpio cuidadosamente su pantalla para eliminar las manchas (aseo social). Lo llevo conmigo a todos los lugares a los que voy, ya sea en la bolsa, en la mano o en el bolsillo (vínculo piel-pantalla). Me pongo nerviosa si no lo encuentro (ansiedad de separación). Estamos unidos, y yo estoy embelesada.

Esta relación no ha pasado desapercibida para otras personas de mi entorno. Junto con el científico de la familia Brandon McDaniel, he explorado las formas en que la tecnología está interfiriendo en las relaciones diádicas a través de las pequeñas interrupciones cotidianas en nuestras interacciones, denominadas tecnoferencia. Desde 2016, McDaniel y yo, junto con otros investigadores de todo el mundo, encontramos algunas tendencias constantes.

En concreto, las personas en ocasiones eligen interactuar con sus celulares en lugar de hacerlo con los demás seres humanos de sus vidas, y esto puede causar conflictos y celos en las relaciones de pareja, familiares y de amigos. A su vez, este conflicto y estos celos están relacionados con menores niveles de satisfacción en las relaciones, y también comprometen la intimidad.

Por desgracia, esta interferencia tecnológica nos afecta a algunos casi todos los días. En nuestro estudio de 2019 sobre el tema, McDaniel y yo empleamos un estudio basado en diarios, en el que pedimos a ambos miembros de una pareja romántica que registraran la tecnoferencia que experimentaban y sus sentimientos todos los días durante 14 días.

Los resultados fueron sorprendentes. La mayoría de las parejas (72%) reportó la presencia de la tecnoferencia en sus interacciones con su pareja en el transcurso de las dos semanas. Y lo que resulta más importante, los días en los que los participantes reportaron mayor tecnoferencia, también reportaron más conflictos relacionados con la tecnología, menos interacciones positivas en persona con su pareja, y mayor negatividad en cuanto a sus estados de ánimo y sentimientos sobre sus relaciones.

¿Por qué nos sentimos tan rechazados cuando una pareja o un amigo elige interactuar con un celular en lugar de hacerlo con nosotros? De acuerdo con la teoría del interaccionismo simbólico, nuestras interacciones con los demás están impregnadas de mensajes, y esos mensajes nos ayudan a determinar nuestro papel en la vida de esa persona. Cuando una persona elige atender a su celular en lugar de a nosotros, especialmente cuando nos esforzamos por relacionarnos con ella, envía la señal de que el celular es más importante que nosotros. Aunque se trate únicamente de una experiencia momentánea, se puede sentir como un rechazo, que se registra como un costo de la relación.

Nuestra decisión de permanecer en una relación implica una evaluación constante de los costos y beneficios de esa relación. Básicamente, llevamos la cuenta de los pros y los contras de nuestra pareja, y para mantener el interés y el compromiso es necesario alcanzar un equilibrio.

En mi relación con mi celular, la balanza siempre se inclina a su favor. Por supuesto, hay costos: es mi mayor distracción del trabajo, la familia y los amigos.

Independientemente del lugar en el que me encuentre, cuando aparece un correo electrónico o un mensaje de texto, me siento obligada a revisarlo. También caigo en pozos de investigación que comienzan con la lectura de un simple artículo sobre la conceptualización del amor de Fyodor Dostoevsky y terminan dos horas después tras haber leído sobre la definición del amor según 20 filósofos diferentes.

Gracias al documental The Social Dilemma y a otros recientes comentarios sobre la industria tecnológica, ahora comprendo que el origen de estas compulsiones es un diseño deliberado. Aunque entiendo la razón por la que soy presa, sigo reconociéndome como tal, y eso me deja disgustada.

Desde un punto de vista más amplio y social, los celulares y el uso de la tecnología también podrían estar causando insatisfacción. A principios del siglo XXI, los medios de comunicación prestaron una gran atención a las investigaciones de la psicóloga estadounidense Jean Twenge y sus colegas. Sus estudios demostraron que el aumento de los índices de depresión y ansiedad corresponde al aumento de los índices del uso de la tecnología entre los adolescentes y adultos jóvenes de Estados Unidos durante la última década.

El argumento es más o menos el siguiente: la tecnología nos ayuda a establecer relaciones, sin duda. Sin embargo, actualmente todo el mundo se encuentra sentado en su cuarto, en sus celulares y computadoras, y al conectarse con otros en línea, pierden las interacciones en persona que nos ayudan a mantenernos felices y a sentirnos socialmente conectados. Y aún peor, conectarnos a internet y a las redes sociales nos hace sentirnos estresados, solos y deprimidos.

La adquisición de capital social nos ayuda a sentirnos bien con nosotros mismos en el sentido de “fui capaz de hacer este amigo/conexión y por lo tanto debo ser bueno”. Estudios recientes con adolescentes estadounidenses revelaron que cuanto más capital social en línea tenga uno, más probable será que experimente estrés cuando se vea expuesto a riesgos en línea (por ejemplo, violaciones de información y exposición a contenido explícito). Sin embargo, esto podría constituir un fenómeno de “todo en el mismo costal”; el capital social distribuido a través de contextos en línea y fuera de línea probablemente ofrecería un efecto más protector.

A través de nuestras redes sociales, recopilamos información sobre nosotros mismos. ¿Qué grado de simpatía generamos? ¿A los demás les importa lo que decimos? ¿Cómo se comparan nuestras vidas con las de los demás? De repente nos convertimos en los guardias del centro del panóptico.

Como humanos, pasamos una gran cantidad de tiempo pensando en lo que piensan los demás. Aunque esto no pretende ser una propuesta polémica, estoy segura de que algunos de ustedes se están diciendo: “No, yo no hago eso”, o “no me importa lo que piensen los demás”. Esto es comprensible. Es posible que la oposición que puedan sentir a esta afirmación provenga de consejeros bien intencionados, que en un esfuerzo de alejarlos de la autocrítica y la ansiedad que surgen de las evaluaciones de los demás, les aseguraron que no importa lo que los demás piensen de ustedes.

Es absolutamente normal pensar (y preocuparse) por lo que piensan los demás. Se trata de una señal de que estás en sintonía con tu entorno social. Y de acuerdo con la hipótesis del cerebro social, este tipo de interacciones sociales complejas son el motivo por el que tenemos cerebros más grandes que otros vertebrados. Además, es una señal de que necesitas (y te preocupas) por las personas y sus sentimientos. Tienes apego, y el apego a los demás nos puede ayudar a sobrellevar todo tipo de tormentas.

Por esta razón, nunca te propondría renunciar a tu teléfono inteligente o hacer una desintoxicación telefónica. Por el contrario, acepta tu apego al celular como lo que es: te aferras a una línea de vida que te conecta con personas importantes de tu mundo.

Para algunos, como muchos de los adultos jóvenes a los que les doy clases e investigo, el concepto de intimidad está cambiando tanto que los intercambios de mensajes de texto y las redes sociales son suficientes para mantener la conexión. Para otros, como yo, las interacciones en persona en las que nos empapamos de tacto, risas y señales no verbales, pueden constituir lo que anhelamos.

No obstante, todos debemos encontrar un equilibrio, dejando que nuestros goteos tecnológicos diarios complementen y faciliten los momentos más profundos que se producen en persona. Y ya sea que enviemos mensajes de texto a nuestros amigos o nos reunamos con un ser querido para cenar, nuestro deseo de conectarnos y nuestra vulnerabilidad una vez que lleguemos a ese punto son los elementos que conforman una vida íntima.

Este es un extracto editado de Out of Touch: How to Survive an Intimacy Famine de Michelle Drouin, publicado por MIT Press

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