‘Mi hijo es valiente, pero está asustado’: Diario de un padre de Kiev sobre la primera semana de la invasión
Los vehículos forman filas para salir de Kiev mientras las tropas rusas entran a Ucrania el 24 de febrero. Foto: Sergey Dolzhenko/EPA

24 de febrero – El día de la invasión

El primer día de la invasión (rusa a Ucrania) fue mi 15º aniversario de boda. Habíamos planeado una fiesta con amigos y habíamos reservado una mesa en un restaurante.

Sin embargo, a primera hora de la mañana, alrededor de las 5, mi familia –mi esposa y mi hijo de 10 años– se despertaron por los cohetes rusos que volaban sobre nuestra casa. Lo primero que pensamos fue en tomar todo lo que pudiéramos y salir. Pero todas las carreteras estaban bloqueadas por el tránsito, y no dejaban de bombardearnos. Era aterrador. Así que nos fuimos a un estacionamiento subterráneo cercano y nos quedamos ahí todo el día.

En el primer día había alrededor de 60 personas. Hacía frío, no había calefacción y la gente estaba tirada en el piso. De vez en cuando corríamos al departamento a buscar provisiones –vivimos en el 14º piso y el elevador todavía funcionaba–, ese primer día comimos cosas como galletas y papas fritas, cualquier cosa que pudiéramos agarrar en un segundo.

Dormimos en el estacionamiento en nuestro carro. Mi hijo estaba en el asiento trasero, mi esposa y yo en el delantero, medio sentados y medio acostados. Yo mido casi 2 metros, por lo que no era muy cómodo.
Intentamos pensar en nuestro aniversario, en los maravillosos 15 años que llevamos juntos, en que tenemos un bendito hijo de 10 años al que queremos mucho. Pero ese primer día, el miedo era lo único que había.

25 de febrero

Al despertarme en el carro me sentí fatal, me dolía la espalda como nunca antes. En la mañana el bombardeo fue tranquilo, bueno, casi tranquilo. El significado de la palabra “tranquilo” estaba cambiando, cuando solo se escuchan dos explosiones, en lugar de 10. Regresamos a casa y desayunamos rápidamente gachas.

Los ucranianos son gente amigable y conocemos muy bien a casi todos nuestros vecinos. Por ello, comenzamos a organizar el suministro de comida y agua para aquellos que no podían hacerlo, llenando botellas de agua en el departamento, llevando comida, creando un espacio en el estacionamiento para que las mujeres con niños pudieran alimentarlos y cambiarlos en privado.

Meditamos la posibilidad de irnos, pero el tránsito seguía siendo muy pesado. Y pensamos que tal vez esta locura se detendría. Esa noche volvimos a dormir en el subsuelo.

26 de febrero

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Mike pegó cinta adhesiva en las ventanas de su departamento. Foto: Mike

Durante el tercer día, algunos amigos enfermaron debido al frío en el estacionamiento y decidimos regresar a nuestro departamento e intentar vivir normalmente, es decir, bañarnos, cocinar, dar clases a nuestro hijo y ponerlo a jugar ajedrez en línea. Pegamos cinta adhesiva en nuestras ventanas. El elevador ya no funcionaba.

Mi hijo es un niño muy valiente. Intenta no llorar. Intenta ayudar. Pero cada vez que suena la sirena desde fuera de la ventana, y tenemos que bajar corriendo al refugio de nuevo, veo que está asustado. Pero no entra en pánico.

Ese día estaba con un vecino en nuestro patio. De repente escuchamos disparos de rifles automáticos muy cerca. Después leí las noticias a través de Telegram de que las tropas rusas estaban intentando infiltrarse en la ciudad. Decían que las habían liquidado.

Cuando escuchas los disparos, no tienes miedo, no tienes tiempo para tener miedo, solo tienes que poner a tu hijo a salvo en el estacionamiento. La conmoción llega un poco más tarde, cuando te das cuenta de que te podrían haber matado. O peor aún, que tu esposa y tu hijo podrían haber muerto y tú sobrevivir.

27 de febrero

El domingo, algunas de las pequeñas tiendas del barrio volvieron a abrir. Esta guerra ha transformado nuestra realidad, una tienda o una gasolinería abiertas parecían ser un regreso a la vida normal. Pero cuando estás formado existe la posibilidad real de que te maten.

Dentro de la tienda, solo había unos pocos suministros. Pero los estantes no estaban vacíos, gracias a los clientes anteriores al pensar en los que seguían en la fila.

Compartí la comida entre nuestra familia y otras personas en el estacionamiento. El número de personas había aumentado a unos 150. Comencé a organizar más suministros para todos: comida, agua, papel higiénico.

Esa noche, en nuestro departamento, llamamos por teléfono a todos para comprobar que estaban a salvo.

Mi esposa y mi hijo durmieron en nuestro cuarto, y yo en el de mi hijo. Su lado del edificio está más cerca de la sirena. Para asegurarme de escucharla, dejé la ventana abierta mientras dormía, bueno, en realidad no se le puede llamar dormir. Simplemente te acuestas con los ojos cerrados. Duermes completamente vestido junto a una mochila con documentos y comida. Todo el mundo está agotado.

28 de febrero

El lunes, algunas de las grandes tiendas de la ciudad abrieron durante unas horas. Tomé mi carro para abastecerme de víveres. Fui solo y me quedé en el altavoz con mi esposa, y ella rastreó continuamente mi ubicación desde mi teléfono.

Cada vez que me paraban en un control de carretera para comprobar mis documentos, les preguntaba a nuestros soldados: “¿Qué necesitan?“. Les llevaba cosas como cigarros y agua. Es mi agradecimiento a estas personas que nos defienden, que defienden a Ucrania, estando 24 horas todos los días a la intemperie y sin dormir.

Ucrania es diminuta comparada con Rusia y nuestro ejército es mucho más pequeño. Sin embargo, la valentía de la gente de aquí, y cómo han demostrado que están dispuestos a defender el país hasta su último aliento, me da esperanza.

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Un carro accidentado en una calle cuando Mike salió de Kiev. Foto: Mike

1 de marzo

El martes, cuando regresaba de echarle gasolina al carro, mi esposa me llamó por teléfono. “Podemos ver que sale humo del complejo conmemorativo del Holocausto“, dijo. Me sentí completamente devastado. Soy judío. Mi padre tiene 83 años y sobrevivió al Holocausto, que mató a la mitad de mi familia. Íbamos al monumento con mucha frecuencia porque quería que mi hijo conociera la historia.

Mi padre recuerda haber corrido por el campo para huir de las bombas. Ahora, mi hijo tiene que hacer lo mismo, pero no es Hitler, es Putin quien nos bombardea. Estaba completamente conmocionado y deprimido. No es un secreto que nuestro presidente en Ucrania es un judío. Todos apoyamos a nuestro presidente, estamos muy orgullosos de él.

Conozco a gente en Rusia. La mitad de ellos ya no son mis amigos. Un par de ellos intentaron decirme que nosotros fuimos los que iniciamos esta guerra. Simplemente los bloqueé; no quiero leer la basura que escriben. La televisión rusa les lavó el cerebro, como me dijo un amigo, “no es la televisión, es la radiación”.

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Un automóvil quemado en la orilla de la carretera en Kiev. Foto: Mike

2 de marzo

El miércoles, los rusos nos dijeron que era mejor irnos de Kiev. Mi esposa y yo todavía estábamos pensando en si debíamos irnos o no. Había dos cosas que nos detenían. Primero, sus padres están en Chernihiv. Estábamos intentando desesperadamente sacarlos de ese infierno, para que pudieran venir con nosotros. Y en segundo lugar, yo todavía quería ayudar a la gente aquí.

Soy una persona muy pacífica. La única posibilidad de que luche es si vienen a mi casa, defenderé a mi familia. A estas alturas, estaba haciendo todo lo posible para ayudar a las personas que nos defienden y a las que necesitan ayuda.

Nos dimos cuenta de que si decidíamos irnos a Europa occidental, donde tenemos familia, necesitábamos otra ropa, no las chamarras para esquiar y la ropa de invierno que empacamos el primer día. Como el elevador todavía no funcionaba, tuve que subir cuatro maletas por las escaleras hasta el piso 14, una por una.

3 de marzo

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El carro de Mike, preparado para salir. Foto: Mike

Al final tomamos la decisión de irnos. Yo estaba nervioso, pero después de la conversación de Putin con Macron el jueves, y de escuchar su objetivo de controlar toda Ucrania, ahora entendíamos que no parará hasta arruinar todo este país. No estábamos preparados para vivir en la Rusia de Putin.

Pero sobre todo, la decisión fue por la seguridad de mi hijo y de mi esposa. No queríamos que siguiera viendo la guerra, que se despertara y tuviera miedo de los bombardeos y los tanques. Le entristecía mucho irse sin sus abuelos. Nosotros tampoco queríamos dejarlos, pero teníamos que cuidar a nuestro hijo.

Como se contó a Jem Bartholomew.

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