El primer mexicano en nadar los Siete Mares, nos cuenta las 7 lecciones que aprendió del reto para esta pandemia.
Su récord está en 24 horas y 14 minutos seguidos nadando. Lo ha hecho con tiburones, de noche, a contracorriente, llorando, vomitando, en aguas tan frías que logran que aceptes que ya solo eres cuerpo, sin pies ni manos. Se entrena entre cuatro y cinco horas al día. Y todo eso no es ni una cuarta parte del esfuerzo que necesita para nadar en aguas abiertas: “el 80% es mental”, explica el nadador Antonio Argüelles.
Y con esta sentencia que suena a cliché, el primer mexicano en lograr el reto de los Siete Mares recibe a La-Lista en una ventanita de Zoom con vistas a la biblioteca de su casa. “Si fuera tan fácil, muchos lo harían”, responde.
Los Siete Mares es el equivalente en aguas abiertas a las Siete Cumbres. Lo forman los canales de la Mancha (entre Francia y Reino Unido), el de Catalina (en California), el del Norte (entre Irlanda del Norte y Escocia), el de Molokai (Hawái) y el Estrecho de Tsugaru (Jaón), el de Cook (Nueva Zelanda) y el de Gibraltar (entre Marruecos y la Península Ibérica).
Agüelles lo logró en 2017 con 58 años, 20 más del promedio que lo consiguen. Le siguieron dos mexicanas más: Nora Toledano y Mariel Hawley, ambas en 2019.
Hay diferentes formas con las que este capitalino de 61 años usa su mente para nadar en aguas que pueden llegar a los 13 grados Celcius, la mitad del promedio de la temperatura del cuerpo humano con vida.
“Tengo que ir concentrado en mis brazadas”, dice. Hay veces que ni se da cuenta de que le acompañan delfines. A lo largo de las travesías usa hasta cinco ritmos de nado diferentes, para repartir el esfuerzo entre diferentes músculos, algo parecido a las marchas de la bicicleta y el pedaleo sentado y parado.
Con su cabeza relaja el cuerpo y le da calor y energía. “Imagínate nadar con un dolor impresionante en los brazos. Si pienso en él, lo estoy reforzando con mi mente”, comenta. “Me imagino una perla de colores en mi abdomen. Cuando me duele el hombro, sube y me da masaje”, añade.
El frío ha sido para él un miedo. El miedo. A los veinte minutos de estar en aguas que pueden llegar a los 3 grados Celcius, empiezan a congelarse las extremidades. Hay casos en que nadadores tienen alucinaciones. Argüelles aprendió a conquistar esta barrera, pero si empezara hoy a nadar en aguas abiertas, probablemente el esfuerzo hubiese sido menor.
“Las aguas se están calentando”, dice. Es de las formas más directas con las que le pega la crisis climática. “Hace 20 años, cuando crucé el Canal de la Mancha, la temperatura era de 16 o 16 grados, hoy es de 18. La diferencia de una décima en el agua es exponencial, no lineal”, cuenta.
Muchas veces, el barco o kayak que le acompaña se llena de bolsas de plástico o botellas de whisky que encuentran en el agua. “Quisiera hacer más [por la naturaleza] pero hay quienes tienen ancho de banda más grande”, explica.
Argüelles es una persona de risa fácil. Su biblioteca es una sala con dos sillones y estantes que guardan libros, retratos y hasta una bandera mexicana que le transporta a sus años de oficial mayor en las secretarías de Comercio y Fomento Industrial y de Hacienda y Crédito Público y el Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica.
Este señor de pelo negro y chino se molesta en arreglar el espacio mínimamente para la entrevista, aunque no le hace falta: está impecable. No le gusta el caos. Sabe en qué horas del día hace qué. Empieza a las 4 de la mañana con cafeína y una alberca de 25 kilómetros que le permitió seguir nadando en pandemia (no, no usa cubrebocas en el agua).
Hasta las 7:30 de la tarde no se relaja. Ahora está viendo la serie “Marcella”, en Netflix, y cuando la termine se pondrá con la francesa “Lupin”. “No me gusta empezar una si no termino otra”, comenta.
A la disciplina le debe su destino. O más bien, a las Olimpiadas del 68. O, aún más en concreto, a que los Juegos Olímpicos de ese año se celebraron en México. Fue por ello que se aficionó a verlos, que se emocionó con el oro de Felipe “el Tibio” Muñoz en braza de 200 metros y que decidió que su sueño sería ser nadador olímpico.
Ello le llevó a los entrenos, a la vida ordenada, sin excesos y de noches cortas. A los 14 años montó una empresa de venta de trajes de baño de la marca Speedo, lo que le llevó a conocer al ejecutivo de la empresa, Bill Lee. Él se convirtió en su mentor. Le invitó a su casa de California y le dio oportunidad de estudiar en la Universidad de Stanford.
“Nunca me vio como alguien que podía llegar a los Juegos Olímpicos”, reconoce Argüelles. “Conocía a todos los entrenadores y nadadores del mundo. Su interés en mí fue porque vio algo que le atrajo. Lo consideré mi padre adoptivo y sus hijos son como mis hermanos”, añade.
Yo desde chiquito tengo sueños, ¡y voy a cumplir 62! Soy un hombre de acción. Cuando hice los Siete Mares, todo el mundo me preguntaba por qué a esa edad. Sigo viviendo con intensidad.
Me pregunté si hice todo lo que pude. Sí, sí lo hice. No tengo ningún remordimiento. No me frustra, no tenía los genes. No me gusta mirar atrás, lo que sucede, no puedes cambiarlo. Hoy me levanto todos los días y me imagino nadar el Canal de la Mancha ida y vuelta, en julio de este año. Me imagino el primer cuarto, cómo voy a regresar, cómo voy a llegar y espero que mi amigo me esté esperando con mariachis para celebrarlo.
Esta es la lista de siete lecciones que Antonio Argüelles aprendió en cada uno de los Siete Mares para esta pandemia. Parte de estas historias las explica en su libro, “Travesía Interminable”.
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