Opinión

Si hay incertidumbre, es democracia

Aunque sea poco evidente, algo hemos aprendido en 20 años de democracia, y los partidos se llevarán enormes lecciones de este proceso electoral. El 6 de junio en la noche habrá muchas sorpresas y muchos sorprendidos.

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“La Certeza es la muerte de la sabiduría, el pensamiento y la creatividad”Shekhar Kapur

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Una de las características más típicas de un régimen no democrático es la certidumbre de quién va a ejercer el poder en los próximos años. Más de 2.6 billones de personas en el mundo saben quiénes serán los encargados de tomar las decisiones que impactan sus vidas hoy, y en los próximos años, sin que ellos puedan decir nada al respecto. En esos países no hay ciclos electorales, no hay alternativas y no hay competencia por el poder. Como no hay competencia, no hay incertidumbre, y como no hay incertidumbre, quienes ejercen el poder carecen de incentivos para rendir cuentas, para acercarse a su población, para generar bienes públicos y para mejorar en el ejercicio del gobierno.

Por eso, una de las características más importantes de una democracia es la imposibilidad de predecir, a ciencia cierta, quién ganará una elección. Esa duda es la que genera diversos incentivos que son una buena noticia para la población. Primero, quienes compiten por el poder tienen que ganar la atención de quienes tienen en sus manos el poder de votar. Después de ganar su atención deben generar interés, ya sea a través de sus candidatos o de sus propuestas tendientes a solucionar problemas. Una vez obtenido el interés deben generar un contraste entre ellos y las demás alternativas: ¿Por qué soy mejor que las demás opciones? Para, finalmente, lograr la confianza suficiente que lleve al elector a depositar un voto por una sola opción en una urna.

Suena fácil, pero es toda una ciencia lograr eso, varias miles o millones de veces, en distintos electores, para obtener un solo cargo, por el que competían varias personas. Esa es la incertidumbre que beneficia a los gobernados, porque hace del poder algo pasajero, limitado e inseguro, que requiere ser renovado periódicamente y que depende de la voluntad de una sociedad cambiante.

Quienes hoy parecen inamovibles e invencibles por haber ganado una elección pueden perderlo todo en el siguiente ciclo electoral. Esto, aunque no parezca, genera poco a poco lo que se conoce como cultura democrática en un país. Se trata del cúmulo de experiencias que van generando en la población una idea cada vez más clara de lo que funciona y lo que no en la política del lugar. Esta cultura democrática genera, por un lado, sistemas de partidos más sólidos que se ven obligados a mejorar su oferta de liderazgos personales y sus ofertas de políticas publicas, además de sus resultados en el ejercicio de los diferentes cargos. Y, por el otro, un electorado cada vez más capaz de evaluar esas ofertas, apreciar a los liderazgos funcionales y distinguirlos de aquellos que son falsos o ineficaces.

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Por más de 70 años en este país reinó la certidumbre. Mis padres y abuelos siempre sabían quién iba a gobernar: el PRI. Fue hasta 1997 que la duda se apoderó de los distintos procesos electorales. Y, aunque no lo veamos, poco a poco se ha ido construyendo en la sociedad el inicio de cultura democrática.

Hace unos meses, todo parecía escrito. Morena, el partido en el poder, parecía listo para celebrar otra aplastante victoria como la del 2018. Tanto ellos como varios comentaristas de la política asumían que la popularidad del presidente y el triunfo pasado eran suficientes para repetir la hazaña. Pero los electores tenemos ya algo de cultura democrática acumulada.

Apenas surgieron los candidatos de los diferentes partidos y las ofertas de campaña, y todo el escenario cambió. Hoy, ya nadie habla de victorias aplastantes ni carros completos. Pocos se atreven a hacer predicciones. Los eslogan vacíos que antes funcionaban hoy generan enojo y desconfianza. Las estrategias de mercadólogos que tratan de vender candidatos como productos del supermercado generan risas y memes.

Aunque sea poco evidente, algo hemos aprendido en 20 años de democracia, y los partidos se llevarán enormes lecciones de este proceso electoral. El 6 de junio en la noche habrá muchas sorpresas y muchos sorprendidos. Esto es una buena noticia. Y, aunque aún nos falta mucho, este es el camino de una democracia funcional. Por eso, debemos cuidar lo que tenemos, y subir la vara a partir del 7 de junio, para que en 2024 empecemos a tener la oferta política que queremos y merecemos.

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