No importa si tienes hijos o si los niños son parte de tu vida directa o indirectamente, porque lo fundamental es cómo tratamos a ese pequeño que quedó dentro nuestro muchas veces desamparado.
Es costumbre adulta usar el dedo índice para señalar al otro o a los demás como los responsables y causantes de todo lo que nos pasa. Siempre lo de afuera es lo que crea la felicidad o destruye la paz, mientras que la mirada interior está faltante en casi todas las circunstancias.
Lo mismo con los niños, las infancias, los peques que son depositarios de nuestras frustraciones, palabras dichas en automático sin tener idea de su impacto global, irritabilidad, cuestiones no resueltas y una larga lista de neurosis que se las pasamos tan frescos, como si ellos y ellas fueran blanco fácil para sacarnos las cosas de encima lo antes posible.
Hace mucho tiempo (casi 30 años) que trabajo creando canciones, libros, sistemas de entrenamiento, formando gente y manifestando contenido para que los adultos recuperen la autoestima y con valentía se hagan cargo de lo que les toca. Este trabajo es de campo, es decir que me lanzo al ruedo de los chicos con una clara intención: voy a ser una escucha activa, sin juzgarlos, voy a ser participante de estos procesos y que mi granito de arena sea para despertar a los adultos de una vez por todas.
De ahí la propuesta de una manera de vivir desde el mindfulness, o sea la atención plena puesta en lo que pasa aquí y ahora zafando de la mente rumiante del pasado o la proyectora catastrófica del futuro.
Con lo cual el título de mi columna es clarísimo, vamos a dejarlos en paz y ocuparnos de nosotros con la convicción de que si evolucionamos entenderemos con certeza nuestro rol en este nuevo mundo.
Toda la narrativa obsoleta tiene que ser soplada y diluida gradualmente. Estos son algunos ejemplos: “los niños están agresivos”, “hacen bullying”, “no se comportan”, “no escuchan y gritan mucho”, “ mi hijo es así o asa…” con adjetivos calificativos que enunciamos sin tapujos como “es tímido, retraído, hiperactivo, descontrolado, perfecto, ingenuo, perezoso, la princesa, el príncipe, despistado, travieso, malhumorado, etc, etc, etc”.
Muchas de estas palabras las decimos sin mala intención, casi por costumbre o hábito y no las cuestionamos sino que son parte del folclore que sale de nuestras bocas, ya que asumimos que no hacen daño o que no marcan, sobre todo las que catalogamos como chistosas o positivas.
De igual modo nos las decimos a nosotros mismos permanentemente y vamos agregando más y más términos para contar quienes somos, explicando que ‘es nuestra personalidad” y que por eso no podemos cambiar nada.
Lo cierto es que cada uno de esos términos tiene un nivel vibracional que aunque no veamos siempre está y es hora de comenzar a tomar conciencia de que no beneficia a nadie, a los adultos nos quita el bulto de encima temporalmente y a los chicos les ponemos una mochila que no les corresponde.
Entonces te invito a practicar la siguiente meditación/ritual que facilita la mirada propia, sin culpas o autocastigos, llena de responsabilidad y de hacernos cargo.
No importa si tienes hijos o si los niños son parte de tu vida directa o indirectamente, porque lo fundamental es cómo tratamos a ese pequeño que quedó dentro nuestro muchas veces desamparado.
Por lo tanto, haz esta meditación y ritual primero para ti, luego para los demás.
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