La negación de los problemas de violencia estructural y reforzamiento de estereotipos de género es común en los discursos.
A tres años del gobierno más feminista de la historia –como al presidente le gusta nombrarlo–, los temas relacionados con igualdad de género y violencia contra las mujeres y niñas están en crisis. No digo que antes estábamos mejor, mucho menos en temas de seguridad y violencia contra las mujeres; pero hoy, desde un discurso conservador, no solo el movimiento feminista es visto como el enemigo, sino que sus exigencias no se traducen en políticas públicas ni estrategias concretas. Por el contrario, la negación del problema y un nulo entendimiento a los movimientos ha echado abajo algunos avances.
Justo en medio del resurgimiento de los movimientos feministas, la prevención y atención a la violencia contra las mujeres, el acceso a la justicia y la igualdad de género en diversos ámbitos son una utopía cada vez más lejana. Algunas académicas han estudiado la reacción de los gobiernos (liberales y autoritarios) hacia este avance de la movilización y de otras agendas como la diversidad sexual. Su reacción ha sido empujar su retroceso y construir barreras, a veces simbólicas, como la barda del Palacio Nacional en el 8M, y a veces legales y físicas, como las detenciones de mujeres en las marchas. La supremacía del Estado y de sus gobernantes –mayoritariamente hombres–, tal y como lo conocemos ahora puede estar en peligro, y no van a permitir esa amenaza.
Esa obstrucción de los gobiernos al avance feminista tiene implicaciones en el diseño e implementación de políticas públicas para dar solución a problemas estructurales relacionados con los derechos humanos de las mujeres.
Muchas cosas están mal en México, podría elaborar una lista larga, pero me centraré en dos grandes temas de las agendas feministas: la violencia contra las mujeres y los trabajos de cuidado y domésticos.
En el gobierno más feminista de la historia, la violencia contras las mujeres no para…
En el gobierno más feminista de la historia, tenemos políticas públicas cada vez más débiles o inexistentes…
Hay una multiplicidad de factores que permiten que todo lo anterior no solo minimice, sino aumente. En el tema de la violencia, una cosa es evidente: no hay avances ni resultados. La ineficacia de las instituciones de seguridad y de procuración de justicia es incuestionable: órdenes de protección sin emitir o no ejecutadas; policías que no cuentan con las herramientas para prevenir, atender e investigar casos; falta de recursos a nivel local; fiscalías rebasadas y sin presupuesto; un Estado cada vez más militarizado y con más armas de fuego y, por supuesto, creer que mediante un sistema punitivista se va a solucionar un tema estructural como es la violencia de género contra las mujeres.
En cuanto a la carga del trabajo de cuidados y doméstico, el Estado no solo eliminó políticas imprescindibles para desfamiliarizar el cuidado como las instancias infantiles, sino que, durante la pandemia, transfirió totalmente la responsabilidad educativa a las familias, actividades asumidas en mayor medida por las mujeres, y sin ninguna otra acción o política para equilibrar esta carga. El Sistema Nacional de Cuidados (SNC), así como la aprobación de licencias de paternidad más allá de los cinco días que da la Ley Federal del Trabajo, están pendientes en sus respectivas comisiones. El Estado no ha querido asumir el costo y destinar presupuesto.
El panorama no es muy esperanzador. Temas tan complejos e importantes son reducidos por el gobierno a tener mujeres en las estructuras de gobierno –aunque no exista una agenda feminista–; la negación de los problemas de violencia estructural y reforzamiento de estereotipos de género es común en los discursos y esto se traduce a políticas de austeridad que afectan principalmente las políticas sociales para la igualdad de género.
¿Qué nos queda?
Nos queda la fuerza de los movimientos feministas, de quienes resisten allá afuera y ponen el cuerpo y el alma en las protestas para que nos hagan caso. Nos quedan las mujeres que buscan a sus hijas y visibilizan, desde el dolor, toda la injusticia del país. Nos quedan las mujeres que no denunciaron por miedo o por desconfianza, quienes resisten y salen adelante por sus redes de apoyo, no por el Estado. Nos quedan quienes sí denunciaron y atravesaron por procesos terribles, pero hicieron justicia.
Quedan nuestras resistencias, propuestas y exigencias en este, el gobierno más feminista de la historia. Quedamos todas nosotras.
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