Opinión

El fin del Estado (como lo conocemos)

Mientras sigamos aplaudiendo a las utopías y cerrando los ojos a los límites del Estado, nunca tendremos Estados viables.

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El Estado viable es uno que, al menos, cuadra sus cuentas, y no solamente año con año. Es un Estado que no usa recursos de los residentes y ciudadanos del futuro para pagar compromisos hechos con la generación actual. Es un Estado que no es corrupto, y por ello tiene que ser eficiente en supervisar a sus funcionarios, pero también tiene que contar con mecanismos efectivos de castigo de conductas antisociales. Un nuevo ser humano, humanista y honesto puede ser necesario en ese Estado, y quizá hay pueblos sobre la tierra que ya construyeron, a través de la educación, a esa persona. Aquí no.

Los liberales del siglo XX pensaron que el Estado viable quizá, por un asunto de coordinación y supervisión de gente no tan buena y honesta, debía ser un Estado mínimo. Esa premisa, a lo mejor, es lo que la izquierda y la prensa de izquierda llaman neoliberalismo. Los príncipes del Estado omnisciente, omnipotente, omnipresente, resintieron este cambio, a inicios de los 90. Ya no eran ellos los que podían construir y destruir vidas y haciendas. Ya no eran ellos quienes podían decidir las políticas de redistribución del ingreso y el patrimonio sin pasar por las legislaturas o las cortes. Los últimos 70 años de América Latina son un ir y venir entre los que quieren que el Estado se adueñe de todo, y decida el destino de todos, y los que preferirían que el Estado fuera mínimo, y dueño de menos cosas; entre ellas, nuestras vidas. 

Por eso no hemos podido avanzar. La participación de la región en el PIB global se ha mantenido estancada. La región que produjo billonarios, como Carlos Slim, ha quedado opacada. Realmente no produjimos regímenes liberales; creamos una economía de capitalismo de cuates, y bajo esa lógica no hay creación de nueva riqueza. Solamente unos le quitan a otros. Jeff Bezos es cuatro o cinco veces más rico que Carlos Slim. La diferencia entre uno y otro: Bezos es un emprendedor con aspiraciones de monopolista, pero un innovador y disruptor de mercados. Vive en un Estado que le pone límites, pero que permite que crezca y se desarrolle. El otro es un buen empresario, pero a la antigüita: hay que explotar al consumidor y destruir a los competidores a toda costa. El cambio tecnológico, la creación de nuevos mercados, la innovación y la construcción de nueva riqueza no es importante. 

Quizá esa es la diferencia más importante entre los militantes de la izquierda y los liberales. Los primeros creen que el juego económico es una rapiña entre los que tienen y los que no. Los segundos creemos que es posible crear nuevas fuentes de riqueza, y que el Estado no debe ser dueño de vidas y haciendas; tiene que crear las condiciones para que a todos nos vaya bien. 

A los liberales, la izquierda nos vende como los que quitamos privilegios inviables que el Estado daba (quéjense con Salinas; yo era un niño). La izquierda vende una utopía, y la gente la compra. Como lo vimos en las calles de Santiago de Chile ayer, la gente aplaude rabiosamente cuando un partido de izquierda se apodera de un gobierno, porque a los defensores de la libertad se nos asocia con Pinochet y los “Chicago Boys”. Una dictadura militar tampoco es un Estado viable. Un militar autoritario y asesino no es un liberal. Pinochet pudo liberalizar algunos mercados en Chile, pero no fue un liberal. 

Mientras sigamos aplaudiendo a las utopías y cerrando los ojos a los límites del Estado, nunca tendremos Estados viables. Aún los grandes estados de bienestar escandinavos, tan paseados y sobados por la izquierda, son en su mayoría monarquías socialdemócratas con serios problemas para cerrar sus cuentas. Eventualmente no serán viables. Es imposible abolir al mercado y a sus injusticias, y esperar que las cosas funcionen mejor bajo el yugo del Estado y sus injusticias. Stalin y Pinochet pensaban distinto en lo económico, pero al final, la democracia les estorbaba. En la medida en que la política haga inviable la economía, podemos esperar muchos años de pobreza, tristeza e inestabilidad en la región latinoamericana. Lo único que se puede pedir es que, sean de derecha o izquierda, no destruyan la democracia. 

Olvidémonos del Estado. Al menos de aquí al día de Reyes. Esta columna tomará un inmerecido pero necesario descanso y volverá en la primera semana de enero. Gracias por leernos, y feliz 2022.  

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