Opinión

La guerra ya no es lo que era

Hoy se ve que el rival más débil no lo es tanto cuando la comunidad internacional, al menos la que representa lo occidental, se une para condenar la agresión

Luego de la pandemia que por mas de dos años ha padecido el mundo y de esperar que esta crisis generara un replanteamiento de las prioridades de las sociedades, ha llegado un nuevo revés que puede tener tal profundidad que desemboque en una reconfiguración del orden mundial.

Aun cuando dicho fenómeno sanitario no produjo los cambios en la escala esperada, debe recalcarse que la guerra iniciada de manera unilateral y contra toda regla del derecho internacional por el presidente ruso Vladimir Putin ha logrado despertar una especie de consenso a la medida de lo indefendible que es dicho acto.

Los impulsos expansionistas rusos no caben en la realidad del siglo XXI y, además, se encuentran basados en la idea de una fuerza que ya no existe y que definitivamente no es suficiente para enfrentar el contundente paquete de sanciones que el mundo occidental ha desplegado como respuesta a estos actos atroces.

Entre otras cosas, se ha podido ver una escalada de sanciones sin precedentes que buscan asfixiar financiera y comercialmente a la economía número 11 del mundo, y que muy probablemente la lleven a una crisis que debilite aún más el de por sí reducido apoyo que esta guerra ha tenido dentro de su propia sociedad y, también, su inestable economía.

Acciones como la congelación de activos de los altos mandos rusos, la limitación de movimientos a sus oligarcas, la reducción drástica del margen de maniobra de su banco central, la expulsión de algunos de sus bancos de la plataforma de intercambios SWIFT (a través de la cual se comunica internacionalmente el mundo financiero), el cierre del espacio aéreo de la Unión Europea (UE) a las aeronaves rusas, el apoyo con la provisión de equipo militar que tanto la UE (lo cual es un hecho sin precedentes) como diversas potencias han brindado a Ucrania dan muestra de ello.

Por su parte, se tiene que Ucrania cuenta con un jefe de Estado como Volodímir Zelenski quien, sin tener la formación y experiencia de Putin, ha enfrentado de una manera inesperada y audaz la amenaza y el ataque, lo que puede elevarlo a niveles importantes de liderazgo mundial, si así lo capitaliza después del conflicto. Ello a pesar que sus orígenes poco tienen que ver con la formación “típica” de los gobernantes del mundo.

De igual manera, y tal como sucedió con la pandemia, la tecnología y sus propietarios están jugando un rol fundamental en la guerra que se vive, pues personajes como Elon Musk y Mark Zuckerberg están demostrando el poder que tienen y lo están poniendo a la disposición de quien desde cualquier frente es el rival más débil en esta lucha de fuerzas, recursos tecnológicos que pueden hacer la diferencia, como es, por una parte, el caso de la red Starlink y, por otra parte, cerrando los candados de acceso a plataformas torales de información como hoy lo son las redes sociales.

El modelo de hacer guerra que hoy estamos atestiguando dista mucho del tradicional. Hoy se ve que el rival más débil no lo es tanto cuando la comunidad internacional, al menos la que representa lo occidental, se une para condenar la agresión, y también se observa que los agentes privados pueden participar en una guerra de manera contundente y legítima, pudiendo ser considerados, incluso, combatientes de la misma.

De esta manera se tiene que las guerras del siglo XX tienen profundas diferencias con las que se puedan vivir en este tiempo, encontrando por lo pronto que los Estados nacionales que en algún momento fueron los únicos protagonistas, ahora cuentan con nuevos invitados: las grandes empresas privadas (específicamente las tecnológicas) que, como ya se notó, pueden no responder a Estado alguno y guiar su actuar por sus propias políticas, impactando profundamente en la estabilidad o inestabilidad de la organización política por excelencia que es el Estado.

Hoy, el umbral de tolerancia que se tiene para el actuar de los líderes con tendencias autocráticas, así como también los espacios para no adoptar posiciones argumentando una supuesta “neutralidad”, se han reducido sensiblemente.

La historia es imborrable e implacable.

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