Opinión

Un placer culpable y necesario: seis años sin Juan Gabriel

Provocador, frontal, divertido, transgresor, el legado de Juan Gabriel será eterno, como la devoción de sus seguidores.

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La pasión que levantó Juan Gabriel en este país es indescriptible. En su clásico de 1981, Escenas de pudor y liviandad, Carlos Monsiváis definió a “El Divo de Juárez” como una institución nacional, a la que comparaba, incluso, con el escritor Salvador Novo.

Alberto Aguilera Valadez, Juan Gabriel, dejó de existir un día como hoy, el domingo 28 de agosto de 2016, en Santa Mónica, California, muy lejos de la tierra que lo vio nacer el 7 de enero de 1950, pero que lo vio triunfar, como todo su país y el mundo entero.

Juan Gabriel no pertenece a los mexicanos, es un personaje universal. Sus composiciones todavía son cantadas por artistas tan distintos como Marc Anthony o Thalía; Laura Paussini o Chayanne; Alejandro Fernández o Vicentico; Jaguares o Pandora; la Maldita Vecindad y Rocío Durcal, quizá su más conocida intérprete.

La sencillez de su música, la universalidad de sus temas, su canto al amor y al desamor, hicieron que en México prácticamente nadie desconozca una canción de su autoría, que se cantan lo mismo en bodas que en bautizos, en graduaciones de colegios privados que en bailes de barrio, con mariachi, banda o en covers de bandas de rock.

Juanga es un placer culpable y necesario. Su historia del esfuerzo y el ascenso social atrapó a propios extraños. De una infancia llena de privaciones y maltratos al estrellato; de cantar en bares y cantinas a los mejores escenarios de México y el mundo de habla hispana; de su paso por la penitenciaría de Lecumberri a los millones de discos vendidos y el reconocimiento total. Pero su historia también fue la de la gratitud, de ahí la composición de su nombre artístico: Juan, por Juan Contreras, su primer maestro de música; Gabriel, por el padre ausente.

Para Monsiváis, que apoyó su presentación en el Palacio de Bellas Artes, en 1991 (escribió, incluso, el programa de mano del evento), el encumbramiento de Juan Gabriel fue el “reconocimiento a la diversidad”. Lo comparó con Pedro Infante, Joaquín Pardavé y Germán Valdés Tin Tán, personajes a los que definió como “símbolos, emblemas, formas lingüísticas que, asimiladas y ‘reconvertidas’, serán parte de la cultura popular”.

“En el encono contra Juan Gabriel”, escribió Monsiváis, “actúa el odio a lo distinto, a lo prohibido por la ética judeo-cristiana, pero también se manifiesta el rencor por el éxito de quien, en otra generación, bajo otra moral social, hubiese sido un paria, un invisible socialmente”.

¿Qué era la música para Juan Gabriel? “Una manera de comunicarme con los míos, de agradecer que soy parte de cada persona que ha contribuido a mi realización. Gracias a ella no soy un desgraciado: he tenido para comer, para hacer muchas cosas que no hubieran sido posibles si me hubiera dedicado a otra cosa”, declaró en una entrevista con el diario La Jornada, en 2012. Para Juanga, su público era todo y él, junto a Agustín Lara José Alfredo Jiménez y Armando Manzanero, son el póker de ases que educó sentimentalmente a todo un país.

En un mundo de artistas creados artificialmente, de cantantes de plástico, Juan Gabriel se mantuvo vigente por su autenticidad y su sencillez, virtudes que le reconoció el público hasta su último aliento.

Provocador, frontal, divertido, transgresor, el legado de Juan Gabriel será eterno, como la devoción de sus seguidores. Pocas semanas antes de su muerte, le llovieron críticas por hacer un cover de la clásica canción de la banda estadounidense Creedence Clearwater Revival “Have you ever seen the rain?”, que él títuló “Gracias al sol”. Como a lo largo de su carrera, Juan Gabriel salió ileso de los comentarios negativos. Incluso, horas después de su muerte, el propio John Fogerty, el compositor de aquella canción, le dedicó unas palabras al ídolo michoacano.

¿Qué es la muerte?, le preguntaron más de una vez y él respondía sin miedo: “Cuando yo me duerma, ella despertará, es una cosa tan natural”.

“Juan Gabriel no era ‘inmorible’: es inmortal. Se fue el hombre pero queda el músico, enorme y eterno”, escribió el cronista colombiano Alberto Salcedo Ramos al enterarse del deceso del ídolo.

¡Ay Juanga, cómo quisiéramos, que tú vivieras!

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