Políticas de la era Trump fuerzan a familias a tomar decisiones de vida en la frontera
Los niños solicitantes de asilo rezan en una plaza donde algunos han estado viviendo durante semanas después de haber sido enviados de regreso bajo el Título 42 debido a la pandemia con sus padres en Reynosa, México, el 24 de marzo. Fotografía: Veronica G. Gardenas/The Guardian

Confundida y decepcionada, Mimi estaba sentada en la banca de un parque en la ciudad de Reynosa, Tamaulipas, no lejos de la frontera con Texas. Abrazada a ella estaba su pequeña hija de seis años

La joven madre hondureña estaba desconcertada por lo cerca que estuvieron de cumplir su sueño americano, más porque fueron sus propias palabras las que la alejaron de él.

Regresaron a cerca de 200 personas en el puerto de entrada de EU y todos estaban en la plaza, todos viviendo diferentes etapas de duelo.

“Cometí un error”, dijo Mimi, quien pidió que no se utilizara su verdadero nombre por miedo a la represalias.

Unos días antes, ella y su hija cruzaron el Río Bravo para llegar a EU, en donde se entregaron a los oficiales federales para pedir asilo.

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Pero cuando los agentes le preguntaron la edad de su hija, Mimi pensó en que faltaban unas semanas para su cumpleaños en mayo y redondeó la cifra.

“Siento que eché las cosas a perder porque dije ‘siete’  y sólo tiene seis”, dijo.

Los oficiales de la región sur de Texas tienen la instrucción de que las familias con niños de seis años o menores sean liberadas en EU mientras esperan sus juicios de migración. Los niños que no estén acompañados de un padre o de un tutor también pueden quedarse.

Pero las familias con niños más grandes tienen que regresar a causa del código público de salud federal Título 42 que invocó la administración Trump el año pasado para realizar deportaciones sumarias a causa del supuesto riesgo de salud que suponen los migrantes durante la pandemia de Covid.

Los activistas consideran que el uso de las provisiones de la Title 42 viola las obligaciones de EU dentro de la ley internacional para ofrecer el proceso debido a los que solicitan asilo.

Y la aplicación contrastante  del código para familias con niños de más o de menos de seis años los obliga a tomar decisiones que les cambia la vida en la frontera.

Algunas mujeres toman la decisión de dejar a sus niños solos en la frontera.

María del Carmen Fuentes y sus dos hijos más jóvenes dejaron Honduras en febrero para escapar de una pandilla local que quería reclutar a su hijo de 16 años, Rafael. Cuando llegaron a la frontera de EU, Rafael decidió que haría el viaje solo, para buscar una educación y un futuro que consideraba no tendría en su país

“Lloré”, dijo Fuentes, y su voz se rompió en sollozos al recordar la despedida.

Con su hija de 14 años, Marlén Jaquelín, Fuentes cruzó primero a EU. La detuvieron rápidamente, le tomaron las huellas digitales y regresaron a México.

Rafael hizo el viaje unos días después y todavía está bajo custodia federal. La hija más grande de Fuentes vive en EU y está esperando para ser su tutora, cuando la Oficina de Reubicación de Refugiados lo apruebe.

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“Quiere estudiar, y me va a ayudar si no puedo cruzar”, dijo Fuentes. “Si no podemos cruzar al otro lado, regresaremos a nuestro país”.

Aunque sabe que los niños sin acompañantes pueden entrar al país, Fuentes no tiene planes de mandar a Marlén Jaquelín a cruzar la frontera sola. “No mi hija. Es niña y es más peligroso”, dijo Fuentes.

Los migrantes, especialmente las mujeres y las niñas, suelen enfrentarse a situaciones de violencia en el camino. Los secuestros son comunes, la extorsión, la tortura, la violación y los ataques sexuales también son parte del riesgo. Para muchas mujeres, la preparación para el viaje incluye tomar anticonceptivos.

Por ahora, Fuentes y su hija viven en un cuarto de hotel que paga la ONG Sidewalk School, que en un principio se creó para ofrecer educación  a los niños que esperaban en México durante la política ya cancelada de Quédate en México, de Trump. Ahora, sin embargo, la organización cambió el enfoque a alimentar y hospedar a los migrantes.

“Las cosas han cambiado completamente y nada es como lo esperábamos, y Sidewalk School no pensaba tener que hacer esto”, dijo la cofundador del grupo Felicia Rangel-Samponaro.

Sidewalk School alimenta ahora a 200 personas al día en Reynosa, pero cada día llegan más y son expulsados de EU o vienen del sur con dirección al norte, y las necesidades son más que los recursos. “Esto es diferente ahora porque estamos alimentando adultos y niños”, dijo. “Esto se ha convertido en una crisis”.

De regreso a la plaza, Mimi consideró sus opciones y a su hija. 

“No hay nadie listo para recibirla allá”, dijo. “Tiene que ser un pariente con un apellido similar”.

Al final, dijo, seguramente van a volver a probar su suerte en la frontera. Lo único que tiene claro es que no va a mandar sola a su hija.

“Admiro su valentía”, dijo Mimi, hablando de las madres que llegaron al mismo lugar y optaron por la separación voluntaria. “Algunas veces no es valor, es necesidad”.

En la misma plaza, Marta Cortez, una mujer recién llegada de Guatemala y madre soltera, llevaba a su hija de cuatro años, Beberlyn, mientras paseaba bajo una lonas en donde estaban acampando cientos de personas.

Llegaron esa mañana sin planes sobre cómo entrar a EU más allá de los rumores que habían escuchado de otros migrantes.

Dicen que estaban cruzando con niños”, dijo Cortez. 

Al igual que la mayoría de los migrantes, su decisión de dejar la casa se debía a una combinación de factores, incluyendo la violencia y la pobreza.

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Su familia se desbarató cuando mataron a su padrastro mientras trabajaba, y Cortez y su hija se quedaron sin un hogar estable. Lo peor fue cuando perdió su trabajo en un restaurante local. Entonces decidió ir al norte a buscar una nueva vida.

“Voy a ver qué pasa aquí si me quedo, porque no quiero regresar”, dijo Cortez, mientras agarraba de la mano a Beverlyn.

Se alejó pensando en lo que había después y se perdió entre la gente que rezaba, lloraba y reconsideraba sus opciones en la frontera.

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