Homero Aridjis, el poeta que vio borracho a Juan Rulfo y venció a Arreola en el ajedrez
Homero Aridjis recopiló anécdotas con diversos escritores en su nueva obra. Foto: Betty Ferber

Homero Aridjis caminaba sobre Paseo de la Reforma, junto con su amigo Juan Martínez, cuando notó que un hombre estaba tirado en un prado a la altura del Ángel de la Independencia. Era Juan Rulfo, quien se encontraba borracho, a la deriva y sin sus dientes postizos.

Aridjis y su camarada lo ayudaron a levantarse, encontraron su dentadura y lo acompañaron a su casa. Rulfo estaba desconcertado, tambaleante y balbuceaba. Homero, uno de los poetas relevantes del siglo XX, recuerda perfecto ese momento casual con uno de los escritores más emblemáticos de México. Lo atesora junto al sinfín de anécdotas que vivió con personajes de la talla de Juan José Arreola, Carlos Pellicer, Octavio Paz, Francisco Toledo y Elena Ponitowska. Esas historias las recopiló en su libro Los peones son el alma del juego, al cual denomina como “novela de formación”.

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“Yo soy el personaje con otro nombre, con un alter ego que es Alex. No es una autobiografía formal, sino que se crea una ficción del ego del lector, es como James Joyce con Retrato del artista adolescente. Esta novela podría pertenecer al género de autoficción, en el que el autor se convierte en ficción”, describe Aridjis.

En esta nueva obra del poeta nacido en Michoacán, el ajedrez juega una pieza central. Refiere que es un juego “inacabable, donde no se apuesta el dinero, sino el ego que puede ser aplastado con una derrota” y que gracias a él pudo hacerse amigo del escritor y académico, Juan José Arreola.

Las partidas eran continuas. Una tras y otra y con la coincidencia de que Aridjis siempre le ganaba a su maestro. No importaba el arranque, el desarrollo o el cierre, el jaque mate siempre estaba del lado del michoacano. A Arreola no le quedaba otra opción que clamar por la revancha. El vínculo entre ambos se solidificó.

“Los encuentros de ajedrez comenzaban en el Centro Mexicano de Escritores y terminaban en casa de Arreola hasta la 1 o 2 de la mañana. El juego era una metáfora de la vida y cada revancha me permitió coexistir con la literatura. Él entre jugada y jugada decía versos de Federico García Lorca, Rilke de Francisco de Quevedo. Estaban animadas las partidas por citas literarias”, rememora Aridjis.

Esa amistad trabada entre peones, alfiles, caballos, torres, la reina y el rey dio pie a aventuras para el poeta, junto a personajes que fueron pilares en la vida cultural del país durante el siglo XX. Sin embargo, los descubrió como seres llenos de vida, obsesiones, temores, filias, fobias y amores, no como ídolos de mármol sacralizado.

“Los meto en el libro, no como monumentos inamovibles y solemnes. Hay un vicio en la cultura mexicana que es idolizar, porque uno aprendió que Benito Juárez es una estatua, sin vida personal. Cuando Paz dijo que los poetas no tienen biografía, me alarmé porque, si hay alguien que la tiene, son los poetas. Hay a quienes la biografía los abruma, como García Lorca que lo matan; Xavier Villaurrutia que vive una vida tormentosa y según se sabe murió asesinado”, afirma Aridjis.

“A Rulfo había que conocerlo por su personalidad, a Francisco Toledo y Leonora Carrington, también. Los frecuentaba pero no como monumentos, sino como personas con las que se podía platicar en cualquier momento”.

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Homero Aridjis, en su juventud. Foto: Ricardo Salazar

Justo con Juan Rulfo, Aridjis no sólo vivió la anécdota inicial de la borrachera en Paseo de la Reforma, sino que lo citaba a tomar un café. Pero los encuentros no eran un sitio cualquiera, sino el Hospital Pediátrico que tenía un par de mesas y se ordenaban los alimentos en una dulcería.

“Era un lugar dramático y le dije yo ‘¿por qué citas aquí? Uno sale angustiado por lo que ve y escucha’. Rulfo decía:’ escucha, es un lugar quieto y se puede platicar tranquilo’. Entonces yo le respondía ‘Pero oye, ve lo que pasa alrededor con gente angustiada’. Él insistía: ‘ellos están en lo suyo'”, dice entre risas .

“Era ajeno a la realidad, era un hombre tenso que estaba mal de su cuerpo, como si quisiera salir y eso lo hacía muy auténtico como escritor porque era la misma persona. Tenía obsesiones, sabía de somníferos, era culto, lo encontrabas en las librerías tirado en el suelo leyendo. Era de los escritores que más leía libros. Era un hombre muy entrañable”, asegura.

La mujer que enemistó a Paz con Toledo

Homero Aridjis recuerda que tuvo una charla plagada de recuerdos con Francisco Toledo, antes de que éste falleciera. En esa plática, el pintor le contó santo y seña del momento en que se enemitó con Octavio Paz por el amor de una mujer.

Ella era italiana de nombre Bona Tibertelli. Quienes la conocieron la describen como una mujer exhubertante, bella, desenfadada y con una sensualidad tremenda. Paz se enamoró de ella, pero Bona prefirió a Toledo.

“Francisco me dijo que no se avergonzaba de ese momento, porque fue una relación de pasión en la que ella tenpia como 35 años y él andaba en sus veintes. Como provinciano, nunca había conocido a una extranjera, por lo que quedó prendido”, dice Aridjis.

Cuando Octavio Paz pretendió que lo acompañara a la India cuando fue nombrado embajador, Bona simplemente le dijo que no iría con él a Bombay, sino con Toledo a Mallorca. Desde entonces, hablar de Toledo se convirtió en un tabú en el mundo oficial de la cultura mexicana.

‘Una atrocidad de AMLO destruir Chapultepec’

El poeta michoacano gustaba de ir a Chapultepec a jugar ajedrez con Arreola y tener encuentros con otros escritores del Siglo XX. En general, la Ciudad de México le parecía formidable por ser el epicentro de la cultura de América Latina. Esa urbe ha desaparecido, según su juicio.

“Hemos perdido la Ciudad de México, era un centro de cultura con una continuidad histórica, porque los lugares seguían vivos. Una de las grandes atrocidades de AMLO es tratar de destruir Chapultepec (con su proyecto), porque era el bosque histórico, uno de los más importantes del mundo. Pasé ahí con Arreola, vi a Pellicer, gente del pueblo mexicano; Elena Poniatwoska hablaba del México popular”, argumenta.

“El primer hachazo fue de Hank González con los ejes viales. Luego, la mala planeación de la ciudad que destruyó la cultura de los barrios. La ciudad no era tan peligrosa, podías caminar a la 1 o dos de la mañana sin perder la vida. La corrupción ha destruido la ciudad de méxico, esta manía de destruir lo que queda para hacer negocios, edificios chafas en lo que se roban la mitad. Ahora, es un monstruo, Tiene un gigantismo inmanejable” complementa.

Aridjis, tras ese análisis, lanza un pronóstico obscuro: “El destino de la Ciudad es morir de sed, su muerte será por falta de agua”.

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