Retan al sistema y destruyen los estigmas: el día a día de las familias LGBT+
Hoy, el matrimonio igualitario en México es una realidad, pero hay familias que tuvieron que pasar por varios obstáculos. Foto: Majo Vázquez/La-Lista

Ricardo Gallardo nació y creció en una familia católica y conservadora en León, Guanajuato. Siempre creyó que las personas LGBT+ viven y mueren en soledad, pues existía el estigma de que son “incapaces” de tener una relación estable. En su panorama nunca estuvo casarse y mucho menos formar una familia homoparental. 

“Con el paso del tiempo, poco a poco, yo mismo fui rompiendo esos paradigmas, porque yo tenía esa mentalidad de que, efectivamente, así iba a terminar, solo, y por eso tenía que aprovechar la vida, antes de que eso pasara”, dice Ricardo en entrevista con La-Lista

En su intención por disfrutar la vida antes de que “la soledad llegara”, Ricardo se fue a estudiar a Estados Unidos alrededor del año 2006. El plan era estar allá por seis meses, pero terminó quedándose tres años, luego de haber conocido a Julio César Ofarrell, otro mexicano que radicaba con su familia en ese país. 

“Fue algo muy bonito conocer a Julio, porque para empezar no me lo esperaba. Estábamos los dos muy chicos, y al mes de conocernos nos hicimos novios. Teníamos 20 años de edad y ya estábamos viviendo juntos, entonces nos tocó crecer y madurar al mismo tiempo. Batallamos un poco en los primeros años de adaptación, pero definitivamente vimos que fue la mejor decisión que pudimos haber tomado”, recuerda Ricardo.

A los tres años de relación, Ricardo Gallardo comenzó a extrañar a su familia y su vida en Guanajuato. Consideraba que Estados Unidos era un gran lugar, pero no para vivir permanentemente. Así que habló con Julio y lo convenció de regresar juntos a León. 

Las cosas no cambiaron para la pareja: la relación siguió siendo amorosa y respetuosa. Ricardo y Julio ya llevaban siete años juntos y hasta ese momento ninguno había tocado el tema del matrimonio o de formar una familia. Pero un viaje a Puerto Vallarta, Jalisco, les sembró la idea. 

“Ahí conocimos a una persona que nos dijo: ‘si ya tienen una relación tan estable, de tantos años, deberían pensar en casarse’. Nosotros nunca vimos el matrimonio como algo necesario, porque siempre hemos dicho que el compromiso lo tienes con la persona y no con un papel, pero esta persona estaba precisamente viviendo el duelo de su pareja fallecida, con quien pasó muchos años y nunca se casaron”, cuenta.

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Ricardo y Julio César llevan 18 años juntos y formaron una familia. Foto: Facebook/Ricardo Gallardo

Esa persona les contó que junto con su pareja logró construir un patrimonio: casa, carro y un negocio, así que estaban confiados en que si algo llegaba a pasar eran beneficiarios mutuos –también lo habían establecido en sus testamentos–, por lo que nunca creyeron importante casarse. Pero cuando su pareja falleció, la familia impugnó el testamento y a él le quitaron todo alegando que solo eran compañeros de cuarto. 

Ricardo y Julio conocieron un caso simular con una pareja de mujeres, en el que una de ellas cayó en coma y la otra no pudo tomar ninguna decisión al respecto, pues no estaban casadas ni tenían ningún acta de concubinato. La pareja no pudo interceder, la decisión final la tomó la familia de la paciente y la desconectaron. 

“A veces uno cree que no es necesario tener un documento que te ampare de manera legal, pero claro que lo es. Entonces nosotros tomamos la decisión de casarnos, pero nos topamos con que en Guanajuato no se podían casar parejas del mismo sexo. Hubo personas que nos dijeron que nos fuéramos a otro estado donde sí estuviera autorizado, pero pensamos ¿por qué nos vamos a ir a otro estado si aquí es donde vivimos, donde trabajamos y donde pagamos impuestos? Es aquí donde tienen que garantizar nuestros derechos”, dice Ricardo. 

La travesía para casarse

El matrimonio igualitario en Guanajuato se legalizó en diciembre de 2021. Antes de que el Congreso local legislara al respecto, las parejas del mismo sexo que deseaban casarse debían recurrir a juicios de amparo, tal como hicieron Ricardo y Julio César. 

En 2014, cuando Ricardo y Julio comenzaron a buscar las vías para unirse en matrimonio civil, solo la Ciudad de México, Quintana Roo y Coahuila permitían el matrimonio igualitario. Así que solo tenían dos opciones: ir a cualquiera de esos estados o luchar por este derecho en Guanajuato. 

“Optamos por meter una demanda en contra del Registro Civil del Estado de Guanajuato por discriminación. Aunque ya había una pareja de chicas que se casaron antes que nosotros, lo hicieron de manera anónima, entonces no teníamos como tal una línea para seguir o un antecedente de cómo manejar la demanda, por lo que empezamos de ceros. La demanda nos costó más de 40 mil pesos, y no teníamos la garantía o la seguridad de que íbamos a ganar”, cuenta Ricardo. 

En lo que la demanda contra el Estado seguía su curso, Ricardo y Julio César tuvieron una boda religiosa. En noviembre de 2014, se casaron en la Iglesia de la Comunidad Metropolitana, una congregación conformada por sacerdotes que desertaron de la Iglesia católica y que son creyentes de que “Dios no discrimina y que lo que se enamoran son las almas, no los cuerpos”. 

Mientras la pareja disfrutaba su luna de miel, su abogado les llamó para informarles que habían ganado la demanda contra el Estado, algo que creían casi imposible. Pero no fue todo: el caso había llegado a la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), que ordenó al Registro Civil de Guanajuato realizar el matrimonio. 

“De inmediato nos regresamos a León, pero fue toda una travesía, porque había muchos intereses de por medio, principalmente políticos, pues no dejaba de ser un estado conservador. Empezamos a recibir amenazas de la sociedad en general cuando hicimos público nuestro caso. En un inicio quisimos mantenerlo en privado, pero activistas nos aconsejaron que no hiciéramos lo mismo que la primera pareja que logró casarse, porque nuestro logro también era el de la comunidad, y era el mensaje de que si querían casarse podían hacerlo”, dice Ricardo. 

El 17 de enero de 2015, “contra todo pronóstico”, Ricardo Gallardo y Julio César Ofarrell se casaron. Fueron la segunda pareja LGBT+ en contraer matrimonio civil en León, pero la primera pareja de hombres en hacerlo. 

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Ricardo y Julio fueron la segunda pareja LGBT+ en contraer matrimonio civil en Guanajuato. Foto: Facebook/Ricardo Gallardo

El hostigamiento de las autoridades los acompañó ese día. El juez encargado de celebrar la unión fue el mismo que había declarado a la prensa que “antes que casar a dos personas del mismo sexo prefería renunciar”. No renunció, pero sí inició una campaña de odio contra la pareja, además estableció una serie de requisitos para evitar que Ricardo y Julio se casaran en los juzgados. 

“Lo que debía ser el día más feliz de nuestras vidas se sentía como una sentencia de muerte, pero se logró, que fue lo importante”, celebra Ricardo. 

Al final, la boda se realizó en una pizzería en el centro de León ante más de 700 personas que esperaban afuera. Ricardo y Julio salieron del local con sus actas de matrimonio en mano, mientras la gente no paraba de gritarles, aplaudirles y ovacionarlos. 

Pero no todos los caminos se recorren de la misma manera. A diferencia de Ricardo y Julio César, Violeta Lara y Toe Matsumura, una pareja de mujeres en la Ciudad de México, pudieron casarse por el civil sin mayores obstáculos.

La diferencia es que era otro estado y otros tiempos. Violeta y Toe contrajeron matrimonio en la Ciudad de México en 2019. Diez años antes, en 2009, el entonces Distrito Federal (hoy CDMX) se había convertido en el primer estado mexicano en legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo, eliminando del artículo 146 del Código de Procedimientos Civiles el concepto “hombre y mujer” como base del matrimonio. 

Para Violeta y Toe, el matrimonio y formar una familia estuvo en sus planes desde que se conocieron hace ocho años. “No fue algo que nos tomara por sorpresa”, dice Violeta. 

Si bien años antes de conocer a su esposa, Violeta tuvo que pasar por un proceso de reconocimiento y aceptación sobre sus preferencias sexuales, nunca enfrentó mayores problemas con su familia, ni siquiera cuando les informó que se casaría con Toe. 

“Ya habíamos planeado casarnos desde mucho antes, entonces un día fue decirnos: ‘qué onda, no hemos visto nada para hacerlo’. Así que solo fuimos a un Registro Civil cercano a nuestro domicilio y ahí nos dijeron que en 15 días podríamos casarnos, y así fue. A la familia le tomó por sorpresa, pero nunca hubo rechazo hacia nosotras”, cuenta Violeta. 

Planificar una familia

En 2017, antes de casarse, Violeta y Toe comenzaron a investigar los requisitos para embarazarse por inseminación artificial, un método de reproducción asistida común entre personas con infertilidad, mujeres que no tienen una pareja o personas del mismo sexo. La idea era que cada una pudiera gestar a un bebé y que el donador de esperma fuera el mismo. 

La primera en someterse al proceso fue Toe, pues en ese tiempo tenía 40 años y les preocupaba que estuviera en el límite de edad para la gestación. Primero visitó una clínica y luego otra, pero en ambas solo desembolsaron grandes sumas de dinero y el tratamiento se limitó a estimulaciones para producir óvulos, que al final no lograron sobrevivir. 

La llegada de la pandemia de Covid-19 pausó sus planes para ser mamás. Además, de los embriones que habían logrado obtener resultó que ninguno era viable para la vida. 

“Decidimos tomarnos un tiempo para descansar tantito de eso, porque económicamente también es muy complicado, y por la pandemia igual no podíamos hacer nada al respecto. De hecho, en 2021 yo me enfermé de covid y estuve hospitalizada. Ese año tampoco tuvimos ganas de ver nada de los bebés. Fue hasta 2022 que nos regresaron los ánimos y comenzamos a atendernos con un doctor que me recomendaron”, detalla Violeta.

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Violeta y Toe llevan juntas ocho años. Esta es su familia. Foto: Cortesía

Un obstáculo para poder ser mamás fue la salud. A Violeta le diagnosticaron diabetes y a Toe, endometriosis. Además, el médico les informó que por la edad de Toe la calidad de sus óvulos no era óptima. 

“Ahí nos tocó el proceso de soltar la idea de que ella ya no iba a poder concebir hijos, y al mismo tiempo, pues ver yo sí iba a poder. Los médicos me confirmaron que yo estaba a tiempo, yo tenía 35 años, así que comencé mi proceso de fertilización”, narra.

Violeta recuerda que el proceso fue bastante molesto y duro desde el inicio, pero avanzó hasta que se obtuvo una buena cantidad de óvulos, de los cuales resultaron tres embriones y al final dos de ellos tuvieron éxito. Violeta tuvo un embarazo de alto riesgo debido a su diabetes, pero sus bebés nacieron sanas. Hoy, Mariana y Zoe tienen un año y cuatro meses de edad. 

Cuando se casaron, Violeta y Toe no tuvieron ningún obstáculo, pero al intentar tener a sus bebés sí notaron la diferencia. Primero, en las clínicas de fertilización las hacían llenar formularios en los que aparecían espacios para “Papá” y “Mamá”, no para “Mamá” y “Mamá”. Después, cuando nacieron sus hijas, el hospital registró a Violeta como mamá soltera. 

Mientras Violeta se recuperaba del embarazo, Toe quiso ir a registrar a sus hijas de inmediato, pero no pudo. “Dijeron que ella no podía registrarse como mamá si en el acta del hospital solo aparezco yo como mamá soltera. Así que tuvimos que recurrir a una jueza conocida de la familia y que había ayudado en adopciones de niños abandonados. Ella nos ayudó con el procedimiento legal”, relata Violeta. Al cabo de 10 días, sus bebés ya tenían sus actas de nacimiento con los nombres de sus mamás. 

“El día que fuimos a registrarlas, en el acta de nacimiento decía: Mariana es hija de papá –y sale el nombre de Toe–, y de mamá –y sale mi nombre–, a mí se me hizo tan normal, hasta que la secretaria del Registro Civil revisa el documento y dice: ‘aquí cometí un error, tiene que decir mamá y mamá’. Para mí fue algo nuevo. Hoy figuran como hijas mías e hijas de Toe, las dos somos sus mamás”, expresa Violeta.

Romper el miedo

Ricardo y Julio César estaban convencidos de que la batalla legal por su matrimonio ya los había preparado para el desafío de tener hijos.

Ricardo llegó a pensar que quizá su hija sufriría señalamientos de otras personas por tener dos papás, pero un día dejó atrás los miedos inculcados y dio el siguiente paso: le dijo a su esposo que quería formar una familia.

Ambos tenían 27 años cuando comenzaron el proceso para ser papás. El plan inicial era adoptar legalmente, pero en Guanajuato, en aquel tiempo, no era opción. De hecho, la primera adopción por parte de una pareja homoparental en ese estado se logró hasta el año 2020.

El 27 de enero de 2017, la Suprema Corte estableció que parejas del mismo sexo tenían derecho a la adopción de hijos. Sin embargo, hasta 2024, solo 10 estados han reformado sus leyes para garantizar este derecho: CDMX (desde 2010), Coahuila, Colima, Morelos, San Luis Potosí, Aguascalientes, Yucatán, Guanajuato y Campeche.

En el caso de Ricardo y Julio César se optó por la inseminación artificial. Ambos proporcionaron muestras de esperma y su bebé nació de un vientre de alquiler en diciembre de 2015, el mismo año en que se casaron. Nunca quisieron saber de quién fue el esperma que fecundó el ovario, ambos saben que son papás de la niña.

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Hoy, Farah tiene nueve años y es una niña feliz que presume a sus dos papás. Foto: Facebook/Ricardo Gallardo

Farah nació prematuramente a los siete meses, pesó un kilo y 800 gramos. “Estaba bien chiquita, no pesaba nada, se perdía entre las cobijas, nada más le quedaba la pura nariz afuera”, cuenta su papá. 

Hoy, Farah tiene nueve años. Solo el tiempo ha podido disipar los miedos que Ricardo y Julio pudieron haber tenido sobre criar a una niña en una familia homoparental. Le gusta la escuela, tiene muchos amigos y personas que la quieren. Presume a sus dos papás con orgullo. Es una niña feliz y risueña. 

En Guanajuato, Ricardo Gallardo y Julio César Ofarrell han apoyado a 120 parejas del mismo sexo para contraer matrimonio y a más de 300 personas a cambiar de sexo en documentos oficiales. Además, cada año organizan la marcha del Orgullo en León e impulsan iniciativas en favor de las personas LGBT+.

“Ha sido una manera de ir rompiendo los prejuicios que yo desde joven también tenía, porque comprobé que mi orientación sexual no era un impedimento para poder tener una relación estable o tener una hija. En marzo, Julio y yo cumplimos 18 años de estar juntos. Me he demostrado que ser de la comunidad LGBT no te impide casarte ni formar una familia. Esta vida que he construido no se puede vivir con miedo”, dice Ricardo. 

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