Entrevista | Sophia Loren: ‘El cuerpo cambia. La mente no’.
Sophia Loren, en fotografía de su hijo Edoardo Ponti, en su casa en Génova en 2020. Foto: Edoardo Ponti/Netflix.

Xan Brooks/The Guardian

La imagen digitalizada (CGI) de Sophia Loren, la leona, que se materializa en diferentes momentos en la película de Netflix, La vida sigue, es algo triste y duro de ver. Tiene una capa de oro brillante y una cola retorcida de oro que da una dosis de realismo mágico a otra terrible historia del Siglo XXI. Pero es muy simple y dócil.  Le falta lo exótico, la fiereza. Palidece en comparación con la otra enorme bestia del cine.

Aparentemente, La vida sigue es la historia de Madame Rosa, una samaritana con gran fuerza que fue en el pasado trabajadora sexual en el sur de Italia. En el fondo, se trata de un escaparate para lucir a Sophia Loren a sus 86 años de edad, que anda por todos lados con una larga cabellera gris e indomable y las arracadas que la siguen en su movimiento. Una Madre Coraje de la era, herida pero no derrotada. Su hijo Edoardo Ponti dirige la película que explota su catálogo actoral, se regodea en su colorida historia de vida y remueve recuerdos de los personajes combativos que representó en el pasado en películas como Ayer, Hoy y Mañana (1963) y Matrimonio a la italiana (1964). “Las cosas no cambian mucho”, dice. “El cuerpo cambia. La mente no”.

“Sophia Loren sigue siendo grande. Son las películas las que se hicieron pequeñas”.

La idea que tenían era estrenar la película en Roma. Pero la pandemia lo impidió, por lo que ahora tienen que lanzarla desde la sala de la casa de Loren en Génova con la madre y el hijo frente a una laptop y con las puertas francesas que dan al jardín a sus espaldas. La conexión por Zoom no es buena. La imagen se congela por momentos. Ponti se divierte pero Loren se desespera y añora la pompa y la ceremonia de antaño. Ella sigue siendo grande. Son las películas las que se hicieron pequeñas.

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Sophia Loren como Madame Rosa en la película de Netflix La vida sigue. Foto: Regine de Lazzaris Aka Greta/Netflix

Película hecha con amor

Cualquier actor de renombre lleva a sus espaldas las huellas de sus películas o de su historia personal. Pero en el caso de La vida sigue, esto resulta más evidente y hecho con mucho amor. La novela en la que se basa la película sucede en París. Ponti la traslada al Adriático, a la ciudad porteña de Bari, que se presenta como un lugar bullicioso lleno de musulmanes y judíos, santos y pecadores, y migrantes de todo el mundo. El lugar me hizo recordar el Cannery Row de John Steinbeck, pero también se parece a Pozzuoli, la ciudad natal de Loren, cerca de Nápoles. Evidentemente hay intención en esto.

Hace una cara. “Pues sí, de alguna manera”, concede. “Pero Pozzuoli quedó en el pasado. Viví allí durante la guerra, así es que no hay comparación. En ese entonces no teníamos nada. Teníamos hambre. Estaba la guerra. Todo estaba en contra. Podíamos morir cualquier noche”.

Sucede que la leyenda de Loren como hija ilegítima sumida en la pobreza durante la guerra en una Italia católica es tan parte de la historia como la fama y la fortuna que llegaron después, tanto así que es difícil separar la ficción de los hechos. Todo el mundo asume que el éxito de Peter Sarstedt de 1960 Where Do You Go To (My Lovely)?, en donde se mencionan niños en harapos en las calles más relegadas de Nápoles, habla de Loren, aunque Sarstedt jure que no es así. También he leído que la madre de Loren rociaba agua del radiador del auto para darle algo de tomar a su hija que moría de hambre. Pero esta beta de oro resulta ser falsa también.

“No, no no”, dice Loren con desesperación una vez más. Y luego reflexiona un segundo. “¿Qué coche?”, exclama. “No teníamos coche”.

Su madre, Romilda Villani, también aspiraba a ser actriz. Ganó un concurso de dobles de Greta Garbo y pudo haber viajado a EU para trabajar como doble de cuerpo de la Garbo. Pero su situación no lo permitía. Tenía dos hijos y nada de dinero. Su amante y padre de sus hijas, que pertenecía a la clase media, tenía todo pero la abandonó. Así es que Romilda se quedó en Nápoles y Sophia fue la que resultó beneficiada.

Un papel muy familiar

En La vida sigue, Loren caracteriza a Madame Rosa que es una superviviente ya exhausta. Está casada con la idea de que los golpes duros están relacionados con el amor. En algún momento durante la filmación se dio cuenta de que estaba representando a Romilda. “Los sentimientos de mi madre estaban todos dentro de ella”, explica. “Yo podía tomar parte de ellos, pero nunca de buena manera, nunca como madre e hija”.

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Ponti interrumpe. Esa mujer era su abuela y tiene su propia opinión. Lo que más recuerda de Romilda era su resiliencia, su combinación de fragilidad y fuerza. Era una combinación de fragilidad y fuerza. Loren comparte esas cualidades. “Sobrellevaba las cosas con dignidad con una vitalidad que conservaba incluso a los ochenta años. Era atemporal pero tenía algo de sexy, a pesar de su edad”, dice.

Un psicólogo amateur podría relacionar la carrera de Loren como la materialización de los sueños de su madre. Pero se equivocaría. Si acaso, fue su padre y no su madre la verdadera motivación. Ella añoraba la vida segura y con dinero que consideraba se merecía por derecho de nacimiento. “Quería poder entrar a los lugares que visitaba mi padre. Quería entender lo que se sentía al vivir como él. Necesitaba explicaciones. Quería respuestas”. Pero se encoge de hombros con molestia. “No llegué a ningún lado”.

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Sohpia Loren en 1959. Foto: Paul A. Hesse Studios/ Wikimedia Commons

Miss Italia y la vida que siguió

En 1950 en el concurso de belleza de Miss Italia conoció a Carlo Ponti a los 15 años. Él era productor y tenía dos años menos que su madre y cuatro años después se volvieron amantes. Podría pensarse que Ponti era el protector adulto que anhelaba. Pero tampoco. “No me gusta la palabra protector”, dice. “En realidad él creía en mi”.

Ponti fue el que le cambió el nombre y creó su imagen. Ponti la protegió de los ejecutivos de Hollywood que decían que su nariz era muy grande y sus labios muy gruesos y que al promoverla como la  “Marilyn Monroe italiana” sólo hacían quedar mal a las dos. Ponti le ayudó a trazar su trayectoria con la que llegó a escena como un visitante de otro planeta: cómicamente guapa e increíblemente versátil. Se sentía cómoda en el mayor de los melodramas y en la comedia más ligera. Su vida dio un vuelco y la tomó por sorpresa. Ella piensa que en retrospectiva, sus primeros años tan difíciles resultaron ser una bendición escondida. Cualquier cosa que llegara sólo podría ser para mejor.

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La realeza del cine: Carlo Ponti y Sophia Loren en Estocolmo. Foto: Svenska Dagbladet via IMS Vintage Photos/Wikimedia Commons

Me permito sugerir que vivir con su madre debió haber sido un deleite. “No al principio. No le gustaban las cosas nuevas. Pensaba que nunca iba a tener éxito y que eso estaba mal. Pero se equivocó. Después llegó a pensar que yo podría ser alguien. Pero siempre quedaba la duda. Para ella, la vida que yo quería era un sueño. Y ella no creía en sueños”.

El problema, tal vez, es que Loren estaba tan enfocada en su estrellato que su madre empezó a temer por su seguridad. En lo que pasaría si no se daba. En cómo lo enfrentaría. “Tal vez temía que yo llegara a algún lugar al que no pertenecía”, dice. “Y de alguna forma tenía razón”.

“Para mi madre, la vida que yo quería era un sueño. Y ella no creía en sueños”Sophia Loren

Me intriga el paso de Loren por Hollywood a finales de los 50 con un contrato de Paramount Pictures. Parecía una encrucijada, su momento de fluir. Por un momento, su mentor Ponti quedó fuera del cuadro y tuvo un romance con Cary Grant durante la filmación de Orgullo y pasión y que se hizo añicos durante la filmación de la comedia romántica Hogar Flotante en 1958. Aquí estaba el sueño, grande como la vida,  cargado de dinero. Pero como todos los sueños, resultó caótico, confuso y nada confiable.

Loren lo cuenta como que sus años en Hollywood fueron una mera desviación, una linda aventura, nada permanente. “Obviamente me habría gustado aprender inglés y conocer a gente. Pero en esa época yo estaba prometida con Carlo y el matrimonio y los hijos eran eran parte de mi sueño”.

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La eterna diva del cine. Foto: Pierluigi Praturlon\Reporters Associati & Archivi\Mondadori Portfolio via Getty Images/Wikimedia Commons

Uso en este momento lo que su hijo piensa porque es parte de la historia. “Pues sí”, dice. “Estoy muy agradecido de que regresara a Italia y se casara con mi padre. De otra manera no existiría”.

Un amor de película en la vida real

Le pregunto cuál fue el factor decisivo. ¿Qué le hizo escoger a Italia y no a Hollywood, a Ponti y no a Grant? Su hijo traduce la pregunta y le contesta a él. “¡Porque estaba enamorada de tu padre!”.

“Contéstale a él”, murmura Ponti.

Regresa a la pantalla. “¡Porque estaba enamorada de su padre! Mucho. Desde que nos conocimos, mi vida estuvo con él. Y era difícil por todo lo que se atravesaba. Pero aún así mi vida estaba con Carlo, no con Cary Grant”.

“Mi madre siempre ha estado muy apegada a sus raíces”, dice Ponti. “Sus raíces son muy profundas. Así es que entiendo que regresara con mi padre, porque él representaba todo todo lo que ella conocía. Ella entendía su lenguaje emocional”.

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Imagen promocional de Cary Grant y Sophia Loren para la película ‘Hogar flotante’ (1958). Foto: Paramount Pictures/Wikimedia Commons

Loren siempre ha dicho que es primero napolitana y después italiana. Le pregunto cuál es la diferencia y se ríe de mi ignorancia y dice que sería muy difícil de explicar. “Nápoles es tan fuerte, tan vital. Tiene que ver con la música y la danza. Libros y libros de historia. Primero lee los libros y luego hablamos”.

Todo parece indicar que eligió bien. Europa era una tierra más fértil para sus habilidades. En 1962 ganó el Oscar a la mejor actriz por su actuación en el drama de guerra Dos mujeres, que dirigió el director neorrealista Vittorio De Sica. Loren era Cesira, una librera viuda y madre combativa , símbolo de fortaleza italiana y resiliencia. Se trata de la película que seis décadas después sigue considerando su favorita, la que sentó las bases e indicó el camino. No resulta difícil unir los puntos de Cesira, de Filumena en Matrimonio a la Italiana, Giovanna en Los girasoles de Rusia y la formidable Madame Rosa en La vida sigue.

El regreso a su país también resultó muy afortunado para ella como persona. Ella y Ponti siguieron juntos hasta su muerte en 2007. Edoardo me cuenta que mientras crecía nunca sintió a sus padres como una pareja poderosa. “Honestamente, nada tenía que ver con el estrellato y el glamour. Todo giraba en torno al oficio. Mis padres eran más artesanos que otra cosa. Como si fueran una pareja de zapateros italianos”.

Por Zoom no parece ser una zapatera promedio. Se muestra decidida, imperiosa, una purasangre natural con su ojo puesto en el trofeo. Aunque La vida sigue sea la primera película de Loren en diez años, le molesta la idea de que se le describa como el regreso o el cierre de telón. Dice que la actuación es su vida. Es todo lo que conoce y no encuentra razón para dejar de hacerlo. “Sophia para siempre”, dice con una sonrisa.

Le pregunto si alguna vez se ha sentido perdida, o atosigada por las dudas y lo piensa dos segundos. “Sí, bueno, tal vez en ocasiones. Pero luego me digo: ‘Cállate. Sé fuerte. Sigue adelante e inténtalo. Algunas veces te equivocas y a veces ganas’”, reflexiona. “Pero aún así, gané”.

La vida sigue se estrena en Netflix el 13 de noviembre.

Traducido po Graciela González

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