‘Vamos tras ellos como pitbulls’: el detective del arte que caza Picassos robados y Matisses perdidos
Christopher Marinello ha pasado tres décadas buscando obras maestras perdidas. Ha recuperado arte por valor de 500 millones de dólares. Habla de amenazas de mafiosos, negociaciones complicadas y ladrones impresentables.
Christopher Marinello ha pasado tres décadas buscando obras maestras perdidas. Ha recuperado arte por valor de 500 millones de dólares. Habla de amenazas de mafiosos, negociaciones complicadas y ladrones impresentables.
En una mañana de verano de 2008, Christopher Marinello esperaba en la calle 72 en Manhattan, Nueva York. Había mucho tráfico, pero después de unos minutos vio lo que estaba esperando: un Mercedes dorado con las ventanas oscurecidas se acercaba. Cuando se detuvo junto a la acera, un hombre en el asiento del pasajero sostuvo una bolsa de basura grande por la ventana. “Aquí tienes”, dijo. Marinello tomó la bolsa y el auto aceleró. En el interior había un cuadro enrollado del artista belga Paul Delvaux, Le Rendez-vous d’Ephèse. Su valor estimado era de 6 millones de dólares, y en ese momento había estado desaparecido durante 40 años.
Marinello es una de las pocas personas que rastrean obras maestras robadas para ganarse la vida. Operando en el área gris entre coleccionistas adinerados, investigadores privados y ladrones de alto valor, ha pasado tres décadas persiguiendo obras perdidas de genios como Warhol, Picasso y Van Gogh. En ese tiempo dice haber recuperado arte por un valor de más de 500 millones de dólares. Cuando lo llamo, responde y de repente cuelga. “Estaba de camino a una comisaría para recuperar una escultura robada”, explica más tarde, disculpándose.
Los casos usualmente llegan de la siguiente manera: una obra de arte robada, por ejemplo, un pájaro de los alfareros de Martin Brothers, que fue robado de una biblioteca de Londres en 2005, a menudo aparecerá en una subasta o en las redes sociales. Luego le toca a Marinello establecer si realmente es el trabajo que falta y, a veces, recuperarlo. Esto, dice, suele ser relativamente sencillo.
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Las obras robadas a menudo cambian de manos varias veces antes de resurgir, dejando a los poseedores posteriores sin saber nada sobre su procedencia. Lo más probable es que esto sea lo que sucedió con la obra de Delvaux. La pintura, terminada en 1967, muestra a varias mujeres desnudas en un paisaje onírico que es en parte arquitectura clásica y en parte estación de tranvía de mediados de siglo. El propio Delvaux lo vendió un año después, pero fue robado antes de que llegara al comprador. En 2008, Marinello recibió una llamada de alguien que quería devolverlo. Lo que le sucedió en los 40 años de enmedio no está claro, aunque se conocía su ubicación final. Estaba enrollado, dice Marinello, en el armario de “una celebridad muy adinerada. Y su costoso abogado se aseguró de que nunca saldrían a relucir sus nombres”.
La recogida de la obra, una operación meticulosamente planificada, fue “una de las más inusuales”. Pero en la línea de trabajo de Marinello vale la pena esperar lo inesperado. “Recibo una gran cantidad de tips, generalmente en WhatsApp”, cuenta. “A veces son de informantes con los que trabajo, pero tengo que filtrar mucha basura. Una vez un tipo me dijo que la Mona Lisa original en el Louvre era falsa y que tenía la documentación para probarlo. Eso va en el archivo de los locos”.
Marinello, un italoamericano de 58 años con un suave acento de Brooklyn, fue a la escuela de arte antes de darse cuenta de que “no era muy bueno”. Luego se formó como abogado, y se inició como litigante en Nueva York representando a galerías, coleccionistas y vendedores en casos relacionados con obras en disputa. “Con el tiempo, abordó la práctica de recuperación de arte a tiempo completo”, dice. En 2013, formó su propia empresa: Art Recovery International, con sede en Venecia y oficinas en Londres.
Un excliente, citado en su sitio web, lo describe como “una mezcla de detective, sabueso y abogado agudo”, pero en la conversación, Marinello es cortés y complaciente. Es difícil imaginarlo interviniendo como intermediario entre la policía y los propietarios de obras de arte robadas. “Soy un abogado, no un tipo rudo”, dice. “Pero soy un buen negociador. Puedo convencer a la gente de que haga lo correcto”.
Una de esas ocasiones se dio en 2010, cuando una galería de Toronto lo contacó. Alguien les había ofrecido una escultura de bronce de 80,000 dólares de Henry Moore que había sido robada nueve años antes. Cuando Marinello se puso en contacto con el vendedor, la persona reveló que era miembro de la mafia italiana en Toronto. “Hizo referencia al hecho de que yo también soy ciudadano italiano”, afirma Marinello, “y que yo le estaba haciendo pasar un mal momento. Dijo que podían hacerme lo mismo”.
Sin inmutarse, Marinello pudo negociar la liberación de la escultura. “La conclusión”, dice, “es que, si estás tratando de vender algo robado, eres tú el que tiene el problema, no yo“. El mafioso “podría haber sido arrestado por tráfico, posesión o cualquier cantidad de cosas. Me necesitaba más de lo que yo lo necesitaba a él. Con eso fue con lo que tuve que convencerlo”.
Al presionarlo para que me cuente cómo hizo esto, Marinello parece incómodo. “No siempre puedo decir cuáles son mis métodos”. Lo que dirá es que nunca pagará un rescate. “Todo lo que hago es legal, ético y responsable. No voy a poner en peligro mi licencia [como abogado]”, agrega. “Si le pago a un ladrón para que me devuelva algo, solo va a querer más”.
Agrega: “Con muchos delitos en el mundo del arte, no hay nadie a quien arrestar y la gente rara vez va a la cárcel. Es solo cuestión de recuperar el trabajo”. Sin embargo, a veces un sospechoso se niega a cooperar. Entonces, las cosas son diferentes. “Vamos tras ellos como pitbulls y nunca los dejamos ir”, dice. “Y ahí es cuando empiezan a ponerse desagradables, cuando les preocupa que van a ir a la cárcel”. Revela que ha recibido amenazas directas de personas a las que persigue, mientras que sus familiares ancianos han sido intimidados.
Por precaución, Marinello ha dejado de publicar su dirección. “Dios no permita que tu vida esté en peligro y tengas que actuar con rapidez”, declara. “Hay gente muy rica en el mundo del arte y definitivamente te perseguirán. Y en cuanto a los criminales, hay muchos con los que simplemente no querrás lidiar”. Baja la voz. “Te romperían las piernas”.
A pesar de esto, está dispuesto a disipar cualquier idea errónea de que su trabajo es glamoroso. “Supongo que las películas siempre lo hacen parecer así”, considera. “Pero hay mucho papeleo de seguros involucrado. Paso la mayor parte de mi tiempo investigando registros antiguos y peleando con la gente por teléfono“.
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Además, los ladrones de arte tampoco suelen estar a la altura de las expectativas. Cuando el inodoro dorado de 4.8 millones de libras de Maurizio Cattelan, llamado América, desapareció del Palacio de Blenheim, Oxford, en 2019, el propio artista elogió a los perpetradores como “grandes intérpretes”. Marinello tiene una visión más oscura. “Es casi seguro que no lo robaron por su valor artístico. Lo robaron por su valor en metal. Eso me lleva a creer que eran matones comunes quienes sabían lo suficiente sobre plomería como para remover el excusado”.
Continúa: “La cosa más tonta que hice en mi vida fue en Ámsterdam. Me quedé de ver con un antiguo ladrón de arte por un Picasso de 100 millones de dólares. Él estuvo muy activo en los años 70 en Estados Unidos, y en la cárcel se asoció con un traficante de drogas importante que sabía dónde estaba. Estábamos tratando de negociar su devolución”. La reunión fue en 2014, alrededor del Día de Acción de Gracias. “Así que, como un idiota, me llevé a mi familia, incluida mi suegra, y decidí pasar allá un fin de semana”.
Marinello le dijo al exconvicto que se reuniera con él en el hotel donde se hospedaba con su suegra en la habitación de al lado. “El día que se suponía que nos íbamos a encontrar, ella bajó a desayunar y le comentó: ‘Un tipo llamado Henry llamó, quiere verte’. Resulta que este tipo llamó al hotel y consiguió el número de habitación de mi suegra. Oh Dios, me tomé la cabeza con las manos. Decidí no volver a mezclar negocios con placer”.
¿En cuanto a la pintura de Delvaux? Marinello la tomó y caminó por una concurrida calle 72 hasta que llegó con un especialista en restauración cercano (la obra iba) enrollada “como una bazuca” en una bolsa de basura sobre su hombro. Cuando lo sacó de la bolsa, el restaurador jadeó. La pintura había sido dañada y eventualmente alcanzaría solo 1 millón de dólares en una subasta, 5 millones menos que su valor estimado original. “Lo habían enrollado de forma incorrecta”, dice Marinello. “La pintura había descarapelado los desnudos. ¡Idiotas!“