Incomodarse para ser feliz: 24 horas entrenando para cruzar el Canal de la Mancha
Foto: María Paula Martínez Jáuregui-Lorda.

Si en julio próximo logra ir y regresar de Inglaterra a Francia nadando, se acordará de los 15 kilómetros que el año pasado hizo en una alberca de 25 metros de largo, unas 600 vueltas. “Lo aburrido que es eso. Cualquier cosa que hoy me suceda va a ser mucho más fácil”, sentencia el primer mexicano y séptimo en el mundo en nadar los Siete Mares, Antonio Argüelles.

Es 12 de mayo, pasan de las 10 de la mañana. Toño, para los amigos, está sentado en un sillón de su cuarto de hotel, a punto de empezar su calentamiento. En menos de una hora se meterá en el mar para iniciar un entrenamiento que terminará a las 7 de la mañana del día siguiente.

Será el último gran entreno antes de que en dos meses, el capitalino viaje a la ciudad de Dover, Reino Unido, para cruzar nadando el Canal de la Mancha, ida y vuelta. Si lo logra a sus 62 años, romperá un récord Guinness. El segundo para él.

Esos 15 en alberca fue de los últimos esfuerzos que hizo para evitar lo que en 2020 fue inevitable para el mundo: posponer. Quería probar si a pesar de que no podía viajar a la costa para entrenarse, podía seguir preparándose para realizar el reto en septiembre. Al final, lo reagendó para julio de 2021. En aquel entonces, poco podía confiar Argüelles —y el mundo— en que hoy ya podría volar a Europa y que lo haría vacunado.

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Antonio Argüelles calentando antes de empezar el entrenamiento de 24 horas para ir al Canal de la Mancha en julio. Foto: María Paula Martínez Jáuregui-Lorda.

Nado 1: 11 am a 3 pm

El Canal de la Mancha separa Inglaterra de Francia. Es un cruce en aguas abiertas de 33 kilómetros, aproximadamente, y forma parte de los Siete Mares. Si este reto se considera la versión acuática de las Siete Cumbres, La Mancha es el equivalente al Everest. Argüelles los completó en 2017. Entonces tenía 58 años, 20 más del promedio de quienes lo consiguen. 

Sus preparadores físicos aseguran que entonces era otro Toño. Ahora, se tumba sobre la alfombra del cuarto en plancha y en sus brazos se dibujan las sombras de los bíceps y los tríceps. “No tengo un six-pack, pero tengo los músculos exactamente donde los necesito”, comenta con su voz grave, como si saliera de lo más profundo del océano.

Mide metro 78 centímetros de altura, pesa 94 kilos y tiene una espalda ensanchada por horas y horas de mar. El pelo, chino y negro, con algunas canas sobre la frente y en la barba de medio centímetro. Su sonrisa es ancha y de ojos achinados, aunque en los días previos al gran entreno final, se la reservó para los momentos que lo ameritaron. Las arrugas de la frente y del contorno de los ojos le dibujan una expresión pensativa. Está visualizando todo lo que va a suceder en las próximas horas. Quien no lo conoce, podría pensar que está enojado o preocupado.

Unos 200 metros separan la estancia de la arena. El día es luminoso a pesar de que un manto de nubes grisáceas se instaló sobre ese rincón de mar en La Jolla, un distrito de la ciudad de San Diego, California. The Cove (La Cueva), se llama la playa.

Argüelles entrena en ese lado del Pacífico dos veces al mes. En esta ocasión, él y su equipo se instalaron en el hotel de élite La Jolla Beach & Tennis Club. Ahí se fueron para simular el cruce de La Mancha durante 24 horas, alternando cuatro de nado y cuatro de descanso. Con esos intervalos, explican sus preparadores físicos y artífices de este plan inédito, es suficiente para generar la adaptación que requiere el esfuerzo de ir de Inglaterra a Francia y regresar.

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Nado 2: 7 pm a 11 pm

Toño se puso este reto en el año sabático que se tomó después de terminar los Siete Mares. A lo largo de estos años, la preparación ha sido tanto física como mental y de estrategia.

La trayectoria del cruce tiene forma de S, para que Toño pueda nadar siguiendo las corrientes del Atlántico. “El mar va y viene aproximadamente cada seis horas. Si llega a un punto determinado antes (de ese lapso), puede que la marea aún no haya cambiado y se tenga que sostener. Y eso, desgasta mucho”, explica Rafael Álvarez, uno de sus preparadores físicos. Conoce bien el comportamiento del mar. Este técnico esbelto y con barba canosa nació delante de él hace 55 años, en Montevideo, y fue salvavidas durante una década.

A las siete de la tarde empieza el segundo nado de cuatro horas. A esa hora las botellas de vino se hacen cada vez más frecuentes en las mesas que los huéspedes de La Jolla Beach & Tennis Club colocan con vistas al horizonte. Aún hay luz y alguno que otro kayakista y surfista en el mar, con traje de neopreno. Toño se mete en el agua armado solo con sus gogles y la boya de seguridad inflable de color amarillo amarrada a su bañador rosa

La temperatura del agua es un elemento fundamental en las aguas abiertas. A Argüelles le gusta vacilar cuando la gente se escandaliza al saber que nada en aguas de, a lo sumo, 18 grados. “¡Está caliente!”, dice, con una sonrisa que delata sus ganas de ver cómo reaccionan.

Por eso, cada mes viaja a California a entrenar, para aclimatarse. Para ello se necesita experimentar esa agua que corta la respiración cuando entra en contacto con el cuerpo y enrojece la piel al salir del mar, pero también, aplicar ejercicios mentales. 

La mente le ayuda a entrar en calor, a calmar el dolor y a no aburrirse. En momentos en los que un deportista común tendría que apretar los dientes para soportar el esfuerzo, él es capaz de imaginarse una perla de colores en su abdomen que la desplaza en las zonas del cuerpo resentidas por tantas horas de nado. 

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Foto: María Paula Martínez Jáuregui-Lorda.

Nado 3: 3 am a 7 am

Ese es su sello distintivo. Es tanta su determinación, que le hacen venir a uno ganas de tirarse al agua y saber qué se siente al flotar sin sentir los pies ni los brazos por el frío. Algunos aseguran que es ahí donde el ser humano es más parecido a un animal, sin poder pararse, ni ver de lejos ni escuchar sonidos nítidos ni hablar con nadie. 

Para Toño, el mar “es su vida”, dice Álvarez, la primera persona a la que Argüelles ve cuando se levanta a las 5 de la mañana. “Es su forma de comunicarse con él mismo”. Por eso, el encierro de 2020 fue un golpe duro para él. El mayor, asegura el técnico. 

Estuve a punto de dejar de nadar”, confiesa el atleta, al recordar el agobio de esos días inciertos de abril y mayo de 2020. La pandemia le pegó en todos los aspectos de su vida y, además, no podía viajar a California para practicar. Su entrenador le hizo descansar un mes, bajar el ritmo. “Me relajé, tomé algunas decisiones personales y empecé otra vez”.

El tercer nado comenzó a las tres de la madrugada. Argüelles asegura que es bueno durmiéndose, aunque sea por tres horas. Rafa, como le llama, es el único que lo acompaña hasta que el agua ya le cubre a uno los pies, y en voz baja, a menos de un brazo de distancia, repasa con él la jugada, la última: “Diez minutos de R3 y vuelves a repetir, R4, R2”, le dice, en relación con las velocidades de nado, con las olas rompiendo en la orilla opacando sus palabras en la oscuridad.

Argüelles afrontó el entreno tranquilo, porque dice que “si estás nervioso, es porque dudas”. La única duda que tenía y que podía preocuparle era el dolor físico y el cansancio a esa hora. “Puedes haber tragado agua salada, tener sueño, y esas cosas te hacen plantear si podrás seguir nadando”, explicó el día antes.

La incomodidad es parte del reto. Y el reto es lo que Antonio ha buscado toda su vida para hacerla divertida. Es su forma de vivirla. El primero fue cuando decidió que sería nadador olímpico, en 1968, después de emocionarse con el oro de Felipe “el Tibio” Muñoz en braza de 200 metros. 

También lo fue cuando asumió el cargo de Oficial Mayor de la Secretaría de Comercio cumplidos los 30 años, en plena negociación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Lo es hoy la gestión de su empresa de importación de productos farmacéuticos y su consultoría de políticas públicas en el sector educativo. Una trayectoria la suya que le ha dado la solvencia económica que necesita para financiar sus cruces. “Soy un gran implementador”, asegura. 

Pero si hoy Argüelles es conocido es, sobre todo, por sus logros en aguas abiertas. Es de los atletas más respetados en la disciplina. En una ocasión, entrenando en San Francisco, tuvo que detenerse en medio del mar para sacarse una foto con un nadador que se cruzó con él y lo reconoció. “Ganar premios me ha dado una voz”, reconoce. “El poder es fabuloso, te da la capacidad de hacer cambios que impacten”.

Pero no tiene prisa, porque como él dice, “los retos no tienen edad”. Si así fuera, su dieta estaría más profesionalizada, deportivamente hablando. “Apréndetelo: dos coronas con dos tequilas, una botella de vino y dos whiskys”, dice, sonriendo, en relación a lo que toma en un día. “¡Y fumo puros!”, añade. Sus entrenadores se resignaron desde el día uno, porque hay placeres a los que Toño no va a renunciar.

Nadar, pero, más que un placer, es una satisfacción. “El momento más feliz es cuando sales del agua y has terminado”, confiesa, en las horas posteriores a terminar el entrenamiento. Puede levantar los brazos sin dolor, lo cual, dicen sus entrenadores, prueba el excelente estado físico con el que llegará al cruce. 

Ahora ya piensa en el después. Ya tiene decidido que su próximo reto será completar los Siete Mares, pero de ida y vuelta cada cruce. Se ve hasta los 80 años nadando. “Necesita la ola para vivir”, dice Rafael Álvarez. “Si no la hay, no te preocupes, él se la arma”.

En perspectiva, el técnico ve que ese entreno de mayo 2020 en la alberca fue clave. Él fue quien le dijo que si no podían resistir ese esfuerzo en agua dulce, no podían asegurar el reto en agua salada. “Le prometí que cuando faltaran 15 kilómetros para llegar a Inglaterra, le íbamos a decir: ‘acuérdate de la alberca”, dice. “Y va a suceder”. 

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Rafael Álvarez (izq.) y Antonio Argüelles (der.), antes de iniciar un nuevo nado en The Cove, La Jolla. Foto: Anna Portella.

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