‘Námaste’: Cómo el yoga la ayudó a lidiar con el trauma por abuso sexual
Sheyla Valencia en Yoga 108, la tienda donde trabaja. Para ella, "el yoga es el camino". Foto: Diego Delgado / La-Lista.

Diez minutos en la postura de la rana fueron suficientes para darse cuenta que algo se estaba moviendo en su interior. “Si llega a durar más, entro en catarsis”, explica la maestra de yoga Sheila Valencia, cuando recuerda el día en el que se certificó para dar clases. Esa posición corporal le devolvió imágenes de una escena traumática de su pasado.

Valencia tiene 33 años. Apenas llega al metro sesenta de altura. Lleva el cabello lacio hasta la cintura y teñido de rubio, tiene los labios gruesos y una sonrisa que le hace enseñar todos sus dientes. Es sábado por la mañana y está a punto de abrir las puertas de Yoga 108, la tienda de artículos de esa práctica oriental en la que trabaja, en la colonia Narvarte de la Ciudad de México.

Cuando se le pregunta qué es para ella el yoga dice que “sanación”. Valencia afirma con seguridad que le ayudó a lidiar con el trauma que le dejó el abuso sexual por parte de su papá cuando ella tenía cuatro años. “Empecé a respirar, respirar, respirar hasta que se desvaneció la imagen de mi mente, mi cuerpo cedió y se soltó”, explica, sobre cómo resolvió la experiencia que le evocó la postura de la rana ese día.

El 21 de junio se celebra el Día Internacional del Yoga. Lo proclamó la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 2014, en reconocimiento a su popularidad universal. Yoga significa unión del cuerpo y la mente. Nació en India hace más de 5 mil años. Es un conjunto de practicas físicas, mentales y espirituales que se estructuran en ocho ramas: Yama (reglas de conducta), niyama (código moral), asanas (posturas corporales), pranayama (control de la respiración), pratyahara (repliegue de sentidos), dharana (concentración), dhyana (meditación) y samadhi (consciencia).

Personas con ropa cómoda y el tapete debajo del brazo se han convertido en representativas de la vida urbana, no es raro verlas en capitales como Nueva York o la misma Ciudad de México. No quedan hablantes nativos de sánscrito, una lengua clásica originaria de India y Nepal, pero en todo el mundo se ha incorporado la palabra námaste en el vocabulario de uso cotidiano, incluso, por quienes no se identifican como yoguis.

A Valencia, le llegó en 2016, en su club deportivo. “Quería moverme, ejercitarme”, explica, hasta que encontró a su maestro, Oscar Velázquez. Toda su vida había sufrido de fuertes dolores durante la menstruación, que empezaban en la cintura y llegaban hasta la planta de los pies. “Si algo físico me está hablando ahí (en esa parte del cuerpo), es porque algo emocional hay ahí”, se dijo entonces. Cuando se certificó para ser instructora de yoga, con Velázquez, decidió darle una finalidad a la práctica. “Quería que el yoga fuera para sanar lo que traía adentro”.

Después del abuso, su vida en Morelia, donde nació, fue de abandono, violencia y alcoholismo en su familia. Su papá se fue cuando tenía 12 años. Su vida había sido solitaria porque era la menor de cuatro hermanos y la única mujer, pero reconoce que a medida que creció le costaba socializar. Desconfiaba de cualquier extraño, “sea hombre o mujer”, aclara. Ese es uno de los síntomas que experimentan algunas víctimas del abuso o agresión sexual. También la ansiedad, “un hormigueo en el ombligo, como si hubiera algo presionando o exprimiendo”. Era una sensación que llegaba sobre todo cuando se acostaba en las noches.

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Sheila Valencia se formó en yoga bajo la guía de Oscar Velázquez, Patricia Abad y María Abad. Foto: Diego Delgado / La-Lista.

En cinco años de yoga, esos síntomas han ido mermando. Aún están, pero ahora Valencia los sabe gestionar. “Si me llegan (imágenes del abuso), que es cuando hago esa postura del yin yoga que tiene que ver con la cadera, me quedo ahí, respiro y dejo que se vaya desvaneciendo”, dice. “Trato de no evadir porque si no ahí va a estar siempre”.

No está sola. Varios estudios científicos han documentado casos en los que se usa el yoga para tratar –de la mano de tratamientos psiquiátricos o terapia psicológica– trastornos de salud mental y emocionales, como las víctimas de la violencia sexual o con trastorno de estrés postraumático; dolores en la espalda o, incluso, enfermedades como el cáncer. 

Ciencia sobre el yoga

“Yoga, tai chi, el canto, ayuda muchísimo en la reconexión con el cuerpo”, explica Jimena del Castillo, psicóloga y cofundadora de la consultora De corazón a corazón. Desde ahí, trabaja con población vulnerable y colabora con instituciones como la Red Nacional de Refugios. “Un episodio de violencia sexual impacta directamente en la percepción de la persona en sí misma. Se siente sucia, poco digna, que su cuerpo no vale y muchas veces culpable, por eso es importante que se atienda”, añade.

Cada vez hay más estudios científicos sobre los efectos del yoga en la salud humana. Investigadores de la Universidad de Denver, en Colorado, por ejemplo, analizaron el uso del yoga informado para traumas (Trauma-Informed Yoga), dirigido a que los y las sobrevivientes de una agresión sexual se sientan seguros y presentes en sus cuerpos. 

“A medida que las sobrevivientes del trauma son más hábiles en atender las experiencias del presente (habilidad de la consciencia), ellas también son más adeptas a reconocer y aceptar sus emociones cuando surgen (habilidades de regulación de las emociones) y engancharse menos en la evasión emocional, lo cual se sabe que impide procesar recuerdos traumáticos que se consideran claves para resolver el trastorno de estrés postraumático”, concluye el estudio. 

Sin embargo, la misma investigación así como la comunidad científica reconocen que falta base para llegar a conclusiones definitivas sobre los beneficios del yoga en la salud humana. Algunas de las observaciones que se hacen a la ciencia existente hasta el momento es que muchos estudios suelen ser sobre los efectos del yoga a corto plazo o que implican un reducido número de sujetos. Además, la misma naturaleza de la práctica dificulta que se puedan hacer estudios ciegos, con un grupo de control al que se administra placebo, y que no todos analizan el mismo tipo de yoga. 

Sin embargo, algunos especialistas lo recomiendan como complemento para que ayude a dar un carácter holístico al tratamiento. “Hay corrientes del yoga que no recomiendo. Si vas al gimnasio, no es yoga para desarrollo personal, tiene que ser un lugar que se enfoque a ello”, asegura Del Castillo.

‘Námaste’

Después de certificarse, Sheila Valencia se vio con su papá. Habían pasado 15 años sin relación. “Creo que si no lo externas, tal vez no cierre el ciclo”, explica. Estuvo una hora con él, platicando, no para recriminarle sino para agradecerle: “Sé que mi niñez fue así, vivimos esas cosas, querías hacer lo mejor, tal vez no se dio. Gracias”, recuerda que le dijo. A ella también le dio oportunidad de escucharlo. “Se quedó tranquilo y yo me quedé en paz”. 

No volvió a verle. Irrumpió la pandemia, su papá, con diabetes y antecedentes de alcoholismo, enfermó de covid. Valencia no pudo visitarlo en Morelia por la situación sanitaria en el país. Le habló. “Fui de las últimas llamadas porque ya no tenía aire para hablar”, recuerda. Tres días después, él falleció. 

Ahora, para ella, el yoga es el medio para vivir. Da clases, las toma y trabaja en la tienda. Explica que para que no sea “puro aeróbics”, hay un momento clave en el yoga. Es el shavasana, la postura en la que las personas se tumban en el piso, boca arriba, con los ojos cerrados, respirando. A esta le sigue la posición corporal que cierra la práctica: se juntan las palmas de las manos, cierran los ojos y se pronuncia el námaste, que significa algo así como lo divino en mí saluda y honra lo divino en ti.

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Foto: Diego Delgado / La-Lista.
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Foto: Diego Delgado / La-Lista.

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