Así es como viví la pandemia siendo una  inmigrante en México
Una de las calles con icónicos edificios modernistas del Barrio Gótico de Barcelona. Foto: Anna Portella.

Cuando pienso en el inicio de la pandemia, me viene a la mente la imagen de un tsunami, como en la película de Alejandro Amenábar “Lo imposible”. Al ser extranjera, me sentía como quien está de vacaciones en la costa y tiene la duda de si desaloja la zona porque una catástrofe natural de dimensiones desconocidas e incontrolable se acerca

Recuerdo conversaciones en el grupo de Whatsapp que tenemos con mis compatriotas. Unos aseguraban que el virus ya estaba circulando en México, que no tardarían en detectarlo y que la entonces epidemia en este país sería un desastre. 

El dilema que muchos inmigrantes teníamos era si dejábamos nuestras vidas mexicanas para regresar a nuestros países, donde sabíamos que al menos podíamos contar con una sanidad pública universal que nos protegía de verdad. Pero, ¿valía la pena?

“¿Tú qué harás?”, preguntaba a mis amigos extranjeros en México. Algunos me decían que ellos no agarrarían esa cosa y que si era el caso, habían decidido que serían asintomáticos. Un amigo australiano, después de años viviendo aquí y con un negocio recién lanzado, se regresó. “Mi seguro privado no me cubre en México”, me dijo. Otro, en el mencionado grupo, también lanzó la bomba: “Chicos, yo también me vuelvo a Barcelona, mi compañía nos paga el vuelo a los que nos queremos regresar”. 

En aquel entonces no sospechábamos nada similar a un cierre de fronteras, así que siempre nos quedaba la carta del “si esto se pone feo, agarro las maletas y me marcho”. Ahora pienso en el miedo que me daba salir de casa el año pasado por el riesgo de contagio; el trayecto de casa al aeropuerto se me hacía más largo que el mismo vuelo Ciudad de México-Madrid.

Luego vinieron los encierros. El deja vu de ver en España lo que en cuestión de días acabaría llegando a México (excepto los aplausos al personal de salud en los balcones a las 8 de la noche).

La primera vez que vi a mi mamá y a mi abuela con cubrebocas, me emocioné. Las videollamadas semanales se volvieron más frecuentes y se terminaban con un “por favor, cuidate mucho”; por ellos y egoístamente, por ti. El riesgo de que algo terrible les pase a tus seres queridos mientras tu estás al otro lado del océano siempre está, pero esta pandemia nos lo puso de frente. 

Los visitantes desde España cayeron un 74.5% en 2020 respecto del año anterior. Yo solo les digo que viajé a Madrid en plena época navideña y me pasé las once horas de avión en posición horizontal. No fui la única.

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