El ‘espejismo republicano’: cómo se amargó la elección para Trump
Imagen: John Hain/Pixabay.com

Luke Harding/The Guardian

Para los demócratas, la mañana del miércoles revivió una sensación familiar de hundimiento cuando Donald Trump ganó en Florida, un estado crítico para los resultados. Hasta ese momento, la victoria demócrata en las elecciones presidenciales parecía posible. Según las encuestas, Joe Biden, el vicepresidente anterior, ganaría. Tal vez hasta por mucho. El único problema era la confiabilidad del margen.

Pero la humillante paliza pronosticada por los expertos no estaba sucediendo. El apoyo a Trump se mantuvo sorprendentemente sólido. Y no sólo en el caso de sus admiradores extremos, que abarrotaron sus mítines en los últimos días de campaña. También muchos otros se pusieron de su lado, a pesar de la pandemia y una presidencia más polarizante que ninguna otra.

Los resultados de Florida sugirieron la aparición de una circunstancia más compleja, alarmante sobretodo para el equipo de Biden. Con 96% de las boletas contadas, Trump alcanzó una ventaja de 375,000 votos. Resultó que Biden tuvo un mal desempeño en la fortaleza demócrata del condado Miami-Dade. Las comunidades blancas y latinas de clase trabajadora respaldaron al presidente Trump, igual que las afroamericanas.

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En apariencia, Trump había vuelto a desafiar a sus críticos. En Texas obtuvo una cómoda victoria y aplastó las esperanzas demócratas de voltear el estado. En el crucial estado fluctuante de Pensilvania (que ambos candidatos visitaron frecuentemente durante los últimos meses) Trump llegó a tener una ventaja de medio millón de votos. Otras victorias notables sucedieron en Iowa y Ohio. Una gran parte del mapa electoral votó por el rojo.

Antes de las elecciones del martes, parecía que los demócratas también obtendrían el control del Senado. Y al principio tampoco parecía ir por buen camino. Se quedaron cortos los esfuerzos de una flota de retadores demócratas. En Maine, Susan Collins, republicana moderada en turno, derrotó con facilidad a Sara Gideon. Las esperanzas demócratas de extender su dominio en la Cámara de Representantes también se desvanecieron.

Al final, no hubo Deja Vu

Se puede disculpar a los espectadores, tanto en Estados Unidos como alrededor del mundo, por creer que la historia estaba condenada a repetirse. El trauma de los liberales de 2016, cuando una certera victoria de Hillary Clinton se convirtió en el triunfo de Trump, parecía reaparecer. Nos dimos cuenta de que la victoria de Trump no fue un extraño accidente. Decenas de millones de estadounidenses salieron con entusiasmo a votar por él, incluso más que antes.

“Esto es muy familiar”, dijo Laura Hubka, funcionaria demócrata en Howard County, Iowa. El estado del corazón rural norteamericano votó dos veces por Barack Obama, pero el martes le fallaron a Biden, pues Trump ganó por un margen ligeramente menor que en 2016. “Simplemente me parece real”, dijo Elysha Graves, quien votó por Trump. “Me puedo identificar con él, no es un político”.

A pesar de los preocupantes indicadores, Biden mantuvo la calma al observar los resultados desde su residencia en Wilmington, Delaware. Entre la penumbra inicial, había razones para tener un optimismo precavido. En el medio oeste (Michigan y Wisconsin), la carrera estaba muy cerrada. Y en Arizona, hogar del fallecido John McCain, el crítico republicano más duro de Trump, Biden parecía ir ganando.

La dinámica de la noche fue curiosa y artificial. Biden imploró a sus partidarios que enviaran sus votos por correo. Trump llamó a sus electores a votar en persona. En muchos lugares, se contaron primero esos votos para Trump, y parecían otorgarle una ventaja imposible de remontar. ¿Esa ventaja fue verdadera o simplemente el llamado “espejismo rojo”?

En la Sala Este de la Casa Blanca, Trump y su equipo estaban emocionados. Después, poco antes de la medianoche en Washington, Fox News anunció la victoria de Biden en Arizona. Eso significó un fuerte golpe para las esperanzas de reelección de Trump: pues fue el primer estado de los que ganó en 2016 en cambiar de color. El presidente estaba furioso. Envió a su yerno, Jared Kushner, a objetar a Rupert Murdoch. Eso no rindió frutos.

Acusaciones que no llevaron nada

Según reportes, Trump pasó las siguientes horas hablando por teléfono con gobernadores republicanos. A las 2:30 de la madrugada dio un informe presidencial. Sucedió todo lo que temían sus adversarios: una incendiada diatriba sin fundamentos, en la que acusaba a los demócratas de cometer fraude. Trump declaró (equivocadamente) que era el ganador. También sugirió que la Suprema Corte intervendría. “Es una vergüenza para nuestro país”, dijo entre aplausos de sus amigos y familiares.

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El sombrío escenario, que Trump preparó con cuidado durante meses, estaba ahora en todas las televisiones del país. El argumento del presidente, que los votos por correo para Biden son trampa, era falso. Pero al igual que otras mentiras presidenciales, estaba destinada a tener horrendas consecuencias en el mundo real. Un oscuro mito tomó forma: los demócratas apuñalaron a Trump por la espalda.

Mientras tanto, Biden expresó su optimismo y llamó a sus partidarios a mantener la calma. Más tarde, el miércoles, los resultados comenzaron a favorecerle. El camino a la victoria de Trump en 2016 atravesó por Michigan (uno de los tradicionales estados demócratas) y Wisconsin. Ahora, ambos se voltearon para Biden. En un discurso esa misma tarde, dijo: “Cuando el conteo finalice, creemos que saldremos victoriosos “.

Paso a paso, la carrera parecía volcarse para Trump. Los agresivos contragolpes del presidente tomaron una forma familiar: una oleada de demandas. En Wisconsin, su campaña exigió un recuento, en Michigan, un alto al conteo, y en Pensilvania, desafió la legalidad de la extensión de la fecha límite para la recepción de votos por correo. Lo mismo sucedió en otros lados. El objetivo aparente: evitar que Trump se deslizara hacia la derrota con cada voto contado.

El presidente no tuvo apariciones el miércoles. En lugar de eso, expresó su creciente frustración por medio de Twitter. “Tenemos una GRAN ventaja, pero nos quieren ROBAR la elección”, declaró. Twitter marcó este y otros tuits similares como “engañosos”. Las compañías de redes sociales parecían intentar evitar los mismos errores de 2016, pues desmintieron cada engaño de la cátedra de falsedades de Trump en tiempo real.

Al despertar el jueves, la batalla seguía muy cerrada para declarar un ganador. Pero el camino de Trump a la presidencia se veía cada vez más estrecho. Biden tenía 264 votos electorales si se contaban los de Arizona; Trump tenía 214. Biden tenía diferentes caminos hacia los 270 votos necesarios; para Trump era todo o nada. Esto incluía a Pensilvania y Georgia, donde los votos por correo erosionaron rápidamente la ventaja de Trump.

El lento avance de la muralla azul

Siguiendo las indicaciones del presidente, sus seguidores acudieron a los centros de conteo de votos. Un pequeño grupo se reunió afuera del Centro de Convenciones de Pensilvania comenzaron a gritar: “¡Detengan el conteo!” y “¡Déjenos entrar!” Mientras tanto, la policía hacía guardia, y los agentes electorales con chalecos amarillos bebían café, después de haber estado despiertos toda la noche. Habían revisado y contado cada voto con cuidado.

En Arizona, donde Trump recortaba la ventaja de Biden, se escuchaba un grito diferente. Los manifestantes se reunieron frente al sitio de la elección en Phoenix. Gritaban: “¡Cuenten los votos! ¡Cuenten los votos!” Un cartel decía: “¡Fox News apesta!” Un seguidor de Trump se quejó: “ Parece que los medios y las redes sociales hacen que la gente se trague cualquier cosa”. Algunos manifestantes estaban armados.

Los cantos contradictorios formaron una curiosa pantalla dividida. También debilitaron el posible éxito de los muchos desafíos legales de Trump. En primer lugar, jamás hubo evidencia de fraude. Y en segundo lugar, el presidente exigía que se contaran más votos en los estados que iba perdiendo, y que se suspendiera el conteo en los que su ventaja era pequeña. Como dijo Jen O’Malley Dillon, jefa de la campaña de Biden, fue una estrategia fallida.

Para la tarde del jueves, parecía que Trump ya había atravesado las dos primeras etapas del luto: enojo y negación. Pero nadie dudó del poder de su retórica, o de su habilidad para incitar a sus seguidores a tomar las calles. No obstante, parecía que el presidente le declaraba la guerra a la realidad en sí misma, y al creciente número de personas que se rehusaron a seguir bajo su mando. Fue algo digno del Rey Canuto: probablemente trastornado y seguramente peligroso para la democracia.

Después de que pasó cuatro años denigrando a los hechos, ellos lo derribaron poco a poco. Mientras tanto, las televisoras tuvieron una buena jornada electoral. En CNN, el presentador John King anunció los resultados de cada condado, y cada vez el mapa se volvía más azul. “Hagamos las ecuaciones en este momento”, dijo. Para la tarde del jueves, la ventaja de Trump en Georgia se tambaleaba, y comenzaba a desaparecer en Pensilvania. “Los números no están de nuestro lado” dijo un asistente de Trump a CNN. “Necesitaremos un acto de Dios para cambiar el curso”.

Un Biden cada vez más presidencial

Poco después de las 4pm del jueves, Biden dio un breve informe desde Wilmington. Empezó hablando del Covid-19, citó la más reciente cifra de fallecidos en EU, 240,000. Su tono era el de un presidente a la espera de ser nombrado. “Le pido a todos que mantengan la calma”, dijo. Volvió a mencionar la predicción de que al final del conteo, él y su compañera de fórmula, Kamala Harris, emergerían victoriosos. La democracia, recordó a los norteamericanos, puede ser desordenada.

La apariencia presidencial de Biden pareció enfadar más a Trump, y ocasionó que dos horas después, el presidente diera su propia conferencia de prensa desde la Casa Blanca. Nunca fue realista esperar que Trump concediera, pero aún bajo los reducidos estándares de su presidencia, las acciones de Trump impusieron un nuevo y aterrador récord negativo. En efecto, Trump explotó contra el sistema electoral porque no le permitió ganar de nuevo.

“Si cuentas los votos legales”, dijo, “gano por mucho. Si cuentas los votos ilegales, intentarán robarnos la elección”. Trump esbozó una conspiración deforme,que incluía a “las grandes empresas de medios, finanzas y tecnología”, así como las ciudades predominantemente afroamericanas como Detroit y Philadelphia, donde tuvo pocos votos. Según él, los observadores republicanos tenían que usar binoculares para supervisar el conteo.

Trump se veía cansado y derrotado. El vicepresidente Mike Pence estaba sospechosamente desaparecido. Es cierto que Trump registró éxitos notables el martes, como declaró ante la prensa. Logró aumentar las cifras de los republicanos por cuatro millones de votos. Pero como siempre, Trump no dio el ancho. Su discurso estaba descuidado, lleno de afirmaciones falsas, y aparentemente diseñado para alentar el descontento y las protestas de sus seguidores.

Las cadenas apagaron a Trump

Muchos estadounidenses se sentían conmocionados. Noticieros como MSNBC decidieron cortar el informe, y señalaron las mentiras de Trump. Anderson Cooper, presentador de CNN, comparó al presidente con una “tortuga obesa agitándose bajo el sol sobre su caparazón”. Otros resaltaron que su comportamiento era el de un líder autoritario, como Vladimir Putin o Alexander Lukashenko, el malvado y déspota líder de Bielorrusia, y no el del ocupante de un gran puesto.

Los altos mandos del Partido Republicano apoyaron las declaraciones antidemocráticas de Trump. Otros, incluyendo a Mitch McConnell, líder de la mayoría del Senado, se mantuvieron en silencio. Al mismo tiempo, para la mañana del viernes, las esperanzas de Trump de volver a ocupar la presidencia por medios legítimos parecían desfallecer. Primero, Biden rebasó a Trump en Georgia por unos 1097 votos. La brecha era tan pequeña que los oficiales electorales anunciaron un recuento. Y después, Biden tomó ventaja en Pennsylvania. Ya no había vuelta atrás.

Los próximos meses serán inciertos y tenebrosos. El país está más polarizado que nunca. Trump podría convertirse en el primer presidente de un sólo término en 28 años. Pero, en contraste con los demás miembros de ese club, que incluye a Gerald Ford, Jimmy Carter y George HW Bush, es poco probable que Trump desaparezca de la política. Gracias a su enorme club de seguidores, una campaña en 2024 parece posible. Trump y el trumpismo continuarán.

Pero en lo que eso sucede, Biden está a punto de convertirse en el 46º presidente de los Estados Unidos. El viernes, en un discurso, fijó las prioridades que tendría su administración: Covid, economía, cambio climático y justicia social. También habló de la sanación del país en una época post partisana. Podrá ser un sueño, pero al menos es alentador. “Jamás me había sentido tan optimista sobre el futuro de la nación como ahora”, dijo Biden.

Es verdad que los eventos de la semana fueron decepcionantes para los demócratas. Algunos candidatos para el Senado y la Cámara de Representantes perdieron en elecciones fáciles. La oleada azul que los progresistas esperaban resultó ser una modesta marea. Y Biden, de casi 78 años de edad, es más bien una figura de transición. Sus opciones en el gobierno parecen estar gravemente limitadas.

Al mismo tiempo, las dimensiones históricas del triunfo de Biden son impresionantes. Obtuvo más votos que cualquier otro candidato presidencial en la historia de EU (casi 75 millones). Derrotó a un oponente con poderosos instintos políticos y genialidad para la comunicación. Al menos por un rato, EU y el resto del mundo pueden esperar un periodo de normalidad. El populismo no ha desaparecido, pero esta semana sufrió el golpe más fuerte en lo que va del siglo XXI.

https://www.theguardian.com/us-news/2020/nov/07/red-mirage-donald-trump-election-week-soured

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