El profesor británico, el espía ruso y el ataque encubierto por la desinformación sobre Siria
Voluntarios de los Cascos Blancos rescatan a un niño herido tras un ataque aéreo ruso en la provincia de Idlib, noroeste de Siria, en 2019. Fotografía: Abdulaziz Ketaz / AFP / Getty Images

Un académico más escéptico que Paul McKeigue podría preguntarse si los correos que inundan su bandeja de entrada de un tal “Ivan”, un supuesto espía ruso, son demasiado buenos para ser verdad.

Aparentemente Ivan compartía muchas de las obsesiones personales de McKeigue, particularmente su deseo de desacreditar a los investigadores que recopilan evidencia de crímenes de guerra cometidos en Siria. Y aseguraba tener acceso tanto a dinero en efectivo como a información secreta.

El profesor de genética de Edimburgo, que dedica enormes cantidades de su tiempo personal a perseguir teorías marginales que aseguran que los ataques contra civiles son montajes para degradar al gobierno de Bashar al-Assad, se sumergió con gusto en su nueva correspondencia.

Durante tres meses llenó cientos de páginas con especulaciones, incluyendo acusaciones contra periodistas, investigadores y diplomáticos sobre su trabajo como conductos para las agencias de inteligencia occidentales. Él reveló la identidad de una fuente confidencial, y compartió la información que le dio.

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Pero McKeigue no se escribía con un espía ruso, ni siquiera con un hombre llamado Ivan. La cuenta de email era controlada por un grupo de empleados en una de las organizaciones que quería desacreditar, quienes dicen que trabajaron encubierto por la preocupación sobre las tácticas que McKeigue y sus aliados querían desplegar en un intento de defender al gobierno sirio y a sus aliados rusos.

“Jamás pensamos llegar tan lejos. Él aceptó la comunicación de inmediato, sin revisar nada”, dijo Yerma Jelacic, exreportera de The Observer que ahora trabaja en la Commission for International Justice and Accountability (CIJA) y quien tuvo un papel clave en la jugada.

“Al final había unas 500 páginas de correspondencia desde el 1 de diciembre hasta marzo”, dijo en su primer recuento de la acción.

La CIJA recolecta evidencia documental de Siria para que los criminales de guerra puedan rendir cuentas de sus atrocidades. Su trabajo ya se utilizó en un histórico juicio en Alemania, es la primera vez que los funcionarios sirios se enfrentan a cargos de tortura patrocinada por el estado.

Aparentemente también irritaron a McKeigue, quien prepara un reporte sobre el grupo con sus aliados ideológicos, y buscaba información para desacreditar a la CIJA.

“Sabíamos que concentraban su atención en nosotros”, dijo Jelacic. “En parte queríamos ver qué amenaza de seguridad significan para las personas que trabajan con nosotros en términos de lo que podían revelar”.

Se sorprendieron tanto por su disposición a involucrarse con un supuesto agente ruso, como por la información que compartió.

Entre las aseveraciones más dañinas que McKeigue hizo, dijo que un diplomático ruso en la embajada en Ginebra, el primer secretario Sergey Krutskikh, intercambiaba correspondencia con otros miembros del “Working Group on Syria, Propaganda and Media”, sobre sistemas encriptados.

Se trata de una alianza de académicos e investigadores extremistas de izquierda que aseguran que los periodistas occidentales, las ONGs y otros actúan bajo órdenes de la CIA y el MI6 para desvirtuar al gobierno sirio, incluyendo evidencia falsa de muertes civiles y ataques químicos.

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Incluyen al controversial profesor de la Universidad de Bristol David Miller, quien ha sido acusado de antisemitismo por sus propios alumnos, aseveración que él niega, y la blogger Vanessa Beeley, quien visita frecuentemente Siria en viajes patrocinados por el gobierno.

Los miembros del grupo han cuestionado la veracidad de los ataques con armas químicas en Siria, y aseguraron que incriminaron a Rusia con el envenenamiento de Sergei Skripal en Salisbury en 2018.

También fueron parte de una larga campaña pública contra los Cascos Blancos, una organización civil de rescate que enfureció a las facciones proSiria y Rusia al documentar las atrocidades mientras intentaban salvar vidas, y posteriormente difundir el metraje.

El fundador de la organización, James Le Mesurier, aparentemente se suicidó en 2019 entre una inmensa presión pública, que incluía ataques no solo contra el trabajo del grupo, sino también contra sus finanzas y vida personal. La CIJA temía enfrentarse a una encrucijada similar.

“¿Por qué lo hicimos? Nosotros observamos lo que le pasó a James Le Mesurier”, dijo Jelacic. “Sabíamos que no iban sólo detrás de la organización, sino también del líder, Bill Wiley, y dirían: ‘Es un espía. Es un corrupto’ “.

Durante el curso de la correspondencia McKeigue obtuvo información personal tanto de Wiley como de las finanzas de CIJA, después de que surgieron preguntas sobre su cuentas en la Oficina Europea Antifraude, Olaf. Nada de esto afectó la credibilidad del archivo recolectado, y la CIJA defiende su administración financiera.

“De lo que sabes de Wiley”, le preguntó a Ivan en un email, “¿crees que sea posible que tenga algún tipo de adicción (como a la cocaína)? Es una mera especulación de mi parte,  pero podría explicar algunas de sus conductas irracionales e impredecibles”.

Para Jelacic, quien, cuando era adolescente, huyó con su familia de Yugoslavia durante la guerra, los intentos de McKeigue y el Working Group para cuestionar lo que sucede en Siria se asemejan a las campañas de los extremistas de izquierda parapetar el genocidio bosnio.

“Lo diferente es que se trata de un nivel de desinformación nunca antes visto. Lo preocupante es que se tolera”, dijo.

“Incluso en los círculos académicos populares esta desinformación y negación está mal representada como libertad de expresión… Tenemos el deber moral de oponernos al revisionismo y la negación”.

McKeigue dijo a The Observer que el ataque fue “una inteligente operación de engaño”, y dijo que, de haber sabido que los intercambios se harían públicos, hubiera utilizado un “lenguaje más precavido”. Cuando le preguntaron por las aseveraciones del contacto con un diplomático ruso, declinó comentar directamente, pero dejó entrever que es posible que algunas declaraciones sean exageradas.

Las personas del otro lado de este ataque se las arreglaron para hacerme revelar información proporcionada por otros que no debía compartirse, junto con otra información que probablemente está embellecida”, dijo. “Esto fue un error de mi parte por el que acepto la responsabilidad, y ya me disculpé con aquellos involucrados”.

El profesor también negó haber hecho algo malo o ilegal, y dijo que tenía la mente abierta sobre las personas con las que se comunicaba.

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En su propio comunicado, la Universidad de Edimburgo dijo a The Observer: “Las acciones detalladas en los reportajes de los medios se llevaron a cabo por Paul McKeigue en su capacidad de ciudadano privado, no como empleado de la universidad. Nosotros respetamos los derechos del staff de tener intereses no relacionados con sus puestos dentro de la institución. No obstante, si recibimos quejas sobre la conducta de alguien y consideramos que dañan nuestra reputación, entonces evaluaremos si es necesaria una investigación y tomamos las acciones adecuadas”.

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