El Tapón del Darién, una frontera tan peligrosa que reunió a 10 gobiernos de América
Foto: William Urdaneta / UNICEF.

“Cuando entres, te esperan cuatro lomas. Subirás y bajarás hasta que llegues a un río. Tienes que ir bordeándolo, derechito. Nunca te salgas. Verás unos bananeros, esto significa que estás a unas tres horas del asentamiento indígena. La primera señal de que estás cerca es cuando empiezas a ver el cielo. Pero ten cuidado, la última loma es la de la muerte. Ahí, los indígenas aprovechan que los migrantes están cansados para asaltarlos”.

Con estas instrucciones grabadas en su mente, el venezolano N.L., que no se identifica por seguridad, entró el 22 de junio en la selva que une Panamá con Colombia, el Tapón del Darién. Se las dio un compañero de protestas antichavistas que salió de la travesía con vida y logró instalarse en Canadá. 

México y Estados Unidos tienen los ojos puestos en la ruta migratoria que inicia en Honduras y tiene por meta cruzar la frontera norteamericana. Pero para muchos, la crisis migratoria que el gobierno de Estados Unidos se ha propuesto enfrentar empieza antes, incluso, ultramar. Esa jungla de 575,000 hectáreas es de los cruces más peligrosos para quienes intentan llegar a EU sin documentos. 

Desde enero de 2021, el número de migrantes indocumentados que han cruzado la frontera entre Panamá y Colombia se ha multiplicado cada mes. Según datos del gobierno panameño, enero empezó con 1,007 y en julio, registraron 19,142. En total, llevan 45,150, un 26% de ellos, menores. Se trata de una cifra récord desde 2010. El máximo se había presentado en 2016, con 30,055.

La situación ha llevado a que las cancillerías panameña y colombiana se reunieran el 6 de agosto, y el miércoles 11, convocaron una junta virtual con los homólogos y altos funcionarios de otros ocho países de la región, incluidos México y EU. 

N.L. ha sido preso político en Venezuela cinco veces. En total, más de tres años entre rejas por organizar protestas contra el gobierno de Nicolás Maduro (actos de terrorismo, según el gobierno). Antes de terminar preso por sexta vez, a finales de 2019 se escondió. Vivió en la clandestinidad todo el 2020, hasta que decidió exiliarse y buscar asilo en EU

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Bajo Chiquito, Darien, Panama, 2020. Foto: William Urdaneta / UNICEF.

Migrantes de Haití… y hasta Uzbequistán

N.L. estuvo tres días en el municipio colombiano de Capurganá, esperando a encontrar un coyote que lo cruzara. Él pagó 150 dólares para asegurarse de que lo acompañarían hasta la última loma y le brindaran seguridad. Ahí los rumores cuentan que la zona la controla el Clan del Golfo, una organización criminal colombiana. Parte del pago se destina a los derechos de tránsito. Pero los que no llegan a esta cuota, tienen la opción de pagar entre 30 y 40 dólares y que los dejen a medio camino. 

El único grupo con el que los coyotes se presentan abiertamente es el de los cubanos porque ahí se los conoce por traer dólares que les mandan sus familiares desde EU. “Y no hacen mucho para disimularlo, parecen turistas”, explica N.L. 

El primer día, estuvo entre cuatro y cinco horas caminando hasta que él y el resto del grupo llegaron a una casa de madera donde duermen los coyotes. Ahí montaron el campamento. “Me da risa porque los cubanos no sabían tender una carpa. Yo les decía: ‘¡Ay, arrecho! Cuando te quitan la libertad, dejas de aprender muchas cosas’”, comenta, riendo.

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La nacionalidad que más usa esa ruta hacia EU es la haitiana. El 62% de los cruces registrados en julio procedían de ese país. La segunda es la cubana, con 2, 216 personas ese mes (11%). Le siguen Chile y Brasil, pero en esos casos, se trata de hijos de haitianos que nacieron en esos países.

En lo que va de 2021 se han registrado cruces de personas de más de 35 nacionalidades cruzando el Dairén, no solo sudamericanas o de las Antillas, también de África, de países como Congo, Guinea o Camerún, y Asia, con personas de India, Nepal o Uzbequistán.

A los de Uzbequistán no se les entendía nada”, comenta N.L., que compartió campamento con 11 de ellos en su segunda noche de travesía. La selva es sombría, húmeda, fría. El activista político se armó una ligera bolsa con ropa deportiva pero terminó por desecharla en el camino. La usaba para marcar el paso a los que le siguieran cuando la ruta era confusa.

De repente te cae un palo de agua encima, pero no puedes parar”, explica él, que cruzó la jungla en cuatro días. Solo descansaban a mediodía para comer y a las seis de la tarde para dormir. No podía detenerse ni a escurrir su chamarra cuando estaba empapada. “Con señas, le pedí al de Uzbequistán que me prestara una franela. Ellos pasan cuatro o cinco meses viajando, van equipados”, explica. Esa segunda noche tuvo fiebre, y también la tercera, hasta que alguien del grupo le dio unas pastillas. 

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Foto: N.L.

Riesgo a la salud

La organización Médicos Sin Fronteras (MSF) lleva desde 2012 en México atendiendo a migrantes procedentes de Centroamérica. Hacía un par de años que sus voluntarios escuchaban historias de personas que les contaban que el peor lugar donde habían estado era en el Tapón de Darién.

“Y eso que mis colegas estaban en la frontera norte, con lo peligroso que es”, explica Raúl López, el coordinador del proyecto de Panamá de MSF. 

Entonces cuando decidieron iniciar una misión en ese país. Por la pandemia, se retrasó hasta mayo de este año. Se instalaron en Bajo Chiquito, el primer pueblo panameño donde llegan los migrantes, y en las Estaciones de Recepción de Migrantes de Lajas Blancas y San Vicente.

Los casos más frecuentes que atienden son por deshidratación, lesiones por caídas, afectaciones cutáneas por picaduras y afectaciones en los pies, por las horas y horas de caminata sin descanso.

Tres de cada 10 personas que cruzan son mujeres, según datos del gobierno de Panamá. Algunas, viajan en estado de embarazo avanzado. “Mínimo, cuatro han dado a luz en la selva”, comenta López. “También hay abortos porque se caen o las llevan en la espalda y les aprietan el vientre”, añade. Y luego está el covid. No todos los casos pueden confirmarse y aislarse; además, la trazabilidad de los contagios es difícil.

MSF reportó también 88 mujeres agredidas sexualmente. Algunas, se toman pastillas anticonceptivas antes de entrar en la selva porque saben lo que les espera. Raúl López dice que algunos abusadores las violan delante de sus parejas o del grupo. Esto y la muerte, son dos de las causas de afectaciones psicológicas que más atiende la organización.

Una vez que dejaron las lomas a sus espaldas, aún les queda bordear el río. Los excrementos de caballo indican que hay asentamientos humanos cerca. “Uno se adapta demasiado rápido a la selva”, considera N.L., sobre cómo aprendió a leer señales de la jungla.

Había un tramo en el que se encontraron un árbol caído perpendicular en el camino. “Cuando giré para levantar el pie y pasar el tronco, a un lado estaba un cráneo, las costillas, los brazos, el fémur y la persona tenía como un bolso puesto”, explica, mientras con el brazo hace el gesto como si lo estuviera sosteniendo colgando del brazo. “Y llevaba una playera de futbol, del Barcelona”, añade. En ese tramo la muerte estaba presente: personas ahogadas, caídas de las rocas o las que el río arrastraba cuando se crecía. “De ahí en adelante dejé de asimilar. Simplemente, caminé”, reflexiona, ahora, N.L. 

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Foto: N.L.

Migración en cuotas diarias

Las cancillerías de Panamá y Colombia acordaron, el 6 de agosto, establecer una cuota de migrantes que podría cruzar la frontera común y que fuera coherente con la capacidad de atención de los centros de acogida panameños. La cuota se fijó en 650 personas diarias durante agosto y reducirla a 500 solo cinco días a la semana para septiembre.

El miércoles 11, convocados por esos países, se celebró la primera reunión sobre migración irregular. De manera virtual, se reunieron cancilleres y secretarios del ramo de Costa Rica, Brasil, Ecuador, Chile, México, Canadá, Perú y Estados Unidos.

“Para Panamá esta es una situación preocupante que requiere soluciones sostenibles en el tiempo, con la participación de todos los países que forman parte de esta ruta, sean de origen, paso o destino. Necesitamos el apoyo de la comunidad internacional”, dijo la canciller panameña, Erika Mouynes.

La canciller colombiana, Marta Lucía Ramírez, hizo incapié en que Canadá y Estados Unidos cooperaran, con tecnología y vacunas, al ser países de destino. Acordaron metas sin ninguna ruta para llegar a ellas. La semana que vienes, los direcrotes de migración de Costa Rica, Colombia, Brasil, Chile, Ecuador, México y Perú.

Pero para los migrantes de esta región, las autoridades diplomáticas parecen estar muy lejos de la realidad. “¿Pasaporte? Eso ahí no existe”, cuenta N.L., sobre los documentos que le acompañaron desde que salió de Venezuela y a su paso por Costa Rica —“la mejor frontera del mundo, hay puestos de fruta y no está migración fastidándote”, dice— Nicaragua, Honduras —donde “los policías son malos, te roban y no te dejan ir”, comenta—, Guatemala y México —donde estuvo diez días en un centro de migrantes en Tlaxcala, “una cárcel”, dice. 

N.L. está por cumplir 32 años. Dice que se ha pasado casi toda su vida adulta sin ser libre, aunque reconoce que el hecho de rebelarse contra el régimen venezolano y enfrentarse a la selva para buscar una mejor vida, ha sido, de hecho, un acto de libertad. El domingo 9 de agosto cruzó la frontera en Mexicali, se entregó a la primera patrulla fronteriza que encontró y ahora está tramitando su asilo. “¡Lo logré!”, dijo, desde Texas. 

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Paso Canoa, Panamá frontera con Costa Rica. Foto: William Urdaneta / UNICEF.

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