Opinión

Salvar al Rembrandt

La política energética, como toda política pública, consiste en resolver desafíos éticos, tomando en cuenta el costo de las diferentes rutas a seguir. Ahora que el incendio comienza, ¿a quién salvaremos?

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“En un incendio, entre un Rembrandt y un gato, salvaría al gato. Una vida siempre vale más que una obra de arte”.

El enunciado es –se supone– del renombrado escultor y pintor del siglo XX Alberto Giacometti. Algunos lo recordarán de un diálogo memorable que aparece en una escena de la famosa película Un hombre y una mujer, de Claude Lelouch.

Un argumento esgrimido en contra de Giacometti y más de un amante de los animales es que hay gatos para repartir mientras que el Rembrandt es irremplazable y ha adquirido un alto valor en la cultura universal. Lo indicado sería salvar al Rembrandt.

Este argumento me recuerda a la paradoja del valor entre el agua y los diamantes, explicada por Adam Smith y reconocida desde la Grecia antigua. La gente paga más por los diamantes que por el agua, aun cuando el agua es indispensable para la vida y los diamantes no. Esto se debe a que el agua es mucho más abundante y fácil de obtener que los diamantes. El agua, dice Smith, tiene un alto “valor de uso” pero un bajo “valor de cambio” (de mercado). En contraste, los diamantes tienen un bajo valor de uso pero un alto valor de cambio.

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Con el aire y la energía ocurre como con el agua y los diamantes. Estamos dispuestos a pagar más por la energía que utilizamos cotidianamente que por el aire que respiramos. El aire es abundante, la energía útil no. Es preciso invertir vastas sumas de capital y trabajo, recurrir a mucha creatividad y capacidad de organización, para obtener un flujo de electricidad que llegue a los hogares y centros productivos. Para respirar… basta con respirar.

O así parecía hasta hace unas décadas. La abundancia de aire limpio empezó a disminuir en las ciudades y la acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera comenzó a alterar los patrones del clima.

Hoy las señales apuntan a que estamos frente a un incendio en cámara lenta, si bien los habitantes de California y Australia podrían decirnos que el incendio ya está aquí.

¿A quién salvaremos? ¿A las asombrosas y caras obras energéticas a base de combustibles fósiles –verdaderos logros de la ciencia y la tecnología– o a los seres vivos?

En abstracto, muchos coinciden con la perspectiva de Giacometti. Debemos escoger a los vivos. Además, la máquina de combustión interna no es precisamente un Rembrandt.

Sin embargo, el aumento más espectacular de riqueza en la historia de la humanidad fue alcanzado con esta máquina. En los últimos 200 años más gente que nunca salió de la pobreza, multiplicó su capacidad productiva, mejoró sus expectativas de ingreso, debido a su aplicación en prácticamente todas las actividades económicas.

¿Quizá el aumento en los niveles de vida mundiales más que compensa por el costo de la contaminación que esta máquina trajo consigo, sea en reducción de la esperanza de vida por enfermedades pulmonares o en el aumento de la frecuencia de eventos climáticos extremos?  

En los hechos, esa parece ser la conclusión de los líderes del mundo. Pueden emitir uno que otro lugar común sobre el gran valor del aire limpio y lamentarse por lo que está ocurriendo a tantas comunidades debido al cambio del clima, pero la mayoría sigue eligiendo al crecimiento económico sobre el medio ambiente. A la hora de la verdad, no están dispuestos a alterar el cálculo de valor entre la energía y el aire. Eso requeriría introducir un precio a las emisiones que necesariamente elevaría el costo de la energía.

Para quienes observamos estas decisiones a la distancia, la condena es un recurso fácil, acaso de alto valor de uso pero bajo valor de cambio. Pero no enfrentamos la misma circunstancia política que los tomadores de decisiones. Más aún ¿cuántos estamos dispuestos a pagar por el valor de nuestras convicciones éticas? Por cada Greta Thunberg que está dispuesta a cruzar el Atlántico en un velero hay cientos de líderes que ni por asomo renunciarían a las conveniencias de un viaje en avión. Por cada ciudadano que decide poner su granito de arena para reducir emisiones andando en bicicleta, hay miles que prefieren el automóvil o no tienen más opción que el transporte público.

La política energética, como toda política pública, consiste en resolver desafíos éticos, tomando en cuenta el costo de las diferentes rutas a seguir. Ahora que el incendio comienza ¿elegiremos al Rembrandt o al gato?

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