Opinión

La lactancia no siempre es como la pintan

Para que una madre pueda tener una lactancia exitosa se necesita un círculo completo de apoyo en lo familiar, laboral y social. 

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La lactancia materna fue un tema que no ocupó ni un minuto de mi cabeza hasta que me embaracé. Y ya embarazada, no fue hasta que una amiga me explicó lo difícil que puede llegar a ser, que empecé a poner mi atención en el asunto. Tomé un curso completísimo en el cual me dieron toda la información que necesitaba. Compré mi sacaleches, mis parches, lanolina y caléndula. Me sentía listísima y, luego, todo se vino abajo. 

La teoría poco tiene que ver con la práctica y, desde un inicio, estaba frustrada porque la cosa no fluía como lo pensé. Al buscar apoyo en chats de mamás, encontré respuestas, tips prácticos y apoyo, pero también juicios y mujeres minimizando mi situación. Era como si, por ser mujer, tuviera que tener todas las respuestas dentro de mí y, si la cosa no fluía era porque yo no era una buena mamá. Empezando con culpa, como suele suceder. En mi desesperación de ver a mi bebé llorar y que namás no me salía leche le daba una mamila de fórmula para calmar su hambre, pero en vez de sentirme tranquila me sentía peor: las otras mamás van a decir que soy un monstruo, ¡cómo le doy fórmula! lo voy a envenenar. 

Porque claro que la fórmula no es lo mismo que la leche materna, y claro que hay una industria multimillonaria detrás, pero tampoco es como darle cianuro a diferencia de lo que algunas creen. Y pocos momentos son tan vulnerables como tener a una persona minúscula frente a ti llorando y no saber bien qué es lo que debes hacer. 

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Entonces dejé de hacer preguntas, de pedir apoyos o consejos y navegue sola –y con libros– por las dudas, los miedos y la incertidumbre. No lo disfruté mucho pero por fin había logrado “establecer” la lactancia materna. Ya ni sé si lo estaba haciendo por mi hijo, por mí o porque era lo que la sociedad dictaba que tenía que hacer, pero lo logré. Y justo cuando pensé que había librado la batalla, llegó la segunda y más fuerte. 

En ese entonces era gerente de Reactor 105.7 y, después de mi ausencia por maternidad, tuve que regresar a la oficina. Si bien dejar a mi bebé fue difícil, continuar con la lactancia lo fue aún más. Cada tres horas religiosamente tenía que sacarme leche para mantener la demanda y, sobre todo, juntar la leche necesaria para mi bebé. Y eso que yo era “la jefa”, tenía una oficina privada y, aunque estuviera rodeada de vidrios, al menos podía tener un espacio semiprivado para hacerlo. Intentaba con poco éxito estar en la computadora mientras tenía dos copas de plástico succionándome las chichis y una manta de lactancia arriba con lo cual era imposible que mis manos llegaran al teclado. Y luego, no es como que puedes contestar un mail todo estresante mientras te sacas leche, no. Porque si estás estresada, la leche no sale: entonces yo intentaba bloquear mis pendientes mentales con mantras y viendo fotos y videos de mi bebé mientras me tomaba dos litros de agua para ver si así salía más leche. 

Tuve múltiples “juntas” por teléfono mientras el resto del equipo me escuchaba en el teléfono de la oficina de al lado para que pudiera sacarme leche. También me pasó que hubieran juntas inamovibles que duraban más de lo que yo pensaba y donde no podía ni escuchar lo que decían porque toda mi concentración estaba en que mis chichis no explotaran. Cargaba diario con mi hielerita con bloques de hielo plástico, porque no tenía acceso a un refrigerador y la leche a temperatura ambiente se echa a perder. Al final del día, me iba a casa angustiada por todo el trabajo que dejaba pendiente por andar sacándome leche, y de hecho varias veces aproveché el tráfico capitalino para sacarme máaaas leche, siempre con el miedo de que un policía me parara y ver qué fregados le iba a decir con dos conos plásticos pegados a las bubis. 

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Sobra decir que mi lactancia fracasó y a los seis meses exactos de haber empezado, paré. Hubiera parado antes si no fuera por la autoexigencia que me impuse. Paré con una culpa enorme de ser una mala mamá y no cubrir las expectativas de la maternidad ni poder alimentar a mi hijo de la mejor manera, pero también sentí un tremendo alivio de por fin terminar con algo que no funcionaba ni para mí ni para mi bebé. 

Con mi segundo hijo la historia fue otra. Ese cuento de hadas de la lactancia perfecta, fluida y exitosa que escuchaba con mi primer hijo y no entendía la experimenté esta segunda vez. Aunque llegué con mucho más miedo que la primera vez, también llegué con mucho más apoyo y seguridad y todo funcionó. Viví una lactancia sin sacaleches, con mi bebé todo el tiempo junto a mí. Una lactancia sin un trabajo godín que me obligara a partirme en 16 para poder hacer todo. Una lactancia respetuosa y a mi modo. Y una lactancia en la que no busqué aprobación de nadie para desarrollarla. 

¿Por qué les cuento todo esto? Porque la primera semana de agosto es la Semana mundial de la lactancia materna y hay que hablar de esto. Se dice mucho que el bajo índice de lactancia materna tiene que ver con falta de información y coincido a medias, porque desde mi experiencia estoy segura que la falta de apoyo es un factor aún más determinante. Y con “apoyo” no me refiero a que te digan que le eches ganas. Me refiero a apoyo real, tangible: sí, en casa pero también en las oficinas. Que existan espacios exclusivos para que las mamás lacten o se saquen leche.

La ley por ahora considera que las madres tienen derecho a una hora de lactancia al día en oficinas, ya sea salir antes o sacarse donde puedan. Esto no sirve ni es factible. Es como tapar el sol con un dedo. Si yo con coche y oficina propia la tuve difícil, ¿cómo lo hacen las cientos de madres que comparten cubículo y usan transporte público? Y ahorita ni me voy a meter en el efecto medioambiental que implica no amamantar. Para que una madre pueda tener una lactancia exitosa se necesita un círculo completo de apoyo en lo familiar, laboral y social. 

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