Haz este mantra que te recomiendo para integrar tu experiencia: me encuentro en el terreno del amor y no en el de las jerarquías.
La palabra Jerarquía, según el diccionario de la lengua española procede de la latina hierarquia, y esta de la griega ἱεραρχία (hierarchía), de ἱεράρχης (hierárchēs). Hace referencia al clérigo encargado de presidir los ritos sagrados (ἱερεύς hiereús —‘sacerdote’, de la raíz ἱερός hierós, ‘sagrado’—, y ἀρχή archē —‘primer lugar’, ‘gobierno’, ’mando’—).
Además, la Real Academia de la Lengua Española define tres acepciones del término: “gradación de personas, valores o dignidades”, “jerarca” y “orden entre los diversos coros de los ángeles”. Para ‘jerarca’ recoge dos acepciones: “superior en la jerarquía eclesiástica” y “persona que tiene elevada categoría en una organización, una empresa, etc”.
En nuestra sociedad somos partícipes absolutos de una constante jerarquización de la vida, transitamos, apoyamos, contribuimos a que estos sistemas de grados superiores e inferiores nos señalen los caminos y la toma de decisiones.
Desde la escuela hasta los trabajos, estructura familiar o incluso círculos de amistades, estos escalones en donde siempre hay alguien que “sabe más”, “tiene colección de títulos profesionales”, “lleva la voz cantante”, etcétera, son parte de nuestro cotidiano.
Obedecemos, asentimos y colaboramos a que las relaciones estén basadas en estos criterios de valoración según clase, tipología, educación, estatus en redes sociales, si son “celebridades o famosos”, los puestos que ocupan, etcétera, etcétera, etcétera suponiendo un orden ascendente y descendente determinados por un termómetro medidor de autoridad.
Ahora que ya entendemos el significado y la etimología de la palabra y que podemos tomar alguna perspectiva de su poder exterior es hora de comenzar a sentir y explorar la jerarquía interior que nos mueve, básicamente a lo que damos más valor, importancia, quién es el jefe dentro nuestro, quién lleva la batuta, quién manda, arma y desarma y se erige como el comandante de la vida.
En cada una de mis columnas, la mirada desde el mindfulness, la conciencia, la atención plena, la espiritualidad apunta adentro, esos sistemas de valores y categorías de poder que nos habitan porque desde allí es donde podemos reconocerlos, tratarlos con mucho amor y paciencia para finalmente darles la despedida.
Observa los podios, sillas altas, tronos, escenarios, púlpitos, las aulas educativas en donde el maestro siempre tiene una jerarquía mayor, la oficina en donde el jefe ocupa el piso de arriba, cualquier escenario es una muestra contundente de estas graduaciones.
¿Y si los quitamos para sentarnos en círculo? ¿La maestra se baja de la silla y se pone a la altura de los estudiantes? ¿El político se mezcla de verdad con los votantes y los mira a los ojos? ¿ Los periodistas exploran otras fuentes y comparan los datos desde una verdadera investigación? ¿Qué pasaría si médicos y expertos salen de los laboratorios y se abren a una comprensión humanista de la vida en donde el cuerpo del paciente es una fuente de información y no un campo fértil para llenar de arsenales químicos?
Se trata de cambiar la arquitectura y sentarnos en círculo, simple cambio de juego para disolver jerarquías, lo puedes hacer ya mismo en cualquier de tus circunstancias de vida, crear la ronda en donde es mucho más complicado saber quien manda y mil veces más sencillo crear comunidad y solidaridad.
El siguiente paso es hacerlo interiormente: sentar en círculo a todos tus componentes de grados y valores, revisarlos, resignificarlos y abrir un nuevo juego en donde lo que nunca fue escuchado tenga prioridad y el amor sea el que guíe.
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