Opinión

Fábula sobre la credibilidad (II)

“No hay peor mentiroso que aquel que utiliza su poder para comprar credibilidad”, les dijo con desolación, mientras salían de la lujosa habitación. 

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El ratón más viejo de todos era un pequeño sabio que había sufrido a varias generaciones de “jefes”. A todos los había observado con mucho cuidado y tenía una clasificación para cada grupo. “Hemos tenido jefes que ocuparon el poder solo para crear fortunas personales que les permitieron vivir cómodamente el resto de sus vidas, en detrimento de todos los demás”, explicaba a los demás “maestros”, en el fondo de la cava. “Otros, llegaron al poder convenciendo a todos de su mayor capacidad y honestidad, pero dieron muy malos resultados, y también los cachamos engañándonos a todos. Fueron una gran decepción”, continuó. “Hoy están en el poder los que por años nos dijeron que harían todo diferente, los que nos convencieron de que había una manera distinta de hacer las cosas. A quienes pusimos en el poder les dimos el encargo de cambiarlo todo, para bien de todos. En eso está fundado su poder. Si no son diferentes, entonces nos engañaron”, sentenció el viejo sabio, con voz potente y firme. Un sonoro aplauso resonó por toda la cava. Los demás maestros estaban hartos de ser engañados.

“¿Cómo saber entonces si son diferentes?”, preguntó ansioso uno de ellos. “Ya sabemos que nos mienten”, dijo el viejo sabio con tristeza. “Pero todavía cabe la posibilidad de que lo hagan con la intención de ganar tiempo, mientras logran cambiar las cosas. Por eso creo que aún tantos le creen, a pesar de las mentiras evidentes. Aún tienen la esperanza de que pronto llegarán los grandes cambio”, dijo poco convencido, como queriendo encontrar una explicación esperanzadora que calmara los ánimos. “Para estar seguros necesitamos encontrar la causa, la intención de las mentiras. Si se trata de una simple estrategia para mantener el rumbo, para ganar tiempo, para crear algo nuevo, podemos ayudarlos a corregir y construir algo juntos. Pero si se trata de un burdo engaño para mantener el poder y abusar de nosotros, entonces su credibilidad está muerta”, dijo con la voz más firme pero serena que pudo emitir. 

“Hoy no estamos seguros si el “jefe máximo” se ha beneficiado directamente de las tranzas de sus familiares y amigos, si sabía de estas, si las instruyó o las avaló. Tenemos que saber, para tener un criterio claro. ¿Está rodeado de corruptos e incapaces, o surge de él la tranza que nos afecta a todos? Esa es la clave. Se me ocurre que nosotros, los maestros, los que recopilamos y difundimos el conocimiento, nos acerquemos a él para ofrecerle nuestros servicios: hablar puras maravillas de él, desmentir los escándalos, crear una imagen de héroe y perpetuar así su mandato y su legado. Pero, a cambio, pedimos tener privilegios especiales, menos trabajo y un porcentaje de todos los alimentos que se recaben de la cocina. Si nos rechaza airadamente le confesamos entre todos nuestro plan, lo felicitamos por ser diferente y nos ponemos a sus órdenes. Si acepta el trato, será nuestra obligación decírselo a toda la comunidad de ratones”, dijo el sabio ratón, resoplando nervioso y esperando la respuesta de sus colegas. Estos se volteaban a ver, nerviosos y pensativos. Uno a uno fueron asintiendo con la cabeza, aceptando el plan. “Manos a la obra”, dijo el ratón sabio.

Después de una semana de armar el guion, ensayarlo, hacer el grupo de delegados y conseguir la cita, finalmente el día había llegado.

La nueva guarida del “jefe máximo” se encontraba en un ala abandonada del castillo, en un lujoso cuarto que hace años pertenecía al príncipe heredero de la familia real, que ahí habitaba. 

Al recorrer el cuarto, con camino a los aposentos del “jefe máximo”, la delegación de maestros se dio cuenta del enorme lujo con el que vivía. Los mejores artefactos recolectados del mundo de los humanos estaban ahí, junto con deliciosos manjares que parecían superar las necesidades de la familia que ahí habitaba. También vieron demasiados “siervos” que deberían estar procurando comida, medicinas y utensilios para todos, ahí parados, sin hacer nada, con un raro uniforme que decía “ayudante”. Por todo el enorme cuarto había pinturas del “jefe máximo”, en diferentes posturas y momentos “gloriosos” que nunca habían sucedido. 

Llegaron a la sala de espera, y esperaron, esperaron y esperaron. Una larga letanía “ayudantes” entraban y salían de la oficina principal. A ratos se escuchaban iracundos gritos que parecían provenir del “jefe máximo”, y después se escuchaban sonoros aplausos y porras, que se repetían una y otra vez.

Finalmente salió un ayudante y dijo con cara nerviosa: “pueden pasar”. La delegación entró y fueron ubicados en una larga mesa que se parecía a la sala de banquetes de los humanos. El cuarto estaba lleno de pinturas épicas con el “jefe máximo” como protagonista central. Él se sentaba en una de las cabeceras, con su socarrona sonrisa y un enorme plato de queso al frente. 

“¿En qué les puedo servir?”, dijo con voz pausada pero potente. 

El viejo sabio tomó la palabra. “Señor, jefe máximo”, venimos a ofrecerle nuestros servicios. Somos un grupo de maestros con alto prestigio en la comunidad, que podemos ayudarle con su proyecto de transformación”, dijo haciendo una pausa, y esperando la reacción. 

Cuando vio la cara de enorme interés del ratón de la cabecera, continuó: “Sabemos que no es fácil hacer grandes cambios en una comunidad tan compleja como la nuestra, y que se requiere mucha paciencia, energía y un gran poder de convencimiento. En esto último entramos nosotros”, dijo copiando la sonrisa socarrona del “jefe máximo”. “Sabemos de la crisis de alimentos, de la crisis de medicinas y de la inseguridad que vivimos. Sabemos también que no nos han dicho toda la verdad”, dijo e hizo una pausa, esperando una reacción a su última frase. La única reacción que encontró fue la misma sonrisa socarrona y silencio. Así, continuó, “nosotros podemos contar su historia como una gran batalla contra los grupos del pasado, podemos maquillar las mentiras y esconder los fracasos, para que la mayoría lo siga queriendo y confiando en usted”, dijo el ratón sabio esperando alguna reacción diferente. No llegó, y siguió. “A cambio, solo pedimos ser considerados como un grupo especial, con menos trabajo, más derechos y recibir un porcentaje permanente de la recolección de alimentos de la cocina”, concluyó esperando la iracunda negativa del “jefe máximo, que le regresaría la esperanza. 

Después de un largo y denso silencio, el dueño del lujoso recinto dijo: “Es decir, ¿lo que ustedes me ofrecen es mantener mi credibilidad, a pesar de las mentiras? ¿Seguir siendo confiable, a pesar de los engaños que ya conocen? Y ¿lo único que tengo que hacer es darles algunos privilegios?”

“En efecto señor, el trato es sobre la credibilidad, sobre la capacidad de mantenerla, y sobre la posibilidad de contar con unos pocos privilegios, que a usted poco le quitan. Si acepta, su futuro estará en nuestras manos”, dijo el ratón sabio, aún esperando la negativa.

“Acepto. En este momento no hay nada más importante que hacer que se conozca todo sobre mí y mis intenciones en esta comunidad. No quiero nada para mí, como los de antes, solo el agradecimiento eterno de todos mis súbditos, y, claro, el reconocimiento de mi grandeza”, dijo el “jefe máximo” parándose de su lugar y abriendo los brazos en signo de agradecimiento.

“De eso no se preocupe, nosotros nos encargaremos de que toda la comunidad lo conozca, lo vea completo, y piense detenidamente en la credibilidad”, dijo el ratón sabio, con cara de tristeza, viendo a sus colegas que bajaban la cara decepcionados. 

“No hay peor mentiroso que aquel que utiliza su poder para comprar credibilidad”, les dijo con desolación, mientras salían de la lujosa habitación. 

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