Opinión

Otro estuario de la historia

Navegamos por un estuario más de la historia, ahí donde la corriente del río del optimismo de las libertades políticas y económicas se mezcla con la del bravo mar de la desigualdad, la polarización y la geopolítica mundial.

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En los últimos 50 años han ocurrido suficientes eventos transformadores de la economía y la política mundiales, pero lo que hoy ocurre se siente diferente. Da la impresión de que la incertidumbre –aunque similar a la de los 70 y 90, cuando cayó un orden económico mundial (el fin del Estado de Bienestar) y se derrumbó otro político y económico (la Unión Soviética)– tiene una cualidad distinta. ¿Por qué?

De entre el cúmulo de factores que generan incertidumbre, quizá el más notable sea el cambio político en Estados Unidos y su extensión sobre los acontecimientos mundiales. La confluencia de cambios en la economía, la tecnología, la sociedad y la cultura es por supuesto relevante y ha influido sobre este mismo giro político, pero se trata de una genuina novedad.

Estados Unidos, después de una década de protestas sociales contra la Guerra de Vietnam, la discriminación racial, la falta de oportunidades para las mujeres y el magnicidio de dos líderes políticos –Robert F. Kennedy y Martin Luther King– entre otros, afirmó en los años 70 su avance democrático, notablemente al término de la desagradable experiencia de Watergate y la renuncia del presidente Richard Nixon. A pesar de la polarización y las grandes dificultades económicas de la época, el hilo conductor de las decisiones políticas internas estadounidenses amplió las libertades económicas, sociales y civiles, preservando a su vez el columnado institucional de la separación de poderes. 

Aunque el mundo cambió, la política institucional de Estados Unidos permaneció más o menos estable. Ni la Guerra Fría, ni la Revolución Islámica de Irán, ni la oleada de autoritarismo en América Latina, ni los choques petroleros, ni la estanflación mermaron fundamentalmente el andamiaje institucional y social estadounidense, si bien predominó el viraje ideológico hacia el conservadurismo.

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Esta base sirvió para que en los 90, con el colapso de la Unión Soviética, cobrara fuerza el ideal de extender la manera estadounidense de entender la libertad al resto del mundo. Sin la oposición del socialismo soviético ni el comunismo chino, Estados Unidos lideró con el apoyo de los países del Atlántico Norte la integración económica mundial, una coalición para repeler a Irak después de su invasión a Kuwait, un esfuerzo de resultados mixtos para resolver el conflicto y las atrocidades étnicas en los Balcanes y África, la promoción de procesos de democratización en Europa, Asia y América Latina. Su liderazgo respecto a las negociaciones para contener el cambio climático fue menos decidido, pero prácticamente ningún país tenía esa agenda como la prioridad de su política exterior.

Hoy Estados Unidos parece menos convencido de salir al mundo a “desfacer entuertos”, menos comprometido con la promoción de derechos civiles y medioambientales propios de la idea del progreso democrático, menos seguro de su capacidad para competir con países emergentes, como China. La polarización política y económica exacerbada como resultado de la Gran Recesión, la concentración de la propiedad en los mercados, la erosión de instituciones y organizaciones de la sociedad civil, la elección de Donald Trump y ahora el activismo ideológico de la Suprema Corte auguran un periodo largo de distracción y desafío político interno. Mirar al exterior para resolver una agenda internacional compleja será más difícil.

Ese vacilar frente al desafío a libertades y órdenes internos tomados por sentado hasta hace muy poco significa incertidumbre. Si Estados Unidos no pelea con la misma decisión que lo hizo en los años de la posguerra por un orden económico y político internacional abierto, ¿cuál es la alternativa que prevalecerá? Aunque la de China rige las vidas de mil 400 millones de habitantes, no es claro que constituya el ejemplo político a seguir o preferido por el resto del planeta. La incertidumbre actual se prolongará cuando menos el resto de esta década, pero bien puede durar más, hasta que Estados Unidos y China encuentren un reacomodo.

Navegamos por un estuario más de la historia, ahí donde la corriente del río del optimismo de las libertades políticas y económicas se mezcla con la del bravo mar de la desigualdad, la polarización y la geopolítica mundial. Es un estuario inusualmente azaroso.

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