Opinión

Noticias falsas vs la nueva constitución en Chile

En la campaña de desinformación contra la nueva constitución de Chile se han viralizado cosas como asegurar que si gana el apruebo cambiaría el nombre del país y hasta su bandera.

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Chile está por votar su proyecto de nueva constitución. Abrirá las urnas el 4 de septiembre, aunque con negro panorama para que prospere el apruebo al documento, pese a que hubo un abrumador respaldo inicial. En su esencia se trata de un texto de avanzada que atiende el mandato que pidió elaborarlo. Es favorable a los derechos humanos en sentido amplio, a la paridad, la inclusión, el respeto a los pueblos originarios, las libertades sexuales y el derecho de las mujeres para decidir sobre su cuerpo sin dogmas religiosos impuestos, además declara el agua como bien común inapropiable, perfila mejoras al sistema de salud, pensiones y programas sociales, y considera mejores condiciones para la organización política en democracia.

Sin duda hay elementos polémicos, pero no en lo sustantivo. No es una constitución perfecta y es cierto que tuvo errores de algunos convencionales que la redactaron, pero su mayor obstáculo no es eso, sino la capacidad de movilización de los estrategas que apuestan por intensificar las noticias falsas con buenos resultados en su tarea de confundir.

En el mundo crece con éxito el uso de mentiras sembradas deliberadamente, sobre todo en redes, esperando prender la mecha en otros medios para replicar y replicar la mentira, contaminar de forma definitiva los debates en diversos procesos electivos y, con ello, revertir las tendencias de votación de forma dramática. El método ha sido todo un éxito, por eso vuelve una y otra vez.

La idea de una nueva constitución para Chile, que terminara de una vez con residuos de la que se creó durante la sanguinaria dictadura de Augusto Pinochet en los años 80, se abrió paso en un entorno esperanzador. Fue una respuesta al estallido social que en 2019 generó una profunda crisis y visibilizó que ese país no era el paraíso neoliberal que presumía su expresidente de derecha Sebastián Piñera. 

En octubre de 2020 se abrieron las urnas y una abrumadora mayoría pidió que se redactara la nueva constitución (78.2% apruebo contra 21.7% rechazo). Se eligió también a los convencionales que la escribirían y hoy, listo el proyecto, estamos a unos días de que se vote ese texto con dos opciones: apruebo o rechazo.

Con las últimas encuestas publicadas en agosto, antes de la veda electoral que pide ya no difundir tendencias, en un viraje insólito, el panorama luce muy desfavorable para que el apruebo salga adelante. Nada está escrito todavía, pero las mediciones coinciden en que hay unos 10 puntos porcentuales de distancia ahora en favor de rechazar la nueva constitución (47% rechazo contra 37% apruebo).

Así, cuando empezó el proceso en 2020, casi ocho de cada 10 electores respaldaron que se diseñara una nueva constitución, pero ahora sería mayoría la que –según encuestas– está dispuesta a votar exactamente lo contrario. Sin duda hay muchos factores que pueden explicar esa caída, pero se concrete o no en el resultado final, uno clave es la industria de las mentiras.

No se entiende ese radical cambio en el ánimo ciudadano sin la inundación de engaños estratégicos que fluyen desde hace tiempo en América Latina y se intensificaron en las campañas electorales, en este caso, para la nueva constitución.

En la campaña de desinformación se han viralizado cosas como asegurar que si gana el apruebo cambiaría el nombre del país y hasta su bandera, que se permitiría votar a venezolanos castro-chavistas, que se eliminaría la propiedad privada. Todo es falso, pero esa ha sido la tónica con buen rédito.

En 2016, el plebiscito para ratificar los acuerdos de paz en Colombia tuvo un viraje inesperado. Los propios opositores a esos acuerdos reconocieron que su campaña buscó alentar indignación en redes sociales. Se sembraron mentiras y les funcionó. Con el Brexit ocurrió lo mismo ese año, la propaganda que apela a engañar tocando emociones y desdibujando razones, que se siembra de manera personalizada porque las empresas de redes y estrategas políticos tienen acceso a nuestros datos personales, saben a qué le damos like, qué temas nos interesan, si somos indecisos o tenemos bien definida nuestro voto, en qué momento nos conectamos. Así la industria de la mentira se abre paso de manera eficiente.

Pase lo que pase el 4 de septiembre, Chile tendrá oportunidad de discutir cambio por cambio constitucional en el Congreso. El asunto es que lejos de apagarse con el tiempo, la desinformación deliberada crece en incentivos porque le da buenos resultados a sus promotores y estrategas. Ese debate le urge a las democracias.

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