Opinión

Tuit and drink: un recuerdo de Javier Sahagún

Durante los 13 programas que duró Tuit and Drink, más tres pilotos, pudimos conocer al otro Javier Sahagún, al que disfrutaba la música, la literatura y el cine.

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En una entrega de su columna Escrito en España, publicada en agosto de 2012, el periodista y escritor español Arturo Pérez Reverte señalaba que cuando un reportero novato pisaba por primera vez una redacción “había dos personajes a los que miraba con un respeto singular”: el corrector de estilo y el periodista veterano. En Televisa Deportes no había corrector de estilo, pero sí un experimentado e imprescindible reportero: Javier Sahagún.

Aunque como gente del medio conocía su trabajo, fue hasta que llegué a Televisa Deportes, en septiembre de 2008, cuando comencé a tratar a Javier, una faro de humildad y sabiduría en una redacción llena de egos. Pese a que nuestro trabajo no estaba íntimamente relacionado (yo estaba en portal web y él estaba enteramente dedicado a la televisión, donde sus crónicas de color eran su sello distintivo), me gustaba acercarme a él, casi siempre de madrugada, para verlo redactar sus notas, en las que dejaba notar su vasta cultura. Aunque nuestras charlas no solo eran de periodismo, en una plática informal con Javier Sahagún podías aprender más sobre el oficio que en un semestre en la universidad. Respetado por todos, aunque a menudo se mantuviera apartado de los compañeros que buscaban a toda costa el cuadro, Javier te contagiaba su amor por su profesión, pese a los desengaños de la misma. Yo lo escuchaba con respeto, tratando de hacerme digno de su estima para irme después con él a jugar dominó y tomar una copa, en aquellas madrugadas en las que terminaba dictando cátedra del oficio y de la vida. Porque Javier era así, generoso, sobre todo con los reporteros que apenas comenzaban y de los que miraba con orgullo sus primeras notas en la televisión.

Su voz era un imán en los restaurantes, cantinas o fiestas. Recuerdo aquellas inolvidables noches de dominó en el Covadonga con Óscar Gutiérrez, Enrique Cancino, Jorge Milhe y Alonso Cabral, entre otros, cuando la gente que no lo ubicaba físicamente lo reconocía por su voz y se acercaba a tomarse una foto con él o a pedirle que gritara su inolvidable grito de guerra de “¡Las Chiiiiiivassss!” o que recitara parte de la introducción que hizo del luchador estadounidense Randy Orton, al que bautizó como el “Asesino de leyendas”, en las transmisiones de RAW.

Durante algún breve periodo que estuve desempleado, los consejos de Javier Sahagún me reconfortaban, sobre todo en las madrugadas de lunes, cuando todo mundo dormía antes de iniciar una nueva jornada laboral y yo me rompía la cabeza pensando en las puertas que iba a tocar esa semana. Solidario, como siempre, me dejó un mensaje de WhatsApp apenas 18 días antes de su partida, en el que me daba ánimos en mi recuperación del covid, cuando a él apenas le quedaba un hilo de aquella tremenda voz.

Tuit and drink

Todo comenzó como un diálogo entre dos insomnes en la redacción de Chapultepec 18 que luego se trasladó a Twitter. Durante las madrugadas, Javier Sahagún y yo platicábamos de música. ¡Cuántas veces comenzamos hablando de John Coltrane o Eumir Deodato, para terminar cantando a Javier Solís o a la Sonora Santanera al amanecer! A la dinámica se fueron sumando amigos como Jorge Milhe y Joel González, y desde Satélite, Santa Fe o Coapa, trago de ron en mano, compartíamos anécdotas a veces hasta el mediodía del día siguiente. Javier abría pista con Ribbon in the sky, de Stevie Wonder, y a partir de ahí podíamos pasar horas escuchando a Frank Pourcel o Bebu Silvetti, Carlos Santana, Daniel Riolobos y los ganadores del festival OTI, o platicando de las monumentales piernas de Lisa Fischer, la corista negra de los Rolling Stones, de la que Sahagún y yo éramos devotos.

Muchas veces, en esas madrugadas, Javier y yo platicamos la posibilidad de hacer un programa de radio, que finamente se materializó con un podcast en 2019, al que sumamos el talento de Hugo Carreón, Jaime Pérez y Marilú Acosta, que llegó como productora y terminó como la pieza que le aportaba sobriedad a ese cuarteto de locos. Durante los 13 programas que duró Tuit and Drink, más tres pilotos, pudimos conocer al otro Javier, al que disfrutaba la música, la literatura y el cine, el que ofrecía su punto de vista político o te contaba cuando estaba enamorado de la maestra Jimena, de Carrusel. A un año de su partida, es una realidad que en mis madrugadas musicales hay un vacío sin Javier Sahagún. ¡Salud, maestro!

OPCIONAL

Si quieres escuchar los episodios de Tuit and Drink puedes dar clic en el siguiente link:

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