Opinión

La racialización del espacio: el caso de Airbnb en Mérida

Históricamente, el racismo se ha manifestado también en el territorio. A lo largo de los siglos, el control territorial ha implicado un control de los cuerpos.

Hace una semana se hizo viral la historia de una familia que había rentado una casa en Airbnb, pero los dueños les habrían cancelado la reserva debido a que eran originarios del estado y sólo rentaban a personas extranjeras por motivos de seguridad. El alojamiento, nombrado en lengua maya “Casa Ka’a Pe’e Kay” se localiza en el centro de la ciudad de Mérida, la cual en los últimos años ha experimentado un proceso de gentrificación en la que uno de los principales actores y actrices son personas estadounidenses o canadienses. Estas buscan habitar en la zona para satisfacer sus aspiraciones de vida en su jubilación, compran casas antiguas en el centro de la ciudad para transformarlas en lugares lujosos.

Históricamente, el racismo se ha manifestado también en el territorio. A lo largo de los siglos, el control territorial ha implicado un control de los cuerpos. A su vez, el determinar qué espacios pueden ocupar ciertas corporalidades y cuáles no, es una forma de administrar el territorio. Hoy día, los debates acerca de los espacios urbanos frente al acaparamiento por parte de industrias como turismo también evidencian cómo las jerarquías entre las personas determinan quiénes serán los excluidos en estos procesos y quiénes recibirán los créditos.

A primera vista, discriminar a locales en la renta de un espacio a través de Airbnb podría parecer un episodio ajeno a cualquier debate sobre el racismo. Podría decirse, por ejemplo, que la discriminación a los meridanos para preferir a los extranjeros del norte global sería un asunto más relacionado a la xenofobia. Por otro lado, no faltaría quien argumente que el propietario puede hacer lo que quisiera con su propiedad, incluyendo seleccionar a quién rentarla. Más aún, alguien podría reparar en que la persona que denunció estaba rentando el Airbnb para una estancia corta, no para encontrar un lugar para vivir, por lo que el incidente tendría una repercusión menor en su vida.

Los debates sobre plataformas Airbnb pueden llevarnos a distintas reflexiones más allá del tema del racismo, pero sin duda el caso que ocupó la atención mediática evidencia cómo se ha ido normalizando la idea de que es inocuo -e incluso hasta deseable- que cada vez más espacios de la ciudad sean priorizados para personas extranjeras sobre los locales, quienes no son vistos como “el perfil buscado” así tengan la capacidad económica de pagar el servicio y le vayan a dar a las instalaciones un uso similar al que le darían los cotizados clientes del norte global.

La migración también se racializa. Cuando se clasifica a las personas por nacionalidades y los marcadores étnico raciales asociadas a ellas y se determina el espacio que pueden ocupar en ciertas colonias, barrios, viviendas, y servicios de una ciudad, esa clasificación no se hace de manera ajena a los imaginarios con los que se han racializado esas nacionalidades ¿Cuál sería la diferencia entre un cliente local de Airbnb y un cliente estadounidense de dicha plataforma? Su capacidad económica, no es. El uso que se le daría al inmueble, tampoco.

Históricamente a las personas racializadas por su tonalidad de piel, identidad indígena, afrodescendiente o que se asocian a personas provenientes de Haití, Centroamérica o el continente africano se les ha asignado la narrativa de peligrosidad y criminalidad. Mientras la tonalidad de piel blanca asociadas a nacionalidades de Estados Unidos o Canadá, se relaciona con la blanquitud y, por ende, ser buenos ciudadanos, belleza, capacidad económica, etc. Ejemplos similares se han visto en la Ciudad de México cuando restaurantes ejercen actos de segregación para mostrar que sólo las personas blancas pueden acceder a dichos espacios y así venderse como un lugar selectivo al cual hay que aspirar. A ello se le nombró como racismo con fines lucrativos.

Cuando se racializan los cuerpos también se perfilan los espacios que se consideran aptos para que ocupen y a los cuales hay que aspirar. Esto puede apreciarse en políticas públicas que expresamente así lo buscaron, como ocurrió a principios del Siglo XX en Estados Unidos con las políticas de red lining; pero también con formas aparentemente más sutiles y normalizadas hoy día, pero no por eso menos alejadas de la racialización. Como la discriminación denunciada por un Airbnb.

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