La militarización en México: el brazo de la violencia racial y patriarcal
Racismo Mx

Antirracista y feminista antipatriarcal, y abogada por la Universidad Autónoma de Yucatán, actualmente es maestrante en Ciencias Sociales con enfoque en Desarrollo Sustentable por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Fue directora del Centro de Estudios de Derechos Humanos de la Universidad Autónoma de Yucatán. Actualmente, es Coordinadora de Educación en RacismoMX.

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La militarización en México: el brazo de la violencia racial y patriarcal
Marcha contra la militarización en la Ciudad de México. Foto: Alexa Herrera, La-Lista

La militarización es el proceso a través del cual los gobiernos permiten que las fuerzas militares intervengan en asuntos de seguridad ciudadana y es presentada como la mejor manera de combatir la delincuencia. Se ha evidenciado las graves violaciones perpetradas por la milicia; los casos van desde detenciones, ejecuciones extrajudiciales, tortura y violación sexual. En el caso de las mujeres, este impacto es diferenciado; tribunales internacionales han reconocido que la violencia sexual suele ser utilizada como un arma de dominación por parte de la milicia. Sin embargo, cuando se trata de mujeres indígenas, negras, afrodescendientes o racializadas en desventaja, el racismo es la otra cara de la violencia ejercida por la militarización. 

Quizá pensemos que el análisis de raza es obvio para comprender la violencia que experimentan las mujeres pues existe consenso sobre la necesidad de un análisis interseccional. Sin embargo, la raza requiere no solo nombrarla y entenderla en una sumatoria de categorías, es importante entenderla como un proceso de dominación que deviene en la conformación del Estado y en el que se insertan las políticas militares. Bajo esa tónica, la racialización es la lectura que se hace de los cuerpos y se les asocia a determinadas identidades étnico raciales -como ser blanca, indígena o negra- y por ende a cargas discriminatorias o que resultan en privilegios. Estas lecturas están inscritas de forma histórica e institucional en el actuar estatal y por lo tanto en la milicia.  

Bajo esta línea, la racialización de la sexualidad detona la violencia sexual por parte de los militares: los cuerpos de las mujeres indígenas son sexualmente disponibles y los de las mujeres negras/afrodescendientes son asociados a una supuesta sexualidad natural. Las feministas decoloniales y comunitarias han señalado que cuando los países europeos invadieron los territorios que hoy conocemos como América Latina, trajeron al patriarcado y a la par, la raza para jerarquizar a las personas originarias de los territorios conquistados.

Así, el género jerarquizó a las sociedades precoloniales: las mujeres blancas y europeas eran oprimidas por los hombres blancos, los hombres indígenas fueron violentados por la masculinidad blanca y las mujeres indígenas y negras no eran consideradas como seres humanos, no eran mujeres. Para los ojos europeos eran seres sexuados que podían procrear más mano de obra para sostener la producción y riqueza del colonizador. Eran y son cuerpos leídos como sexualmente disponibles. 

Es lo que nos muestra Jelke Boesten, su estudio de caso se refiere a la violación de las mujeres indígenas, vistas como víctimas legítimas. Boesten analiza el marco normativo de las concepciones de género y raza que convierte en un acto legítimo la violencia sexual contra ciertas categorías de personas. Mara Viveros señala que para el imaginario occidental, el sexo se ha convertido en uno de los rasgos que definen el ser negro y esta representación se ha reproducido, difundido y renovando en distintos escenarios sociales y discursos. 

México Unido contra la Delincuencia analizó datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2016 y evidenció que aproximadamente 97 mil mujeres mayores de 15 años en el país fueron violentadas por militares o marinos. El 13.7% reportan haber sufrido manoseos, tocamientos, arrimones o levantones de ropa; 19.7% haber sufrido patadas, golpes, pellizcos y empujones; 18% haber sido vigiladas o seguidas y 4% que los soldados las violaron o intentaron violarlas. No se sabe cuántas de estas son mujeres indígenas, afrodescendientes, negras o racializadas por su tonalidad de piel porque son datos que INEGI no recopiló. 

No se deben olvidar casos como el de Valentina Rosendo Cantú -mujer indígena Me phaa- cuyo caso resultó en una sentencia condenatoria contra México debido a la tortura sexual cometida por soldados. Mucho menos, se deben obviar la racialización que legitima y permite la violencia sexual a manos de militares y marinos. 

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