Imperialismo en el nuevo milenio: economías extractivas y dependencia global

Viernes 18 de julio de 2025

Tzinti Ramírez Reyes
Tzinti Ramírez Reyes

Internacionalista por el Tecnológico de Monterrey y Maestra en Historia y Política Internacional por el Graduate Institute of International and Development Studies (IHEID) en Ginebra, Suiza. Investigadora invitada en el Gender and Feminist Theory Research Group y en el CEDAR Center for Elections, Democracy, Accountability and Representation de la Universidad de Birmingham, en Reino Unido.

Miembro de la Red de Politólogas. X: @tzinr

Imperialismo en el nuevo milenio: economías extractivas y dependencia global

El imperialismo del siglo XIX mutó en sistema financiero, en tratados desiguales de comercio, en zonas francas y centros logísticos.

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En Israel, Ramat Gan se ha convertido en uno de los principales centros de corte y pulido de diamantes del mundo.

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Foto: Inteligencia Artificial

¿Cómo se explica que Israel, sin poseer una sola mina en su territorio, exporte más de 9,000 millones de dólares al año en diamantes? ¿O que Dubái, un emirato sin producción minera, se haya convertido en uno de los principales centros globales para el comercio de oro? ¿Cómo es que Francia sigue beneficiándose de los recursos de África Occidental décadas después de la independencia formal de sus excolonias?

La respuesta está en los mecanismos del ejercicio del poder político-económico a nivel global. El imperialismo del siglo XIX mutó en sistema financiero, en tratados desiguales de comercio, en zonas francas y centros logísticos. No hace falta conquistar un país militarmente para extraerle sus riquezas: basta con intermediar, refinar, controlar el acceso y apropiarse del valor añadido.

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Veamos el caso de Israel. Imperio de diamantes sin minas donde Ramat Gan se ha convertido en uno de los principales centros de corte y pulido de diamantes del mundo, representando alrededor de 23% de las exportaciones del país. Compra diamantes en bruto incluso a cambio de armas, provenientes de países como la República Democrática del Congo, Angola o Sierra Leona a precios ínfimos, frecuentemente vía canales opacos vinculados a milicias y corrupción y los transforma en gemas listas para exportación.
Muchos de estos diamantes provienen de zonas sumidas en contextos de violencia sistemática, trabajo forzado y explotación infantil[1]. Una vez en Ramat Gan, se legitiman, se revalorizan y se venden al mundo con márgenes millonarios.

Dubái, por su parte, presenta un caso similar. Sin producción minera se ha convertido en un centro dorado, el epicentro del oro ilegal. Cada año, se importan miles de millones en oro africano, mucho del cual proviene de minería informal, sin trazabilidad ni regulación. Se refina, se le da valor comercial y se distribuye globalmente. No hay minas en Dubái, pero sí ganancias, ventajas fiscales y control del flujo. En 2016, por ejemplo, ingresaron más de 15,000 millones de dólares de oro africano a través de los Emiratos, y en 2022 cerca del 93 %, equivalente a unas 405 toneladas o 31,000 millones de dólares, fue contrabandeado, sin declaración ni pago de impuestos a países productores[2]. Ese oro proviene de minería informal y artesanal, con uso de trabajo infantil, degradación ambiental y vínculos con conflictos.

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Francia, por otra parte, mantiene una estructura más antigua de dominación económica reconvertida en neocolonialismo cuidadosamente institucionalizado. Desde mediados del siglo XX, ejerce influencia sobre 14 países africanos a través del franco CFA (Franc de la Coopération Financière en Afrique), una moneda creada durante la colonización y aún vigente. Este sistema obliga a sus países miembros a depositar el 50 % de sus reservas internacionales en el Tesoro francés. Aunque presentado como un garante de estabilidad y “respaldo”, en realidad actúa como un mecanismo de subordinación financiera que asegura a Francia acceso privilegiado a recursos estratégicos como el uranio de Níger, el oro de Mali o el algodón de Burkina Faso. El caso es tan burdo, que el propio Jacques Chirac, expresidente francés, reconoció abiertamente en 2008, una vez fuera del cargo cuando dijo: “gran parte del dinero que llevamos en los bolsillos proviene de la explotación de África a lo largo de los siglos.” Además, Francia recauda al año al menos 440 mil millones de euros en impuestos por “deudas coloniales” que se pagan por la infraestructura construida por Francia en su época de poder ocupante.[3]

Veamos otro caso, el de Mali donde el oro representa cerca del 75 % de sus exportaciones, pero la mayoría de las minas están controladas por empresas extranjeras. El beneficio interno es casi nulo. La riqueza se va por la vía de las multinacionales; lo que queda son los pasivos ambientales y sociales. Frente a esto, figuras como Ibrahim Traoré en Burkina Faso proponen una ruptura de tajo. Con apenas 37 años, Traoré ha denunciado abiertamente las estructuras neocoloniales en busca de recuperar el control sobre los recursos de su país[4]. Habla de nacionalización de recursos, revisión de contratos y autonomía económica real. Es un intento por desmantelar la arquitectura de la dependencia.

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Estos ejemplos son expresiones de una economía internacional organizada para que el valor fluya hacia el Norte global, mientras el Sur sigue cumpliendo el rol de proveedor de materias primas. Un sistema donde la intermediación vale más que la producción, donde el que pule, certifica o distribuye gana más que el que extrae con las manos enterradas en la tierra.
El resultado es claro: concentración de riqueza sin distribución, crecimiento sin justicia, comercio sin ética. Y aunque no haya soldados, aunque en demasiados casos- para ser el siglo XXI- los sigue habiendo, el saqueo sigue ahí. Aparentemente legal, encubierto. Pero no por ello menos violento.

[1] Para más: Conkar, Z. (2024, September 17). Israel uses conflict diamonds to finance Gaza genocide. TRT Global.

[2] Levinson, R. & Lewis, D. (2024, mayo 29). Gold worth tens of billions smuggled to UAE each year, report says. Reuters.

[3] Para saber más: García, C. S. (2020, May 6). El penúltimo vestigio del colonialismo: 75 años del franco CFA. El Economista España.

[4] Sakr, T. (2024, December 12). Burkina Faso’s president condemns “Imperialist agendas” & vows to defend national sovereignty. DNE Africa.

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