Presidenta

Internacionalista por el Tecnológico de Monterrey y Maestra en Historia y Política Internacional por el Graduate Institute of International and Development Studies (IHEID) en Ginebra, Suiza. Investigadora invitada en el Gender and Feminist Theory Research Group y en el CEDAR Center for Elections, Democracy, Accountability and Representation de la Universidad de Birmingham, en Reino Unido.

Miembro de la Red de Politólogas. X: @tzinr

Presidenta Presidenta
Claudia Sheinbaum no es desde el punto de vista de la historia de México sólo una política, su triunfo, además como hija del movimiento estudiantil del 68, es la culminación de sueños colectivos y luchas tejidas por diversas manos y voces. En la imagen: De manos de Mónica Soto, presidenta del TEPJF, recibe Sheinbaum la constancia de mayoría. Foto: TEPJF

Las mujeres que hoy en día tienen más de 70 años nacieron en un México donde el sufragio femenino no era legal y donde votar una mujer era todavía impensable. Izquierdas y derechas en México y allende habían debatido con vehemencia en el siglo XIX la conveniencia de la universalización del voto para incluir a las mujeres de todas las clases sociales.

Las derechas parecían temer la revolución cultural que reconocer la voz de las mujeres podía acarrear, mientras que izquierdas atávicas planteaban que el voto femenino sería un voto necesariamente conservador, guiado por los deseos y designios de maridos, sacerdotes o figuras paternas.

En 2024, hoy sabemos que la lucha incansable por ocupar espacios –en la educación, en la política, en la propia familia y en la sociedad– cataliza ese cambio cultural tan temido, pero tan justo y que también pone de manifiesto, ¡oh sorpresa!, la heterogeneidad ideológica entre las mujeres.

México está a poco más de un mes de ver la primera mujer presidir el Ejecutivo nacional. Claudia Sheinbaum no es desde el punto de vista de la historia de México sólo una política, su triunfo, además como hija del movimiento estudiantil del 68, es la culminación de sueños colectivos y luchas tejidas por diversas manos y voces.

Recordemos que somos un país en el que las mujeres, con su incansable valentía desde inicios del XX, impulsaron grandes cambios legales y sociales que van desde la Ley de Divorcio (1916) y el derecho al voto (1953), hasta la modificación del artículo 4º constitucional en 1975 estableciendo la igualdad ante la ley entre hombres y mujeres sobre el derecho a decidir el número y espaciamiento de los hijos, la despenalización del aborto en CDMX en 2007 o  la Ley Olimpia en 2020 para el reconocimiento y sanción de delitos de violencia digital.

Desde luego se conquistó el derecho a la paridad en la participación política, entre tantas otras conquistas, sin embargo, pensaría que el logro, implícito, aunque el más significativo ha sido sacudirse incluso con rabia la tradición de silenciamiento, exclusión y subordinación que nos ha atravesado históricamente en todas las esferas.

Una de las escritoras mexicanas más emblemáticas, Rosario Castellanos, encapsuló en una frase la “situación de la mujer” en México cuando en 1973 en Mujer que sabe latín escribió: “la historia, la sociedad, han amputado a la mujer su calidad de ser humano integral”. Es precisamente la retórica del ciudadano o la ciudadanía “libre e igual” – sin un cuerpo – en la teoría de la democracia, la que en los hechos amputa a ciudadanxs cuya etnicidad, género o clase social les construye como “invasores del espacio”, como “no pertenecientes”.

Dice la filósofa política Anne Phillips que la democracia nunca es sólo un sistema para organizar la elección de gobiernos, sino que la creencia democrática trae consigo una fuerte convicción sobre los ciudadanos siendo intrínsecamente de igual valor.

Venimos de un México donde nacer niña no era motivo de festejo ni orgullo, donde hoy todavía es decepción para algunos, de un México donde como decía de nuevo Rosario Castellanos, “la mujer que se atreve a pensar, a crear, a hablar en público, rompe con la imagen tradicional de la mujer como objeto de deseo o como ser pasivo”. Somos herederas y herederos de un país donde leyes y políticas ¡que protegen los derechos de las mujeres no han surgido del vacío sino que tantas veces, han sido impulsadas desde el dolor, la indignación y la violencia vividas.

Es por esto, entre otros temas desde luego, que la carga histórica con la que Claudia Sheinbaum presidenta – con a- llega al escenario político y social mexicano, es inconmensurable. Una mujer presidenta es ciertamente un cambio simbólico en el ejercicio del poder, pero debe traducirse también en cambios concretos al interior de las familias y de la estructura más profunda del Estado.

La voz y la inteligencia femeninas, siempre subversivas, tantas veces castigadas, hoy ocupan ya la máxima tribuna del país. Eso es una victoria.

Síguenos en

Google News
Flipboard