El siglo XX está marcado por la historia como el periodo de mayor beligerancia, inestabilidad política (y económica) y por alcanzar el poder mediante golpes de Estado e imponer dictaduras. En Latinoamérica tuvimos de todos los tipos: “la perfecta” como la mexicana, según la nombró Vargas Llosa, las militares de derecha como las de Videla o Pinochet, las de izquierdas revolucionarias como la de Castro.
En apenas dos décadas del siglo XXI la característica de la actualidad ha sido la pérdida de preponderancia de los partidos políticos, la dilución de ideologías (izquierda y derecha) y la emergencia de líderes populistas. Hagamos el ejercicio, ¿recuerdan el partido de Milei o el de Bukele? ¿Podríamos colocarlos a la izquierda o a la derecha del espectro político?
En lo que estoy segura que coincidimos es en que tanto Bukele y Milei comparten características muy similares, populistas con lenguaje disruptivo, medidas extremistas para erradicar las problemáticas, uso de su partido político solo como vehículo, polarizan el sentir, son polémicos ante la opinión pública, no necesitaron las armas para acceder al poder y existe un alto riesgo de socavar la democracia desde dentro.
A estos líderes carismáticos la sociedad les votó y les votó bien. Milei y su “marea violeta” arrasaron en el balotaje y “el león”, como es su apodo, ha sido el candidato más votado de la historia argentina. Por su parte, Nayib Bukele, destrozó los comicios salvadoreños obteniendo más del 85% de los sufragios y su partido, Nuevas Ideas, tendrá el control absoluto del Poder Legislativo con 54 de 60 curules.
Estos resultados, tanto en Argentina como en El Salvador, son un riesgo para la democracia misma. Milei con la “ley ómnibus”, un paquete de reformas constitucionales en distintas materias, ha generado una turbulencia social en la que no se pronostica un buen resultado. Bukele, “el dictador más cool del mundo”, como se autodenominó, ha controlado la delincuencia, las pandillas y la inseguridad, pero a un costo muy alto: los derechos humanos.
Tenemos que recordar que la democracia es un bien inconcluso y frágil, se tiene que reforzar cada día. La emergencia de estos líderes sin límites ni congruencia va en detrimento de la esencia democrática. No podemos olvidar que en política los extremos son peligrosos y los polos opuestos siempre se atraen.
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